Agotado de esperar
Perfil de Mariano Rajoy
El primer presidente del Gobierno víctima de una moción de censura cierra 35 años de una carrera política en la que el superviente por antonomasia ha sucumbido al pasado
Vaya decepción. El eterno superviviente ha muerto. Mariano Rajoy Brey (Santiago de Compostela, 27 de marzo de 1955) ha sucumbido al pasado. "Español y gallego", como se define en sus memorias, su pasividad, su proverbial dontancredismo, su temple, por decirlo bonito, brillan en lo alto de su personalidad, hasta el punto de dotarle de un aura de astucia el mero hecho de cruzarse airosamente de brazos y sentarse en la puerta fumándose un puro a ver pasar los cadáveres de sus enemigos, como esa dama con las que se las tuvo tiesas y que presumía de haber destapado Gürtel, el sumidero por el que ha escurrido la buena estrella del primer presidente del Gobierno que debe abandonar el cargo tras someterse a una moción de censura, aunque en un último requiebro al menos ha evitado pasar a la Historia como el primero que dimite acosado por la corrupción, aunque ha abominado de su autoproclamado sin descanso patriotismo.
Maldita hemeroteca, afirmó años atrás que "Gürtel no es una trama del PP, sino una trama contra el PP". Una de sus perlas que estos días de ocaso brilla con luz propia, pese a sus esfuerzos por convencer a los españoles de que el PP era ajeno a las andanzas de Francisco Correa y cía. Éste, don Vito se hacía llamar, tiene un don de gentes que le llevó a codearse con lo más selecto del PP. En total Correa habría invertido en política unos 5,5 millones de euros. Los investigadores calculan que las ganancias sumarían ocho veces más. El sumario revela además que las aspiraciones de Correa no tenían límite y tanto él como El Bigotes intentaron continuar con la red de corrupción desde la cárcel. Rajoy ha repetido estos días hasta la saciedad que la sentencia señala que el PP era ajeno a estos tejemanejes y por eso ha sido condenado como partícipe a título lucrativo. El caso es que lo de Don Vito encaja en este paisaje azuladito casi tan bien como la gaviota: el caso conocido como papeles de Bárcenas sentará en el banquillo a seis imputados: los ex tesoreros del PP Álvaro Lapuerta y Luis Bárcenas, el ex gerente Cristóbal Páez, el arquitecto de Unifica Gonzalo Urquijo y las empleadas de esa misma empresa Belén García y Laura Montero. Los tres primeros responderán por delitos de organización criminal y asociación ilícita, y también serán juzgados con el resto por delitos de falsedad contable, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, delito electoral y delitos contra la Hacienda Pública. Es decir, es un proceso contra la cúpula financiera del Partido Popular, a cuyos miembros se atribuyen delitos no contemplados hasta ahora, como el de formar parte de una organización criminal y asociación ilícita, delitos penados con más de 10 años de cárcel. También les atribuye los delitos de tráfico de influencias y delito electoral.
El elefante está en el salón del PP desde 2007, cuando el entonces alcalde Majadahonda José Luis Peñas presentaba una denuncia ante la Fiscalía General del Estado tras haber recibido más de 260 000 euros de la trama de Gürtel. Aportó pruebas irrefutables: grabaciones ocultas realizadas en reuniones con Isabel Jordán, administradora de la empresa Easy Concept que, junto con Special Events y Orange Market, eran propiedad de Correa.3. La Fiscalía General remitió la denuncia a Anticorrupción, que inició la investigación. Finalmente llegó la condena, demoledora, hasta el punto de que ha sido el mascarón de proa de una moción de censura que ha convertido a Rajoy en la primera víctima de este mecanismo parlamentario, nada que ver con golpes de Estado como proclaman los más cerriles de Génova.
Ha sido un final impropio de una figura, un figura, como Mariano Rajoy, que se ha ido por la puerta de atrás y que con un punto pueril se pasó ocho horas jugando al mus en un restaurante cuando constató que iba a ser desterrado de La Moncloa después de que el desagradecido PNV elevara el pulgar sobre su cabeza, el mismo que le daba la vida poco antes permitiéndole aprobar los Presupuestos, un presunto pasaporte para agotar la legislatura, aunque el que ha terminado agotado ha sido el ex presidente.
Todo un animal político, ha portado seis carteras de diferentes ministerios y lleva media vida con el acta de diputado bajo el brazo, desde el Parlamento gallego hasta el Congreso. Fue capaz de superar la desazón por los brutales recortes. Y las minas que le pusieron bajo sus pies compañeros de su propio partido, desde José María Aznar hasta Esperanza Aguirre. Considerado mayormente un parlamentario muy apañado, su estilo socarrón, "vivo en el lío" (1-2-2012); sencillo, "un vaso es un vaso y un plato es un plato" (24-9-2015); retórico, "haré todo lo posible e incluso lo imposible, también lo imposible es posible" (6-3-2018), ayer llegó el punto final de una carrera política de más de 35 años. Uno de los rasgos atribuidos con más frecuencia a Rajoy ha sido su resiliencia, vengan de donde vengan las adversidades. Presume de haber sacado al país del hoyo económico tras someterse a los dictados de Bruselas y Berlín y las luchas de poder que han desangrado al PP en los últimos años. Sin apenas despeinarse, su estrategia ha consistido básicamente en esperar a que los problemas se pudrieran, con Cataluña como espectacular ejemplo de inacción en un conflicto que se iba enquistando y a la par que florecían independentistas por doquier mientras Rajoy miraba para otro lado con un traje cortado por la intransigencia que luego se hizo toga, fiando la solución a encarcelamientos y porrazos.
