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Juan Carlos I, el motor del cambio

Protagonista de la Transición

El Rey es el gran protagonista de la Transición: sabía que una España democrática era el único camino para consolidar la Monarquía.

José Antonio Carrizosa

03 de junio 2014 - 05:03

"Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional". El cadáver de Franco estaba todavía expuesto en el cercano Palacio de Oriente. Después de casi cuatro décadas de dictadura surgida de una cruelísima Guerra Civil, un joven Rey tomaba posesión del trono de España ante unas Cortes corporativas, anacrónicas y casposas en la Europa desarrollada de los años setenta, que acababan de proclamarlo "desde la emoción en el recuerdo a Franco". Ya en sus primeras palabras como Rey en aquel frío y soleado 22 de noviembre de 1975, don Juan Carlos, 37 años cumplidos el 5 de enero, hacia un guiño al futuro e intentaba dejar claro, a pesar del encorsetamiento del acto y de su escasa capacidad oratoria, que en España había empezado un tiempo nuevo y que el franquismo había muerto para siempre dos días antes en una cama de la Ciudad Sanitaria La Paz de Madrid.

El Rey que ayer anunció que ponía fin a casi cuatro décadas de reinado será ya para siempre en la historia de España el Jefe de Estado que se jugó el puesto para devolver a su pueblo la libertad. José María de Areilza cuando era ministro de Exteriores en el fallido primer Gobierno de la monarquía lo vendía en el extranjero como "el motor del cambio", una expresión que hizo fortuna y que hoy con la perspectiva que da el tiempo se revela como especialmente acertada.

Sin don Juan Carlos la Transición no hubiera sido y si él no se hubiera puesto al frente del proceso que hizo posible la Constitución de 1978 la Corona, simplemente, se habría disuelto como un azucarillo. El gran mérito del Rey fue comportarse como un hombre de su época y sintonizar con las clases medidas que eran muy mayoritarias en el país gracias al exitoso proceso de desarrollo iniciado en los años sesenta, que modificó sustancialmente los modos de vida y las aspiraciones de los españoles de aquellos años. Para consolidarse en el trono, Juan Carlos necesitaba desmontar el franquismo sin que ese desmontaje lo desmontase, al mismo tiempo, a él. El joven Rey no partía con otra legitimidad que la que le otorgaba la libre designación del dictador. Para el complicado proceso de recuperación de la libertad contó con dos personas, y con dos formas de ver la vida y la política, que se revelaron providenciales: Torcuato Fernández-Miranda le diseñó la forma en la que, traicionando en la práctica los Principios Fundamentales del Movimiento se pudiera transitar, a través de la Ley para la Reforma Política, desde la dictadura hasta la democracia. Adolfo Suárez fue el presidente del Gobierno que tiró para adelante y que tradujo a gestión los objetivos que el Rey había asumido. El resultado fue que don Juan Carlos, apenas tres años después de haber sustituido a Franco, pudo firmar una Constitución democrática, homologable con las más avanzadas de la Europa de su momento y que nos ha permitido disfrutar en España del periodo más largo de libertad que recuerda su atormentada historia.

Un éxito del joven Rey, a pesar de que el periodo de la Transición, sobre el que la investigación histórica todavía tiene mucho que decir, ni estuvo exento de tensiones ni siempre estuvo el Monarca a la vanguardia de los acontecimientos. Por ejemplo, se han publicado materiales recientemente que demuestran que la legalización del Partido Comunista de España, en la Semana Santa de 1977, fue una iniciativa de Suárez que don Juan Carlos no tuvo más remedio que aceptar como hecho consumado.

