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Llegó la Infanta y mandó callar

PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

16 de febrero 2012 - 01:00

LA infanta Pilar de Borbón, tras protagonizar la apertura del Rastrillo que Nuevo Futuro organiza en Sevilla para sacar adelante su estupenda labor con menores en pisos protegidos, tomó el relevo de su hermano, el Rey, en su célebre "¿Por qué no te callas?" dirigido al epatante Hugo Chávez. Los reporteros le preguntaron por el tema que más perturba a la Familia Real: el caso Urdangarín. Y la duquesa de Badajoz sentenció: "Nadie es culpable hasta que los jueces lo digan, con lo cual, a callar". Con el debido respeto, doña Pilar, le recuerdo que a España ya no se la puede mandar a callar.

Comprendo que es agobiante la presión de los programas de cotilleo sobre la vida doméstica de los duques de Palma, lo que no aporta contenido relevante alguno para la instrucción judicial. Y puede molestar la generación de chismes desde los mismos esquemas de telebasura que se prefabrican para hablar de Andrés Pajares o de Bárbara Rey. En cambio, la atención que, desde la vertiente seria del escándalo, le prestan todos los espacios serios de la prensa, la radio y la televisión, está más que justificada.

Doña Pilar, le recuerdo que el ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, ha dicho que la respuesta más ejemplar sobre el futuro de Urdangarín la ha dado el Rey en su discurso de Nochebuena. Y aquel día, igual que hoy, ni había sido procesado ni ha sido condenado. Pero el restrictivo ámbito de los actos que puedan ser tipificados como delito, y probados en un juicio donde se respeta la presunción de inocencia, no oculta el mucho más amplio terreno de la moral. Lo inmoral no es siempre sancionable como ilícito. Pero sí puede ser una conducta reprobable. Y esa reprobación, doña Pilar, que pesa sobre Urdangarín, lleva la firma de su hermano, el Rey, quien lo alejó de España y de los actos oficiales, marcando así la pauta institucional sobre la moral pública de su yerno, que es un bien distinto a la inocencia judicial.

España es una sociedad democrática donde ninguna ley manda a callar. Y menos aún cuando se investiga por qué tanto dinero de los contribuyentes iba a parar a manos del duque de Palma y sus socios.

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