La trama contra el PP ha devenido -según la sentencia- en "un eficaz sistema de corrupción institucional" en el que "influyentes militantes" del PP se conchabaron con Francisco Correa para detraer fondos públicos y comisiones que, en parte, alimentaron la caja B que funcionó durante años en el partido sin que, según él, Rajoy ni el resto de la cúpula del partido se enteraran de nada. Había llegado a La Moncloa en 2011 tras dos derrotas, en 2004 y en 2008. Habitual desde 1996 en los Consejos de Ministros, gusta de recordar sus tiempos como presidente de la Diputación de Pontevedra, entre 1983 y 1986, aunque su presencia en instituciones públicas se remonta a 1981, cuando se convirtió en diputado del Parlamento de Galicia. Después, entre 1986 y 1987 dio el salto a la Xunta de Galicia, como vicepresidente de Manuel Fraga, a quien se atribuye la frase de "Mariano, vete a Madrid, aprende gallego, cásate y ten hijos".
El Congreso no lo abandona desde 1987, cuando se convirtió en diputado por Pontevedra. Su gran momento llegó al ser consagrado por el dedazo de Aznar, con el que fue ministro de Administraciones Públicas, Educación y Cultura, vicepresidente primero, ministro del Interior y ministro Portavoz y de la Presidencia. Un hombre de la cantera, que se forjó en el PP antes de que existiera. A finales de los años 70 fue vicepresidente de la Junta Directiva de Alianza Popular de Galicia. Otra batalla que terminó ganando, la de las boinas del mundo rural y los birretes, de los jóvenes urbanos, con estudios, como era Rajoy, un registrador de la propiedad e hijo de un juez que llegó a ser presidente de la Audiencia Provincial del Pontevedra. Aznar lo designó sucesor como candidato a la Presidencia del Gobierno en 2003, entre una terna formada también por Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja. Maledicentes aseguran que fue el elegido porque el gran jefe pensó que sería el más manejable, Nada de eso. Rajoy revalidó su cargo como presidente del PP en el tormentoso Congreso de Valencia de 2008, cuando Esperanza Aguirre intentó hacerle la cama tras volver a morder el polvo ante Zapatero. En 2011, por fin, se convirtió en presidente del Gobierno. La oposición interna se diluyó cual azucarillo. Ha visto pasar a mejor vida política a casi todos sus adversarios, a la "menuda tropa", como él dice, de su partido. Unos soldados que ha manejado con mano de hierro, a tenor de la escasa contestación que tienen sus opiniones en las reuniones de la Junta Directiva Nacional del PP. A la ex presidenta madrileña Cristina Cifuentes la obligó a dimitir hace menos un mes para salvar el Gobierno regional ante su escándalo del máster.
Llegó la nueva política con Podemos y Ciudadanos. El Congreso se fragmentó, pero Rajoy ha presumido hasta el último día ganar las elecciones a pesar de todo. "Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quieren los vecinos que sea el alcalde" (2-12-2015). Se lo recordó en el debate de la moción de censura del jueves a Pedro Sánchez hasta la saciedad, que en las urnas no hay color.
Rajoy había superado otras dos mociones de censura gracias a la división de sus adversarios. En la primera fue Iglesias el que dejó en la estacada al candidato socialista, y en la segunda el aspirante de Podemos se quedó casi tan solo como la una. Así debe sentirse ahora Mariano Rajoy, al que le van a abollar la espalda con tanta palmada sus apesadumbrados compañeros de filas, que no le pueden satisfacer el indudable mono de poder que debe estar sufriendo tras ser desalojado de La Moncloa, donde tendrá que hacer este fin de semana una mudanza exprés.
Tuvo la opción de dimitir, pero no quiso. No era una opción descabellada. Hubiera seguido como presidente en funciones, como mínimo dos meses y otro par tras la convocatoria de elecciones. Sumando el periodo de consultas e investiduras, podría alargarse al medio año. Además, habría frenado el acceso de Pedro Sánchez a la presidencia. El problema era que si optaba por cesarse, sus adversarios pactarían de inmediato un candidato que proponer al Rey con el único objetivo de convocar elecciones de manera inmediata. La posibilidad de que alguien del PP pudiera heredar su trono era nula. También podría haber ganado tiempo desde la oposición a la espera de que pinche la burbuja de Ciudadano, aprovechando el supuesto compromiso de Sánchez con el PNV de alargar todo lo posible la legislatura. Y no dimitir facilita a Rajoy mantener intacta su intención de seguir al frente del PP y volver a concurrir como candidato en los siguientes comicios con el argumento ritual: "¿Por qué tengo que dimitir yo que de momento tengo la confianza de la mayoría de los españoles?".
Lo peor de todo esto es que Rajoy ha perdido la vitola de patriota fetén. Sabía que con Pedro Sánchez al frente del Gobierno la cita con las urnas se demorará cuanto sea posible y eso es lo que le conviene a todos menos a Ciudadanos. El patriota no ha tomado esta decisión por el bien de España, sino por el de su propio partido, muerto de miedo a ser engullido por Ciudadanos. "Una cosa es ser solidario y otra es serlo a cambio de nada" (30-6-2015).
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