'Felipe y Letizia', segunda parte
Entre el óleo coral del Congreso y la idílica película en la mañana Telecinco aspiró a ser el canal institucional.
La señal institucional del Congreso nos mostraba un retrato coral en alta definición, con esos ex presidentes que evitaban mirarse. En lugar de los enlutados congresistas del franquismo las apretadas bancadas nos enseñaban un país multicolor, con bastantes mujeres repartidas por los planos, todos más distendidos y menos acartonados, pero tan solemnes como los miembros de las Cortes del 75. También Felipe VI llegaba con algo más de convencimiento que su padre y más curtido en el asunto de hablar en público, dirigirse al pueblo, y acercarse a la gente a través de las ventanas y ventanillas por las que nos asomamos al mundo y tuteamos al universo. A Felipe VI se le ustea como a un buen amigo: la imagen del joven Rey.
Como un cuadro al óleo pintado en un minuto la estampa de la proclamación en el interior del Congreso servida por televisión ofrecía por momentos un aspecto de pintura histórica, de instantánea de autor, entre los moldurones neoclásicos y los maceros ampulosos. Hubo una realización pausada y formal que aprovechó para exhibir la sala casi como un reclamo turístico.
La película, sin el corsé del interior, cambió con la luz de junio de Madrid. Un verano contundente que no tenía nada que ver con el tormentón primaveral de diez años atrás. Los nuevos Reyes estuvieron más sonrientes que en el aguado día nupcial, arropados por sus obedientes hijas, casi surgidas de un cortesano cuadro de sus antepasados. Tanto la parada militar en el Congreso (con abundante despliegue aéreo por parte de TVE), con sus abundantes cameos ilustres, como el recorrido por el ombligo de Madrid, entre jinetes y flameantes calles convertidas en bernabéus horizontales, convirtieron la retransmisión en un amplio spot monárquico marcial y lustroso.
Felipe y Letizia, segunda parte fue mucho más radiante que la primera parte, de la boda. Una historia vivida con más felicidad por parte de los protagonistas, y con mejor compostura, sin caer en la genuflexión, por parte de los maratones matinales que asistían, y nos hacían asistir, como testigos. España, tal vez, necesitaba convertir en imágenes televisivas en color, en sustancia de tertulia de ahora, la proclamación de un Rey: normalizar hasta el fin la monarquía parlamentaria, meterla en el siglo XXI, dejando atrás rastros de Nodo y de empaques franquistas. Colorear una convocatoria de afecto y adhesión en la Plaza de Oriente, un patriotismo civil, armonizado con la globalización y las nuevas tecnologías. Una Décima regia. La película de ayer le vino bien a todo el mundo. Y sobre todo a la Historia.
La realización de TVE, la antigua casa de la Reina, responsable de la misión en el exterior, sirvió amplios planos de todo lo que pasaba en la calle pero también cazó con sagacidad algunos de esos detalles que hacen cambiar pareceres, como la furtiva caricia de la Reina a su marido en la semi-intimidad del coche al partir hacia el Congreso. Las transparentes miradas de doña Sofía y su hija Elena en la alusión del discurso, o ese momento en que Rajoy acompañaba a la princesa y su hermana, contenidas en sus travesuras, como un abuelo, como el padre de una novia. Lo que sucedía en Madrid se veía en directo en decenas de cadenas de todo el mundo, como la RAI italiana o la LCI francesa. La noticia abría los informativos de la BBC o de la CNN. Al-Jazeera llegó a rotular "Juan Carlos VI".
Cada cadena española buscó su distintivo para distinguirse en la mañana. La 1 lucía en la pantalla el escudo de Felipe VI, sin yugo alguno, emblema que presidía la imagen cuando se partía en dos. Antena 3 mantuvo una mareante corona rodante durante casi todo su matinal, Telecinco sostenía un banner con el rostro del nuevo Rey, donde iban apareciendo informaciones, y La Sexta disimuló la matrona de la rotulación de Al rojo vivo sin alterar el aspecto habitual del programa de García Ferreras, acompañado de Cristina Almeida, que ayer hizo bastantes horas extras para Atresmedia. Canal Sur también dejó la grafía de sus informativos para una tertulia andaluza contemplando lo que pasaba en Madrid. Limitación de medios para un esfuerzo que hay que valorar.
Telecinco habrá sido la cadena con más audiencia en la mañana de ayer. Ana Rosa Quintana llevaba el respaldo de Pedro Piqueras, preocupado por su informativo, y por un Jesús Cintora, migrado por un día de Cuatro (que estaba con El encantador de perros), que ya se pasa de impertinente. Ese liderazgo moderó a la cadena privada, más institucional que de costumbre, como si se sintiera con el peso del Telediario. A Ana Rosa se le caía la baba con sus infantes: Joaquín Prat y Màxim Huerta, que pisaron la calle con igual soltura como todos esos reporteros que andaban airosos y acalorados por el asfalto madrileño. La tocaya Ana Blanco volvía a ser la voz de La 1 en los días señalados, la voz de siempre, con Fernando Ónega, en representación de la sabiduría, a quien relevó con María Casado la también veterana Victoria Prego. TVE prefería la imagen, el resumen, más que perderse a veces en las palabras, lo que a veces la alejaba del propio espectador.
Sobre el rol de sabio ese era el papel que debía cumplir Arcadi Espada en Telecinco, quien, gruñón, se sintió decepcionado con el discurso y después criticó por teléfono las precariedades del aperitivo de la recepción. Antena 3 contaba con Pilar Eyre, sabedora hasta del último detalle de la dinastía, mientras Matías Prats disfrutaba como nunca (así lo llegó a reconocer) como carrilero experto en el programa de Susanna Griso, que se quedó exhausta. Ferreras, como siempre, contaba en esos instantes con González Urbaneja. Y con la paciente Carmen Enríquez. La Sexta era la que tenía el volumen más alto, por cierto.
Durante las horas de los actos y el desfile las cadenas mantuvieron una escaleta similar de narración y testimonios, algo complacientes en apreciaciones exageradas (no parecía que a primera hora hubiera tanta gente en la calle), pero con el horario de sobremesa, coincidiendo con la recepción, se relajaron las tertulias y surgían comentarios más vehementes y desenfadados. Telecinco intentó no salirse demasiado del carril institucional (La 1 hasta el España Directo vespertino no hizo ni el intento de relajarse), mientras que Antena 3, con el halo de Griso, sabía alternar los tonos. En esas Roberto Leal se dio un abrazo con una anciana chilena a la sombra del Palacio Real que hizo aplaudir a todos los futboleros. Ante todo, deportividad.
Los nuevos tiempos necesitaban ya un día estelar en los medios. Un programa matinal que se sobrellevó con amenidad ante la profusión de momentos y detalles. Las cadenas se esforzaron en que no decayera el interés. Todo sea por Felipe VI y doña Letizia. Aquella reina de la tele que nos daba los buenos días desde el Telediario.
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