La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
Con una camiseta de Obama, en la que éste aparece como un boxeador, al estilo de Muhammad Alí increpando a Sonny Liston noqueado en la lona del cuadriláteo, Jay, un trabajador de la Base de Rota, accede al hangar donde comparecerá en pocos minutos el presidente de los Estados Unidos esbozando una sonrisa de oreja a oreja. "Sólo lo he visto en televisión y tener la posibilidad de tenerlo tan cerca es realmente emocionante". Jay, al igual que el resto de asistentes que va buscando su sitio en este recinto a más de 30 grados a la sombra, transpira entusiasmo. "No se habla de otra cosa desde hace días. Es más, cuando nos enteramos de que se suspendía la visita a Sevilla, temíamos que aquí ocurriese lo mismo. Afortunadamente, no fue así".
El ambiente que envuelve este acto oficial toma forma según se acerca la hora del encuentro. Madres porteando bebés, niñas con sus trajes de domingo, militares españoles y estadounidenses engalanados, miembros de la banda de música ensayando el barras y estrellas... En esta amalgama de nacionalidades y rangos, todos buscan el lugar privilegiado donde conseguir en ansiado selfie, un cruce de miradas o, mejor aún, una palmada. "Ver al presidente de los Estados Unidos es una cosa que sucede una vez en la vida", dice Norina, una americana recién instalada en la Base. "Es un honor y todo un placer", remata.
También los españoles viven la cita con ilusión. José Antonio Guerrero, suboficial de la Marina y sargento primero, asegura sentirse "orgulloso de representar a España en este encuentro histórico". Por su parte, Fulgencio López, subteniente de la Armada Española, considera que "son los militares estadounidenses aquí destinados los que más tienen que agradecer este viaje".
Pasadas las seis de la tarde, el hangar número 5 de la Base de Rota arde de ganas por conocer al fin a Barack Obama. El calor de unas 2.700 personas (2.000 americanas y 700 españolas) estalla cuando el primer presidente de EEUU que pisa suelo gaditano sube al escenario -sin chaqueta pero con corbata y camisa impoluta- entre gritos de alegría y vítores ensordecedores.
Brazos arriba, miles de móviles en mano y otros tantos Obamas capturados para siempre en sus pantallas. La moda de visualizar la vida a través de siete pulgadas. El líder nortemaericano apenas alcanza a acabar las frases de su discurso cuando se ve interrumpido por el clamor popular. The show must go on. Como si de un concierto se tratase, como si estuviese en plena campaña electoral, Obama lanza mensajes y guiños a su pueblo, que no pierde un ápice de atención a pesar de que el espectáculo está servido.
El público vive estos minutos de proximidad con el máximo mandatario totalmente entregado. Lo quieren y lo jalean. Pero el éxtasis está por llegar. Obama se baja del atril y saluda, una a una, a pie de escenario, a todas las familias que se agolpan a su alrededor para conseguir un simple Hi! y estrechar su mano. Y, cómo no, dejando que los niños se acerquen a él. Un Barack Superstar.
Antes de este discurso, Obama visitó el buque USS Ross, uno de los cuatro destructores que Estados Unidos ha desplegado entre 2014 y 2015 en la Base de Rota para conformar el escudo antimisiles de la OTAN.
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