Mucha España y poca Europa
La problemática doméstica se impone de manera aplastante en los actos de una campaña que se le ha torcido a los socialistas · El morbo no es derribar o mantener gobernantes y se reduce al voto de castigo
Falta una semana para la cita europea con las urnas y la campaña electoral ha traspasado el ecuador con más pena que gloria y sin hacer justicia alguna al carácter supranacional de unos comicios que siempre acaban revelándose en clave doméstica y como campo abonado para una abstención que seducirá a buena parte, el 50% al menos, de los 375 millones de ciudadanos de los 27 estados de la UE convocados a participar en la formación de la Eurocámara.
Serán los sextos comicios europeos en los que participa España, que el 10 de junio de 1897 eligió por primera vez a sus eurodiputados. Los escaños se asignan en función del tamaño de la población de cada país y al nuestro le corresponderán 50 (cuatro menos que en la actual legislatura), que se elevarán a 54 cuando entre en vigor el Tratado de Lisboa. Pese a que dos tercios de las leyes que se promulgan en cada país (medio ambiente, energía, sanidad, inmigración, educación, infraestructuras) parten del tronco común de las directivas comunitarias, el desinterés del electorado sigue disparado y el Gobierno se daría con un canto en los dientes si la participación volviera a ser, como en 2004, del 45%.
El informe sobre los vuelos secretos de la CIA, su rechazo a ampliar la jornada laboral de 48 horas semanales, la reducción del precio de las llamadas de móviles en el extranjero o la ampliación del periodo de internamiento de inmigrantes irregulares son algunos de los momentos de gloria informativa de la Eurocámara en esta legislatura. Poca cosa. La indolencia radica en que estos comicios se perciben lejanos, sí, pero también hay otros silenciosos motores de la abstención, como la crisis, el escepticismo que despiertan los políticos, que PP y PSOE suelen votar lo mismo en Estrasburgo o los obscenos contenidos de una campaña que se le ha torcido a los socialistas al saltar a la palestra las subvenciones a la empresa de la hija de Chaves, con los viajes de Zapatero en aviones del Ejército para acudir a los mítines o con las reflexiones de la ministra de Igualdad sobre los fetos.
En estos comicios no existe el morbo de mantener o derribar al Gobierno o al alcalde, pero el electorado bien puede motivarse pensando en el voto de castigo.
Casi todas las encuestas conceden una victoria, más o menos holgada, a la lista que encabeza Jaime Mayor Oreja, quien repite como candidato popular con la cabeza alta, pues en 2004 el entonces número uno socialista, Josep Borrell, sólo le aventajó en un escaño. Pero Mayor Oreja no es sólo una garantía (de dilatada trayectoria y principios inquebrantables), también puede resultar un peligro, un boomerang, pues encarna al ala dura y esencialista del partido y cuando se pone grave a hablar del aborto, por ejemplo, reactiva decididamente el voto anti-PP. Su cara a cara en 2004 con Borrell fue seguido por 600.000 personas menos que el que mantuvo el lunes con el cabeza de lista del PSOE, Juan Fernando López Aguilar, que se enfrenta al marrón de su vida tras dejar la cartera de Justicia para aspirar a la Presidencia del Gobierno canario.
Pero, salga más o menos airoso, nadie le señalará con el dedo. Tampoco a su gran rival. Eso quedará para Zapatero y Rajoy. Es su partido y el 8 de junio uno de los dos se considerará ganador. ¿De qué?
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