Pilar Cernuda
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Parece razonable deducir que la elección de Rosa Aguilar como nueva titular de la cartera de Medio Ambiente, Rural y Marino (vulgo Medio Ambiente, Agricultura y Pesca) no obedece a sus conocimientos sobre la materia. La hasta el momento consejera de Obras Públicas de la Junta de Andalucía (Córdoba, 1957) llega al Ejecutivo por otras razones que no tienen que ver con su experiencia en los asuntos de su competencia sino con su gran virtud: una innegable capacidad de comunicación y una imagen pública que, incluso en los peores momentos, sorprendía a los expertos en encuestas. Si Zapatero quería perfil para el Ministerio, ahí lleva dos tazas.
En cierta manera, Rosa Aguilar Rivero, licenciada en Derecho y abogada en ejercicio durante un periodo de tiempo en CCOO, tiene más vida política que muchos de sus compañeros de Gobierno, excepción hecha de históricos como Ramón Jáuregui. Su vuelta a la Corte, a Madrid, contribuye a cerrar un ciclo, cuando tuvo que dejar la portavocía de IU en el Congreso para presentarse a las municipales de 1999, en una operación a dos bandas entre el potente PCE de Córdoba y una serie de dirigentes de la IU federal que estaban encantados en perder de vista a una representante pública que se desmarcó desde segunda hora -Aguilar nunca es la primera en nada- de la deriva radical.
Paradojas de la vida, Rosa Aguilar se sentará en el Consejo de Ministros a las órdenes de Pérez Rubalcaba, que fuera portavoz del Gobierno de González, al que fustigó con saña en aquellos años de un tardofelipismo con gravísimos problemas de corrupción, en los sótanos del Estado y económicos. Se trata de un bagaje político y vital, el de su paso al PSOE, realizado desde el convencimiento de que IU, la fuerza en la que militó, era perfectamente inútil para la sociedad.
La historia de Aguilar se ha contado muchas veces. Escolar en el colegio de las Francesas, religioso, llegó al PCE procedente de los movimientos cristianos a la edad en que los niñas de hoy aún ven a Hannah Montana. Con 22 años ya tenía cargo en la dirección provincial y con el ex alcalde de Córdoba Herminio Trigo, su primer cargo público, concejal de Disciplina Urbanística.
Portavoz en la Diputación, parlamentaria andaluza y responsable de su grupo cuando Julio Anguita marchó a Madrid, diputada y portavoz de IU en el edificio que custodian los leones de la Carrera de San Jerónimo. Después, alcadesa de Córdoba entre 1999 y 2009 gracias a la ayuda inestimable del PSOE que permitió su investidura en dos corporaciones (la suya sólo fue la lista más votada en 2003). Hace año y medio dio la esperada sorpresa de aceptar la Consejería de Obras Públicas (tras rechazar la de Cultura) en el primer Gobierno de Griñán.
Aguilar entra en el Ejecutivo como una de las concesiones de Rodríguez Zapatero al ala izquierda de su electorado, a la que remite señales de humo de reconciliación después de episodios como la huelga general, la congelación de las pensiones o el recorte salarial de los funcionarios, que han disparado en las encuestas la distancia con el PP.
El ex coordinador federal de IU, Julio Anguita, repudió ayer por primera vez su memoria común con Aguilar. Según el ex alcalde de Córdoba, Zapatero la usa para tener "pedigrí de izquierdas". Anguita dijo ayer -a buenas horas, mangas verdes- que nunca fue su mano derecha en IU, que estuvo más cerca de gente como Víctor Ríos o Francisco Frutos y que desde hace diez años, las relaciones entre ambos son "distintas, distantes y confrontadas". "Os traemos lo mejor de IU", dijo el mismo Anguita una soleada mañana de 1999, cuando presentó a Aguilar como candidata a la Alcaldía de Córdoba, "objetivo federal" de la coalición. Las hemerotecas guardan un montón de afectuosas palabras de cariño entre Aguilar y Anguita, de silencios pacientes de uno y otro.
Es la nueva ministra mujer de armas tomar, de poner los brazos en jarra y que arda Troya. Ocurre a pesar de su apariencia de sonrisa perpetua, de sus mensajes de consenso permanente o de sus aseadas apariciones televisivas, un medio que tiene tres cuartas partes de culpa del personaje político que hoy es. Populista, maneja como nadie las relaciones ambiguas entre la política y los sentimientos. En su etapa como alcaldesa de Córdoba, le funcionó estupendamente en las capas populares, a pesar de que se le reprochó desde la izquierda su querencia por las elites y sus problemas relativos a la legalidad urbanística (tiene el premio Atila, que concede Ecologistas en Acción para criticar la peor gestión ambiental) o a la falta de resultados tras una década en el cargo. Su periodo como consejera de Obras Públicas ha sido lo suficientemente corto como para comprobar que no era el traje que mejor le sentaba, teniendo en cuenta que durante meses era más conocida que el resto del gabinete, presidente incluido, y que en el PSOE no formaba parte de nada en concreto.
Rosa Aguilar vuelve a Madrid, un contexto político que adora y en el que se desenvuelve como nadie. Lo hace, otra paradoja, en la misma crisis de Gobierno que devalúa a Beatriz Corredor, ex ministra de Vivienda, a la que puso en solfa por los recortes en las ayudas a la compra de VPO. Lo hace, también, como uno de los carteles de un Gobierno que será el que defienda al PSOE en las próximas generales.
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