La Corona, en su sitio
Una década de reinado de Felipe VI
Diez años después de su llegada al trono Felipe VI ha recobrado el prestigio de la institución y ha dejado atrás todos los fantasmas que pusieron en peligro su continuidad
¡Dios salve al Rey!
La Corona ha dejado de ser noticia por otra cosa que por el ejercicio diario de su función institucional. Este es el mejor resumen que se puede hacer, y el mejor elogio que cabe expresar, de la primera década de Felipe de Borbón y Grecia como Rey de España. Felipe VI ha puesto a la institución monárquica en la senda de la normalidad –lo cual no es poco–, ha logrado enderezar el rumbo de una nave que presentaba importantes vías de agua y ha sabido proyectarla hacia el futuro a través de la Princesa de Asturias, que hoy encarna unas expectativas de continuidad dinásticas que hace poco más de una década estaban seriamente comprometidas.
1. Juan Carlos: del todo a la nada
Para valorar el papel jugado por Felipe VI en la España convulsa de los últimos años y disponer de las claves necesarias para entender el esfuerzo importante que ha tenido que hacer, es necesario remontarse al momento de la abdicación de su padre y a todo el proceso que desembocó en la operación política que supuso la sustitución en la Jefatura del Estado de Juan Carlos por su hijo. Se afrontaron riesgos tremendos ante un supuesto que sólo estaba dibujado con líneas tenues en el artículo 57 de la Constitución, pero que no estaba en absoluto desarrollado. Hubo que meterse en el lío monumental de hacer una ley orgánica ad hoc que podría haberse convertido, tal y como estaba el país, en un avispero político. La difícil maniobra, aun con algunos fallos importantes que en poco tiempo revelarían sus efectos, salió bien. Sobre todo, gracias al esfuerzo de entendimiento que hicieron PP y PSOE comportándose como partidos de Estado. El PSOE, con una herencia genética republicana y que esos tiempos se veía impotente para contener la ofensiva de Podemos, estuvo en una situación delicada que salvó la inteligencia política de Alfredo Pérez Rubalcaba,
¿Cómo se había llegado hasta ese punto? Juan Carlos I había sido, tras su entronización en 1975, a la muerte del general Franco, la encarnación misma del tránsito desde una dictadura que convertía a España en una apestada dentro del mundo libre a una democracia plenamente homologada y convertida en un modelo a imitar. Primero de la mano de Adolfo Suárez y más adelante de la de Felipe González, Juan Carlos acumuló un enorme prestigio tanto en el interior del país como, quizás incluso más, en el extranjero. Se estableció en España una especie de pacto no escrito por la que la figura del Rey aparecía blindada a la crítica y se obviaban o se comentaban en voz baja el secreto a voces de su pésima relación con la Reina Sofía, sus aventuras extraconyugales o su excesiva afición a los lujos y el dinero.
La Monarquía de Juan Carlos I tiene su culmen en el año 1992, con la proyección interna y externa que dan los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla. La crisis económica que deja sentir sus efectos ya a partir de ese año coincide con el desgaste tremendo de los gobiernos de Felipe González por la corrupción. Cuando en 1996 llega José María Aznar a la Moncloa las relaciones entre el Rey y el presidente del Gobierno se irán deteriorando y Juan Carlos se alejará, o será alejado, de la esfera política para centrarse más en la privada. Serán los años en los que el Rey actuará como una especie de comisionista de lujo para abrir a las empresas españolas nuevos ámbitos de negocio en el mundo árabe y en otras zonas en expansión. Ahí están creándose buena parte de los problemas que años más tarde terminarían estallándole debajo del trono.
Llega la crisis financiera de 2008 y todo lo que ella trajo consigo. En España marcó una especia de parteaguas que lo condicionaría todo y afectaría a todos los ámbitos de la vida nacional. Se llevó por delante al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, rompió el hegemonismo bipartidista de PP y PSOE y dio lugar a la aparición de un populismo de extrema izquierda que tuvo sus principales hitos en los hechos del 15 de mayo de 2011 y la inmediata aparición de Podemos en las elecciones europeas de 2014. La Corona no podía sustraerse a ese tsunami político y social y cuando fue arrollada no estaba en las mejores condiciones para resistir el embate. El 14 de abril de 2012 un país tremendamente convulsionado por el descontento social se levanta con la noticia de que Juan Carlos ha tenido que ser evacuado urgentemente de Botsuana para ser operado, tras una caída, de una fractura de cadera. Ese día salta todo por los aires. ¿Qué hacía allí? Cazar elefantes. ¿Con quién estaba? Con su amante, una oscura aristócrata alemana con la que compartía también negocios poco claros.
A partir de ahí todo fue en caída libre. El penoso espectáculo de la petición de perdón a las puertas de la habitación del hospital, la patética lectura del discurso de la Pascua Militar en enero de 2014... La Corona estaba en peligro y contener la hemorragia con Juan Carlos en el trono era un empeño imposible. La operación relevo se puso en marcha.
2. Felipe: Operación Limpieza
El 19 de junio de 2014 Felipe VI inicia su reinado con todos los elementos en contra y con un único capital acumulado: el de su prestigio personal que lo había podido mantener relativamente a flote, mientras su padre se hundía, su hermana Cristina caminaba con paso firme hacia el banquillo de los acusados y Sofía y Elena desaparecían de la escena.
