Rajoy no movió un dedo por Bárcenas
Inquietud en Génova. El ex tesorero se creía impune y pensaba que, si algún juez le buscaba las vueltas, sus compañeros de partido en el Gobierno se ocuparían de él, pero se equivocaba
SE creía impune. En primer lugar porque pensaba que al manejar tan importante información sobre las interioridades del partido en el que trabajó durante los últimos 30 años, nadie se iba a atrever a llevarlo ante la Justicia por temor a que decidiera lo que popularmente se llama tirar de la manta y arrastrase por los suelos importantes biografías. Segundo, pensaba que si algún juez se empeñaba en buscarle las vueltas, con el PP en el gobierno sus compañeros de partido se ocuparían de que nunca ocurriera lo que finalmente ocurrió el pasado jueves, cuando el juez Ruz y la Fiscalía Anticorrupción coincidieron en que debía ser enviado a prisión sin fianza.
El Gobierno efectivamente podía haber impedido, o al menos dificultado, que Bárcenas fuera enviado a prisión. Los fiscales son independientes pero a nadie se le escapa que desde el momento que es el Gobierno el que elige al fiscal general del Estado, tiene cierta influencia en la toma de decisiones de carga política cuando existen resquicios legales para hacerlo, y en el caso Bárcenas los había: dudas sobre sus intenciones de huida, y dudas sobre el supuesto trasvase de sus cuentas de Suiza a Uruguay y Estados Unidos, puesto que las cuentas suizas estaban bloqueadas. Que el juez Ruz podía enviar a Bárcenas a prisión tras tomar declaración al ex tesorero y su mujer se intuyó solo a media mañana del jueves, y en el Congreso de los Diputados se tuvo la certeza de que esa decisión era probable cuando Ruiz-Gallardón, tras la aprobación de la Ley del Poder Judicial, comentó en pasillos que estaba pendiente de lo que pudiera determinar el juez. Verde y con asas. Un ministro de Justicia no hace ese comentario si no tiene datos que indican que debe estar alerta.
Más tarde se supo que el ministro había hablado con el presidente del Gobierno, en Bruselas, para expresarle su intuición de que Ruz podía enviar a Bárcenas a prisión, y Rajoy le respondió que el juez hiciera lo que tenía que hacer. A partir de ese momento el destino de Bárcenas estaba sentenciado.
Desde el mismo momento en el que María Dolores de Cospedal decidió apartarle de su cargo de tesorero, Bárcenas inició una estrategia que tanto el presidente del partido y después presidente del gobierno, Mariano Rajoy, como la secretaria general, consideraron amenazante pero ante la que decidieron no ceder ni un milímetro. Bárcenas empezó a tener contacto con diversos periodistas, fundamentalmente columnistas y contertulios de radio y televisión, a los que tentaba prometiéndoles importante información.
Esta periodista fue una de ellas. No conocía a Bárcenas pero un amigo común, abogado, la llamó para ofrecerle la posibilidad de escuchar al tesorero al que no había visto nunca. De hecho -fue hace más de dos años, aún no había empezado su peripecia judicial-, ni siquiera conocía su cara. En el salón biblioteca de un hotel de lujo, le mostró todo tipo de documentos sobre los dineros del PP para demostrarle que cuadraban las cuentas. Y, ya sin papeles, vertió graves acusaciones contra Esperanza Aguirre, que había cesado de manera fulminante a los dirigentes vinculados a la trama Gürtel, y también contra De Cospedal, que era quien de acuerdo con Rajoy le había cesado como tesorero. Primera y última entrevista: el abogado le transmitió meses después el malestar de Bárcenas por sus comentarios críticos. Y el abogado le transmitió mucho más tarde su decepción personal al advertir que Bárcenas no era la persona de trayectoria impecable que siempre había pensado que era.
En su segunda etapa de encuentros con periodistas, que inició hace aproximadamente un año, la estrategia fue muy distinta: no trataba de exculparse, sino de culpar a sus antiguos compañeros. Previamente, a través de quien habían sido uno de sus mejores amigos, Jorge Trías Sagnier, filtró a El País el listado de entregas de dinero a dirigentes del PP, así como la lista de donaciones recibidas por diferentes empresarios. El propio Trías, en un escrito que envió equivocadamente a Abc porque en su lista de correos electrónicos figuraba la dirección del periódico en el que había colaborado durante mucho tiempo, explicaba que esa lista se la había dado el propio Bárcenas a pesar de que el ex tesorero negara que fuera una lista elaborada por él y que fuera su letra. Y ahí se inició una carrera de mentiras en las que incluyó que disponía de despacho y secretaria en el PP, adonde acudía constantemente. No era tal. Su antigua secretaria se hacía cargo de sus llamadas y su antiguo despacho lo ocupaba otra persona. Sí tenía en cambio cajas con papeles en una sala de juntas, que no había recogido. De Cospedal lo explicó en una rueda de prensa y dijo que podía recoger sus cosas cuando quisiera. Cuando llegaron las personas que debían llevárselas, ante el estupor de la gente del PP que las atendían, dijeron que querían ver "el cuarto del garaje". No sabían lo que era: efectivamente, en un trastero en desuso, había prendas y artículos deportivos del ex tesorero.
Las insinuaciones lanzadas en los últimos tiempos a través de los medios de comunicación provocaron el efecto contrario al esperado: la dirección del PP incrementaba su animadversión hacia el ex tesorero a medida que se sucedían las filtraciones a los medios de comunicación con las que Bárcenas pretendía blindarse de una posible tentación del PP y del Gobierno de no echarle una mano ante su cada vez más complicada situación judicial. Por otra parte, tanto en Moncloa como en Génova advirtieron algo que era evidente para quien hiciera un seguimiento de las informaciones que procedían de Bárcenas: se le acababa la munición. Desde hacía más de un mes no aportaba un solo dato nuevo, se repetían una y otra vez los conocidos desde hacía tres años. Lo que significaba por una parte que la supuesta corrupción del PP se circunscribía a unos sueldos y gastos que no siempre se habían justificado o no se habían incluido en la declaración de la renta, como se advirtió desde el primer momento con algunos de los que aparecían en la lista de Bárcenas. Y, segundo, significaba también que Bárcenas había tirado de la manta todo lo que podía; no había más a pesar de que a los periodistas con los que hablaba les aseguraba que tenía documentos que hundirían al Gobierno.
Bárcenas ha demostrado en su táctica de defensa que no conoce bien a Rajoy. El presidente está seguro de haber actuado conforme a la ley en el cobro de su salario en el partido, y además siente una profunda animadversión por quienes se dejan llevar por la codicia y no dudan en delinquir, es implacable con ellos. Y tampoco midió que De Cospedal no tiene ningún complejo a la hora de "limpiar" su partido, caiga quien caiga como dijo en una controvertida rueda de prensa.
La Fiscalía Anticorrupción le dio la puntilla al pedir pena de prisión. Y De Cospedal, al dar instrucciones de que el comunicado del partido fuera de dos líneas, demostrando así el desprecio que siente por quien ha colocado al PP al borde del abismo.
Su futuro aún no se ha acabado de escribir, pero en su celda de Soto del Real Luis Bárcenas ha tenido que asumir, al fin, que los que eran suyos no se han movido para protegerlo de la Justicia.
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