Atornillados al kilómetro cero
El culebrón político del verano hace vaticinar que el PP seguirá anclado al poder y evidencia la incapacidad socialista para presentar una alternativa sólida en Madrid
La Puerta del Sol fue en sus orígenes uno de los accesos de la cerca que rodeaba Madrid en el siglo XV. Aunque el centro geográfico del país está en el Cerro de los Ángeles, en esta plaza de la capital de España se ha establecido el kilómetro cero, punto partida de las carreteras nacionales y, también, medida y metáfora de la que está cayendo en la canícula política madrileña.
Atornillado al kilómetro cero anda, por ejemplo, el PP. No hay quien le desaloje de la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, que está ahí, en Sol, un edificio que fue Real Casa de Correos, después Ministerio de Interior y que luego albergó a la siniestra Dirección General de Seguridad del Estado del franquismo antes de su remodelación para la vida y usos democráticos.
El PP se muestra intratable en las sucesivas convocatorias electorales que se vienen celebrando desde 1995, cuando el socialista Joaquín Leguina, primer presidente madrileño, mordió el polvo al cabo de doce años en el poder. Cuatro antes, en 1991, Alberto Ruiz Gallardón ya le había superado en más de cien mil votos y seis escaños aunque la Izquierda Unida que comandaba en la capital Isabel Vilallonga salvó los muebles del PSOE.
Luego, en las sucesivas convocatorias autonómicas, tanto el actual alcalde madrileño como la presidenta regional, Esperanza Aguirre, han ido minando la confianza de los socialistas en reconquistar la codiciada plaza. La tocaron con los dedos hace siete años, aunque la deserción in extremis de dos diputados socialistas cuando Rafael Simancas estaba listo para ser investido, el famoso tamayazo, obligó a repetir meses después los comicios regionales y la mayoría absoluta del PP volvió a emerger. En 2007, la vida siguió igual y Aguirre barrió a Simancas con una marca espectacular jamás antes alcanzada al llevarse el 53% de votos al zurrón.
Aquello fue demasiado para Zapatero. Ni Simancas ni la abogada Cristina Almeida (cabeza de lista en los complicados comicios de 1999, con Aznar repicando en La Moncloa) habían dado la talla. Así que el PSOE también está atornillado desde hace quince años al kilómetro cero, al de la impotencia y la incapacidad ante la apabullante supremacía del PP en Madrid. La solución parecía encarnarla Tomás Gómez, el alcalde de la localidad madrileña de Parla que en sus segundas elecciones municipales, en 2003, se convirtió en el más votado de España en ciudades de más de 50.000 habitantes, con un 75% de los votos, un timbre de gloria que reeditó en las municipales de 2007.
Simancas tiró ese año la toalla y alguien se fijó en Gómez para que recogiera el marchito testigo del puente de mando del socialismo madrileño, un partido caracterizado por una decidida vocación de convulsión, como se puso de manifiesto con la irrupción de Miguel Sebastián como último candidato municipal impuesto por Ferraz a despecho del rechazo de la militancia del partido. La historia es jartible: no se cansa de repetirse.
Y atornillada al kilómetro cero nos topamos en esta singladura con otra figura, incorpórea, pero muy sustancial y que nunca deja de estar de actualidad: la del prestigio de los políticos que va más allá de sus golpes de efecto mediáticos, ese respeto que se gana a pulso día a día, a lomos del trabajo bien hecho, sin estridencias ni gazmoñerías. ¿Qué ha hecho mal Tomás Gómez para que ahora le quieran quitar de en medio con las elecciones encima? Los socialistas madrileños han puesto el grito en el cielo y le han brindado al líder un respaldo sin fisuras perceptibles. Por mucha encuesta que manejen en Ferraz y Moncloa, quizá Gómez se merecía una oportunidad, como han puesto de manifiesto algunos históricos del socialismo madrileño como Gregorio Peces-Barba, Matilde Fernández o el ex alcalde Juan Barranco, que corean sin cesar en los últimos días su falta de confianza en los "conejos sacados de la chistera" de Zapatero. "Menos paracaidistas y más jamones" proclaman con amarga ironía.
Jiménez sabe que su destino es incierto, por mucho respaldo que la dirección federal le brinde, y ayer se apresuró a colocarse como caballo perdedor. Mal empieza. Y su antecedente electoral madrileño -ante Ruiz-Gallardón en las municipales de 2003- tampoco invita al optimismo.
En todo caso, Aguirre debe pensar con este culebrón del verano 2010 que así se las ponían a Felipe II y que las campanas y campanadas en la Puerta del Sol seguirán limitándose a las del año nuevo y que ella también seguirá atornillada al kilómetro cero.
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