Lo primero que tenía que hacer el Rey era limpiar y además no tenía para ello todo el tiempo del mundo. Si dentro del Palacio de la Zarzuela la situación era complicada en la política y la economía del país no lo eran menos, con repetición de elecciones generales, investiduras forzadas, crispación generalizada, aparición de Vox y, sobre todo, una crisis en Cataluña que amenazaba la cohesión nacional.
En el ámbito más interno, el de su propia Casa, se vio obligado a tomar decisiones complicadas. Intentó por todos los medios que la infanta Cristina pusiera tierra de por medio con su marido, Iñaki Undargarín, metido hasta el cuello en negocios escandalosos, y renunciara a sus derechos dinásticos. La ruptura fue total y el Rey la desposeyó de su título de Duquesa de Palma. Pero el problema principal era su padre, el rey emérito, sobre el que cada día afloraban nuevas historias de irregularidades económicas y fiscales y que llegó a ser investigado por la Fiscalía del Tribunal Supremo. Tras varias regulaciones fiscales y gracias a su inmunidad mientras permaneció en el trono todo fue quedando archivado. Pero su mera presencia en España constituía un problema para la institución. La renuncia por parte de Felipe a la herencia que le pudiera corresponder de su padre, anunciada en plena pandemia, y el exilio en Abu Dhabi fue la solución que se encontró. No era la óptima, pero podía haber sido peor.
Junto a estas decisiones, que conllevaron los desgarros personales y familiares que cabe suponer, Felipe enviaba mensajes claros de que su reinado iba a estar presidido por la integridad, la profesionalidad y la transparencia. No le costó trabajo. Felipe VI transmite un halo de normalidad personal muy alejado del boato que se supone inherente a su puesto. A ello le ha ayudado la Reina: una mujer normal que ha dedicado todo su tiempo a atender sus compromisos institucionales y a volcarse en sus hijas y cuyo prestigio no han podido socavar las varias campañas contra ella que se han puesto en marcha durante estos años.
A diez años vista, los objetivos principales que se puso el Rey para que la Corona dejara de ser centro de atención morbosa y cumpliera la misión que le confiere la Constitución y las leyes están básicamente conseguidos. La situación familiar está, si no normalizada, sí pacificada. La infanta Cristina ha dejado atrás un matrimonio tóxico y mantiene un discreto retiro que sólo rompen periódicamente las revistas del corazón. Juan Carlos, ha logrado salir más bien que mal de todos sus embrollos judiciales y ha decidido permanecer por tiempo indefinido en el extranjero. Sus visitas a España han dejado de producir expectación.
Y el Rey se dedica a lo suyo: a encarnar la Jefatura del Estado con una agenda intensa que hace que los ciudadanos lo ven cercano y preocupado por sus problemas. Su presencia es constante y ese es el mejor aval a una gestión que ha consolidado la Corona y la ha sacado del debate público. Pero para ello tuvo que pasar una reválida que no fue fácil.
3. Cataluña: la reválida
Si el 23 de febrero de 1981 la actuación del Juan Carlos I supuso su consagración como monarca constitucional, el 3 de octubre de 2017 le pasó algo parecido a Felipe VI tras el intento de golpe secesionista en Cataluña. Esa noche el rey compareció por televisión ante toda España para poner las cosas en su sitio y proclamar la vigencia de los valores de la Constitución. ¿Lo hizo alarmado ante la inacción del Gobierno de Rajoy tras las imágenes terribles de la jornada del referéndum del 1 de octubre? Es posible y existen pistas para llegar a esa conclusión, pero de lo que hay pocas dudas es de que el mensaje era necesario y que supuso un antes y un después en la crisis del procés. No fue su mejor discurso y faltaron gestos de empatía hacia una parte importante de Cataluña que se siente nacionalistas y que tiene el catalán como su primera lengua. Pero dejó claro ante toda España que el Rey está comprometido con el sistema democrático y que está dispuesto a dar la cara por él.
Al margen del conflicto catalán Felipe VI no ha tenido más actuaciones políticas que sus periódicos llamamientos al entendimiento en sus mensajes de Nochebuena. O lo que es lo mismo: ha mantenido escrupulosamente su papel arbitral y ha cumplido a satisfacción las funcionales que le corresponden dentro de una monarquía parlamentaria.
4. El futuro se llama Leonor
Diez años después de que Felipe VI se convirtiera en Rey, la Corona goza de estabilidad y su función no está cuestionada, más allá del sentimiento republicano que, lógicamente, mantienen y mantendrán algunas instancias políticas y ciudadanas. En ese sentido puede afirmarse con rotundidad que la institución tiene presente y futuro. Hace una década esa afirmación no podía ser sostenida más que en un difícil ejercicio de voluntarismo.
Han quedado atrás todos los fantasmas y parece que el camino del futuro está despejado. Periodistas y políticos que siguen de cerca lo que ocurre en el Palacio de la Zarzuela coinciden en señalar que la educación del Princesa de Asturias constituye, por ahora, uno de los grandes éxitos de Felipe VI, en lo que ha jugado un papel fundamental la Reina. Cumplida la mayoría de edad, Leonor se está convirtiendo en un personaje seguido con atención que hasta ahora ha demostrado que sabe cumplir el papel para el que ha sido educada.
La Monarquía puede mirar al futuro con confianza. Ese es quizás el logro que con más orgullo se puede apuntar el Rey. La recogió en un momento casi agónico. Y con trabajo y compromiso la ha llevado hasta donde ahora está. Falta mucho por hacer, pero lo más difícil ya parece que ha quedado atrás.
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