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25º Aniversario de su liberación
Hace 25 años una imagen sacudió España, la del funcionario de Prisiones José Antonio Ortega Lara, la de un hombre con 23 kilos menos que al principio de su cautiverio, demacrado y asustado, la del secuestro más largo perpetrado por ETA. Había sido liberado tras 532 días encerrado en un zulo cerrado por un mecanismo que abrieron la pericia del agente Miguel y una "pizca de suerte".
Miguel y sucompañero Carlos pertenecían a la Unidad Especial de Intervención (UEI) de la Guardia Civil y ese 1 de julio de 1997 tenían 36 y 33 años, respectivamente.
Una fecha que no olvidarán porque ese día el instituto armado puso fin a otro de los órdagos que la banda terrorista quería echar al Estado con secuestros como el Ortega Lara o los de los empresarios Cosme Delclaux y José María Aldaya, los tres coincidentes en el tiempo.
Miguel y Carlos han hablado de ese momento, cuando el primero descubrió el sistema hidráulico que cerraba a cal y canto el zulo de madera, húmedo y frío, de apenas tres metros de largo, dos de ancho y 180 centímetros de alto, en el que Ortega Lara sufrió su cautiverio.
Ambos reconocen la dificultad que entrañó para los agentes -se movilizaron 500 guardias civiles- liberar al funcionario de Prisiones y, modestamente, se reparten con una "pizca" de suerte el mérito de haber localizado el sistema hidráulico que abría la trampilla.
17 de enero de 1996. Ortega Lara, nacido en 1959, es abordado en el garaje de su vivienda en Burgos, cuando regresa de su trabajo en la cárcel de Logroño, por tres etarras que le introducen en el maletero de su coche y luego le trasladan en un camión, oculto en una máquina especialmente preparada, hasta un zulo en una nave industrial de Mondragón (Guipúzcoa).
Al día siguiente, encuentran su coche abandonado en el polígono industrial burgalés de Gamonal. Sus gafas estaban en el maletero.
Tres días más tarde de su desaparición, ETA reivindica el secuestro en una llamada telefónica al diario Egin y el 1 de febrero la banda terrorista asume esta acción en un comunicado.
Durante el secuestro, ETA envió a ese periódico fotografías del funcionario para demostrar que se encontraba en buen estado e, incluso, el propio Egin publicó una carta manuscrita en mayúsculas por Ortega Lara en la que pedía a sus compañeros que cesaran en el maltrato a los presos de la banda, y al Gobierno, que negociase. Además, decía recibir un trato correcto.
Mientras, se sucedían en España multitudinarias manifestaciones de apoyo al rehén. Fueron meses de esperanza -el 14 de abril la banda liberó al empresario guipuzcoano José María Aldaya tras 341 días de cautiverio- y de desesperación porque los días transcurrían, el funcionario seguía cautivo y ETA continuaba perpetrando secuestros, como el de Cosme Declaux, hijo de un destacado empresario vizcaíno, el 11 de noviembre de ese año.
A la Guardia Civil le costó dar con la pista que condujera a la nave del encierro, pero luego no la abandonó.
Fueron días y noches vigilando en una situación hostil. Todas las precauciones eran pocas. No solo porque había que evitar ser vistos por las personas que podían trabajar en el polígono, sino por la propia orografía, la humedad del río sobre el que se encontraba la nave o lo escarpado del terreno.
Apenas se producían movimientos en la nave. Apenas dos personas entraban y salían de ella.
Pero la Guardia Civil estaba convencida de que Ortega Lara se encontraba allí. Antes de su liberación, los agentes detuvieron a los cuatro etarras responsables del secuestro, uno de los cuales, Jesús María Uribeetxeberría Bolinaga, fue trasladado al zulo.
Coordinada por el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, la operación Delfín-Pulpo se puso en marcha con 500 guardias civiles ante la dificultad para encontrar el escondite, oculto debajo de una máquina pesada. Mientras, Bolinaga negaba que el rehén se encontrara en la nave.
"Tuve la suerte de encontrar el acceso" al zulo, rememora el agente Miguel en conversación telefónica con Efe.
A este guardia civil, que como sus compañeros trabajó toda la noche para liberar al funcionario de la cárcel de Logroño, le llamó la atención que el pie de apoyo de un torno hidráulico estuviera fijado al suelo, cuando debería ser móvil.
Miguel había trabajado en un taller y se extrañó que ese torno no se pudiera mover. Por eso, ante la sospecha de que ocultara un zulo, comenzó a quitar los tornillos junto a otros compañeros y levantó el torno del suelo.
Un "tapón" pesado (unos mil kilos) -los terroristas lo movían con un mecanismo eléctrico- que precisó de muchas manos y que logró dejar a la vista el pequeño agujero por el que un agente tuvo que entrar boca abajo.
Allí descubrió a Ortega Lara, quien convencido de que el guardia civil era un terrorista, solo acertó a decir: "Matadme de una puta vez".
En un estado lamentable, con 23 kilos menos y evidentes signos de haber sufrido en esos más de diecisiete meses fiebres, diarreas y hongos, Ortega Lara salió a la superficie.
Miguel recuerda "su cara de agotamiento", pero también la alegría que sintió porque finalmente todo salió bien para todos.
Carlos también entró en la nave y contribuyó a la liberación de un hombre cuya imagen le ha quedado grabada, porque "impacta".
Recuerda que costó más localizar la entrada del zulo que entrar a la nave y recalca el trabajo "muy intenso y concienzudo" que tuvieron que llevar a cabo él y sus compañeros.
"Hubo algo de suerte porque el sistema estaba bastante conseguido. No era fácil sin una pizca de suerte", apostilla este agente.
ETA había perdido una nueva batalla ante la Guardia Civil.
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