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Pirueta mortal de Pedro Sánchez: del berrinche al patriotismo de partido

El presidente del Gobierno se ha vuelto adicto a las acrobacias, pero de ésta no sale indemne, la credibilidad se queda en la cota cero

Discurso íntegro de Pedro Sánchez

Esto no es serio

Pedro Sánchez, durante las negociaciones de su investidura de 2023. / Luján/EFE

Pedro Sánchez es un adicto a las piruetas, a las acrobacias tácticas y a la papiroflexia con los calendarios electorales, y esta voltereta en forma del amago de dimisión ha sido la última. En dos sentidos. Última porque acaba de concluir y última porque el presidente del Gobierno no sale más fuerte, sino más débil; difícilmente, se puede apelar a la responsabilidad de todos si quien lo exige es un dirigente que no sabe evitar un berrinche en público. El depósito ha entrado en reserva, quizás aguante un buen resultado en las catalanas y evite un rotundo fracaso en las europeas. Pero no más, el PSOE tendrá que ir pensando qué hará cuando Sánchez no sea presidente. El mordisco se lo dará a sus socios.

Porque esto es lo que ha ocurrido. Molesto por las informaciones sobre su esposa, Begoña Gómez y encabritado por la apertura de una investigación en un juzgado madrileño de cuarta categoría, el presidente quiso marcharse, dimitir, harto de todo, pero su equipo más cercano le pidió unos días, cinco jornadas de reflexión. Pasado ese tiempo y, tal como suponía un parlamentario socialista de Andalucía, "el peso de la responsabilidad" ha caído sobre él. Si hubiese dimitido, habría dejado al PSOE en su crisis más profunda desde la Transición, sin casi ninguna administración donde refugiarse, abierto en canal hacia un congreso federal fraticida. Se lo han suplicado: quédate.

En el Gobierno y en el PSOE han suspirado, los aplausos se han escuchado en Moncloa mientras el presidente pronunciaba su discurso televisado, y es lógico, pero se está muy lejos de concluir que el país se ha movilizado este fin de semana para que no se marchase. Sí ha influido el "patriotismo de partido", los mensajes de cientos de dirigentes socialistas que le han transmitido mediante mensajes de teléfono que él también se debe al PSOE y a su historia, y que no podía dejarlos así de tirados.

Pasado el cabreo, Sánchez no ha aportado ningún relato, no se someterá a una cuestión de confianza, no ha anunciado que ésta será su última legislatura y, además, da por hecho que las informaciones sobre su esposa seguirán. Eso no formaba parte del esquema de nadie, dimitiese o se quedase, tendría que ofrecer una explicación creíble a este retiro público de cinco días. Le ha mostrado, además, un gran flanco de ataque a la oposición.

Su último acierto

Pedro Sánchez sabe enderezarse ante las situaciones más dramáticas, pero ésta la ha creado él solo. Nada ocurría, nada pasaba antes del miércoles anterior. Su último gran acierto ocurrió horas después de las municipales del 28 de mayo de 2023. Convocó elecciones generales por su cuenta, sin consultar al partido, y las solventó con notable: el PP y Vox no tuvieron los apoyos suficientes para gobernar. Ahí se ganó un crédito de líder que, poco a poco, ha ido consumiendo en los meses que lleva de legislatura. Nunca explicó bien las razones de la amnistía, no consiguió de su aliado Puigdemont una mínima reciprocidad, aceptó negociar fuera de España y firmó un documento confuso con aroma de claudicación.

La campaña mediática contra la esposa del presidente no es nueva en España, el acoso al líder del Gobierno no es inédito en la política nacional: Adolfo Suárez tuvo que dimitir para evitar un golpe de Estado que, finalmente, se produjo; Felipe González hizo frente en su última legislatura a una confabulación de periodistas que se apoyaban en unos hechos reales: el terrorismo de Estado contra ETA; a José Luis Rodríguez Zapatero se le consideró ilegítimo por ganar las elecciones después de un atentado, y Mariano Rajoy cayó en una moción de censura porque su nombre se incluyó en una sentencia sobre la financiación ilegal de su partido. No es nuevo, lo inédito es que un presidente del Gobierno muestre su emocionalidad en público y se retire a la espera de ver cuál es la reacción, pura artimaña plebiscitaria.

Es cierto que, como denuncia Sánchez, la política española está encanallada, pero no desde hace 10 años, sino desde hace mucho más. Pero Sánchez también ha sido partícipe de ello. Quien defendió su candidatura en la sesión de investidura fue Óscar Puente, el ministro que practica el matonismo. En ese mismo discurso, Sánchez aseguró que había que levantar un muro de demócratas para dejar fuera a otro medio país, porque el PP de Alberto Núñez Feijóo fue el partido más votado y no ha recibido ni la más mínima consideración por parte del presidente del Gobierno.

El PP y, sobre todo, Vox practican una oposición muy dura, a veces cruel. El partido de Santiago Abascal estuvo detrás de los aquelarres de la extrema derecha en las noches de Ferraz durante el mes de diciembre, de ellos partió el apelativo de Perro Sánchez, de llamar Begoño a su esposa, de gritarle que te vote Txapote en todos los actos, pero eso no es causa de una retirada. Responder a los insultos con la misma estrategia sólo contribuye a avivar la espiral de odio. En España no hay en marcha un golpe de Estado de la derecha ni una confabulación de poderes fácticos para saltarse la Constitución y derrocarle.

Si se observan estas últimas semanas con cierta perspectiva, lo que ha ocurrido es la incapacidad del Gobierno para enfrentarse al caso Koldo, ligado con quien fue durante unos años el número dos del PSOE, José Luis Ábalos. Aunque le expulsaron del grupo socialista, la respuesta fue avivar las denuncias contra Isabel Díaz Ayuso y sacar a pasear a Óscar Puente como púgil de todas las broncas. Craso error, ojo por ojo, diente por diente, yo miento, pero ellos mucho más.

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