Hubo momentos difíciles y situaciones que estuvieron a punto de hacer naufragar la recuperación de la libertad. Pero sin el impulso del Rey nada de lo que se hizo hubiera sido posible. Don Juan Carlos conectó enseguida con amplias capas de la población española, más quizás con los jóvenes que con los mayores, a los que ofreció un proyecto creíble de avance social en democracia. Al mismo tiempo, sirvió de muro de contención contra un Ejército nostálgico del franquismo y siempre al borde de la asonada, pero que veía en el joven Monarca la persona designada por Franco como su General en Jefe. Pudo jugar ambos papeles porque demostró una habilidad política y una mano izquierda que nadie le presuponía. Fue un elemento decisivo para que la entonces llamada oposición democrática jugara en el campo de juego diseñado por los herederos de la dictadura y, a la vez, supo mantener en calma a los poderes fácticos, especialmente a la banca, a las grandes empresas creada durante el largo periodo franquista y a la Iglesia que tuvo, a través del cardenal Tarancón, un papel ejemplar en el tránsito hacia la democracia.

Don Juan Carlos, en los primeros años de su reinado, fue un rey poderoso, con influencia real y con amplia discrecionalidad en la toma de decisiones. Hasta que con la Constitución de 1978 se limitaron sus poderes y se tasaron sus funciones, don Juan Carlos ejerció a fondo las prerrogativas que le dejaba la legislación franquista. Las jugó a tope en la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, una operación de gran calado diseñada con Fernández-Miranda y que supuso la primera gran derrota del búnker, completada luego brillantemente con la votación en las Cortes de la Ley de Reforma Política que supuso el suicidio del franquismo y, lo que es mucho más importante, la conclusión de la larga división de España en dos bandos irreconciliables que había comenzado con el golpe militar del 18 de julio de 1936.

Don Juan Carlos propició esa reconciliación porque era el único camino posible para España, pero también porque supo ver que nadie en el país, ni en un bando ni en otro, estaba dispuesto a repetir el pasado y él supo poner la alfombra para que el pueblo español transitara hacia la libertad. Los franquistas, gracias a la Monarquía, aceptaron que su tiempo había pasado y se retiraron de la primera línea política, aunque durante años la estructura económica siguiera básicamente en las mismas manos.

El cambio democrático fue una labor de una complejidad y una audacia sin precedentes, que coloca a don Juan Carlos entre los grandes personajes de la historia de España. En el periodo que va desde el 22 de noviembre de 1975 (proclamación tras la muerte de Franco) hasta el 28 de diciembre de 1978 (firma de la Constitución tras el clamoroso referéndum del día 6) muy pocos reproches se pueden hacer a su papel institucional como auténtico promotor y guardián de la marcha hacia la democracia. Incluso ese papel quedaría reforzado y fijado para siempre en el imaginario colectivo de los españoles en la tarde y la noche del 23 de febrero de 1981, cuando con el Gobierno y el Congreso secuestrados por guardias civiles alzados en armas supo estar en su sitio y cortó de raíz el intento involucionista.

Pero de alguna forma, con la Constitución de 1978 termina su papel de motor del cambio y empieza el de monarca constitucional sin poderes reales e incluso con funciones muy tasadas. Don Juan Carlos había acumulado un capital de simpatía y prestigio entre los ciudadanos que lo mantuvo durante décadas en lo más alto de la estima de los españoles y, como consecuencia de ello, logró que la Corona apareciera en España y en el mundo como una institución consolidada y fuerte.

Con los años ese papel se fue desdibujando principalmente por los propios errores del Monarca, pero también porque su función no aparecía ya ante los ojos de la gente como la del garante de las libertades y la persona que se había jugado el trono por la democracia. Ese fue un proceso al principio casi imperceptible pero que fue creciendo, que tomó carta de naturaleza cuando el país se crispó con la crisis económica que arranca en 2007 y que estalla con toda su crudeza en el desgraciado incidente de Botsuana. A partir de ahí un cúmulo de despropósitos en el que se mezclan caídas y operaciones quirúrgicas, Urdangarín, desavenencias familiares… Hasta llegar a la abdicación de ayer que pone, y no de la mejor manera, fin a 39 años de reinado. Pero es el don Juan Carlos de la Transición el que quedará ya para siempre como el motor que se puso en marcha para traernos la libertad.

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