“En España se compensa con leyes la falta de reflexión sobre lo que es ético”
Víctor Lapuente | Catedrático de la Universidad de Gotemburgo
Víctor Lapuente (Chalamera, Huesca, 1976) es doctor en ciencias políticas por la Universidad de Oxford. Actualmente es catedrático en la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y profesor visitante en ESADE. En sus investigaciones estudia las diferencias en la calidad del gobierno y las políticas públicas entre países. Autor de El retorno de los chamanes. (Península, 2015) y Organizando el Leviatán (Deusto, 2018), su último libro es Decálogo del buen ciudadano (Península, 2021), una obra muy diferente a las anteriores que surge a raíz de ser diagnosticado de una grave enfermedad.
–Confucio dice que tenemos dos vidas y que la segunda empieza cuando nos damos cuenta de que sólo hay una.
–No conocía esa expresión, aunque cito a Confucio en mi libro (Decálogo del buen ciudadano, Península 2021). Cuando te cae la losa encima del diagnóstico de una mala enfermedad, te hundes un poco. Pero en un cierto sentido, también te puede elevar la idea de aceptar la incertidumbre de la vida. La sociedad nos empuja a rechazar nuestra vulnerabilidad con eso de que somos invencibles y de que imposible is nothing. Pero creo que es más provechoso aceptar la incertidumbre. He intentado condensar en estas diez reglas la sabiduría de pensadores que a lo largo de la historia sufrían como algo normal lo que para nosotros es algo excepcional, como pandemias o hambrunas continuas.
–Nuestra cultura da la espalda a la idea de la muerte. ¿Es un problema a la hora de afrontar nuestra vida diaria?
–La cultura del narcisismo de hoy nos debilita y nos infantiliza. Hemos apartado la discusión de la muerte. Ya no la celebrábamos como antaño. Los niños ya no van a los cementerios sino que celebran Halloween. Tampoco se ve en las artes populares, como el cine, salvo excepciones.
–¿El materialismo ha matado a Dios, entendiéndolo como una noción de trascendencia de la vida?
–Hemos abandonado la trascendencia. De ahí viene el individualismo extremo y la idea de que sólo importamos nosotros y nuestros propios deseos. Hay una responsabilidad política compartida por las ideologías de izquierda y derecha que han sido dominantes en los últimos años. La derecha ha abandonado los principios de la democracia cristiana de comunidad y ayudar a los demás, adoptando los postulado neoliberales de que vales lo que te pagan en el mercado. Los Berlusconi, Trump y Johnson han remplazado a los Adenauer. Y la izquierda, ha matado al equivalente a Dios que es la idea de patria, de la nación inacabada que decían los progresistas americanos. Ha suplantado el lenguaje del sacrificio y los deberes hacia la patria por el de los derechos y que el Estado debe satisfacer las necesidades individualistas.
–Usted apunta también al exceso de victimismo.
–Vivimos inmersos en la cultura de la queja. Cuando nos preguntamos por la culpa de los males de la sociedad, siempre acusamos a otro, sea un país o la ideología contraria. Me gusta mucho esa frase de Alexander Solzhenitsyn que dice que la línea que separa el bien del mal no pasa ni entre estados ni entre clases ni ideologías, sino que atraviesa el corazón de cada ser humano. Dentro de nosotros está la fuente del bien y del mal. Debemos ser conscientes de que hacemos cosas correctas e incorrectas y asumir nuestra propia responsabilidad.
–España permitió los encuentros familiares en Navidad y ahora pagamos las consecuencias con la tercera ola. ¿Falló nuestra responsabilidad como sociedad por el hecho de que muchos apuráramos los límites de la ley sin plantearnos si era ético y hoy se acuse al Gobierno de no haber sido más restrictivo?
–Es una reflexión muy buena. Vivo fuera de España y veo que el problema que tenemos es que hemos rechazado por completo la discusión sobre ética y valores. Es lo que pasa con los políticos corruptos cuando dicen que no se les puede procesar.Da igual que éticamente se haya portado mal. Es terrible que hayamos suplantado por la ley la discusión ética sobre lo que es ejemplar y no. Eso explica por qué en España tenemos una sobreabundancia de leyes y regulaciones, ya que compensa nuestra escasa reflexión sobre lo que es ético. La Navidad es una muestra más de ese mensaje ultraliberal de que lo que no es flagrantemente ilegal es permisible.
–¿Qué idea de su decálogo es la más importante desde su punto de vista?
–La más importante para mí es que hay que abrazar la incertidumbre. Estamos aquí de prestado y eso nos da fuerzas, no nos debilita. Y también destacaría cuatro virtudes capitales del mundo grecorromano que se compensan entre sí. Por un lado, tienes que tener coraje, pero estar templado. Y buscar la justicia desde la prudencia de tu economía y la de tu familia. A ellas se suma el hilo de luz que le dan las tres grandes virtudes cristianas: el amor, la conexión con nuestras tradiciones y la esperanza, que es mirar hacia el futuro sin miedo.
–La pandemia nos ha llevado a tropezarnos de bruces con la incertidumbre. ¿Cree que saldrá una sociedad mejor?
–No lo tengo claro. Mi parte optimista me dice que las dificultades muestran de qué estamos hechos y nos pueden elevar abandonando el individualismo. Pero el escenario pesimista es que caigamos embaucados por falsos dioses con soluciones fáciles. Nacionalpopulistas que nos digan que hay que cerrar las fronteras, o fundamentalistas religiosos que lleven al yihadismo o a entidades similares en el cristianismo o lo que estamos viendo en EEUU con Donald Trump, que es tanto nacionalpopulismo como fundamentalismo religioso.
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