Las Claves
Pilar Cernuda
La corrupción acecha a La Moncloa
EL discurso del Monarca, que acababa de prestar juramento de lealtad a la Constitución, convocó a sumar esfuerzos y energías para construir una España en la que caben todos, unida en su diversidad, que refuerce y consolide el sistema democrático -en cuya génesis agradeció el papel protagonista de la generación de la transición, personalizada en don Juan Carlos y doña Sofía- y conduzca a la solución de los problemas actuales, especialmente los relacionados con la crisis económica, la articulación territorial del Estado y el deterioro de las instituciones. El Rey, que mostró su interés por el medio ambiente y el avance de la mujer y tuvo palabras de respeto y afecto para las víctimas del terrorismo, realzó su estricta sujeción a las previsiones constitucionales y a los principios de la Carta Magna. Se declaró, como no podía ser de otro modo, un rey constitucional y, acorde con esta condición, dispuesto a ejercer su papel de árbitro, moderador e impulsor de los grandes consensos que se necesitan para superar las dificultades actuales. Así resumió estas funciones: escuchar, aconsejar, advertir y defender siempre los intereses generales de una nación de la que se siente orgulloso y preparado para simbolizar su continuidad. En el ejercicio de este papel, don Felipe de Borbón asumió decididamente la necesidad de colocar a la Corona en la vanguardia de ese gran proyecto regeneracionista. Consciente del deterioro sufrido por la Monarquía en los últimos años y del valor inmenso de la ejemplaridad, se propuso a sí mismo el deber de liderar la institución que se encuentra en la cúspide del Estado ejerciendo su cargo con integridad, honestidad y transparencia. Es la mejor fórmula para incitar a todas las fuerzas políticas y sociales y a todas las instituciones a revisar sus conductas y sus prácticas para ponerse a la altura que la sociedad española exige y que el tiempo presente demanda. Ese fue el contenido esencial del discurso de proclamación: una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Es decir, una Jefatura del Estado ejemplar y puesta al servicio de los ciudadanos, dentro de un sistema democrático irrenunciable que las nuevas generaciones de españoles están dispuestas a preservar, reforzar y mejorar en todas las carencias, fallos y debilidades que se le han descubierto. La entronización de Felipe VI empieza, pues, con buen pie. Rodeado del calor popular y el respeto de la inmensa mayoría de los diputados y senadores que representan la soberanía nacional de la que emanan todos los poderes del Estado, dispuesto a suscitar acuerdos e incentivar las reformas que el país necesita y preparado para construir un futuro mejor, siempre posible cuando los españoles se unen para dar lo mejor de sí mismos.
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