"La química va a resolver el misterio de la vida"
Ernesto Carmona. Catedrático de Química Inorgánica
Enumerar el currículo o los premios de Ernesto Carmona (Sevilla, 1948) requeriría una página como ésta. Catedrático de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla, este investigador del Instituto de Investigaciones Químicas (US-CSIC) es una eminencia en la química organometálica. Su última contribución consistió en discenir un compuesto "inesperado", en parte orgánico y en parte metálico (zinc). Fue en 2004 y le valió para convencer al editor del Science. Al final del curso se jubila. El miércoles y jueves se despide con un simposio en el Paraninfo de la Fábrica de Tabacos, donde será homenajeado.
-¿No es la tabla periódica un jeroglífico?
-Vargas Llosa dijo al recibir el Nobel que lo mejor que le pasó en su vida fue aprender a leer. Yo digo que lo mejor que puede pasarle a un químico es entender la tabla periódica. Ahí está todo. Ayuda a entender las reacciones de la naturaleza. Es uno de los logros clave de la humanidad. Si la vida en el planeta se extingue mañana, a un extraterrestre le bastaría la tabla periódica para saber que hubo vida inteligente. Son los mismos elementos que están en todo el universo.
-En su carrera ha sido importante el zinc.
-Es un elemento esencial para la vida. Cumple una función fundamental en nuestras enzimas, pero es poco particular. Le falta la magia de los metales de transición.
-El zinc es muy común, es el latón de toda la vida.
-Y cada vez se ve menos. Cuando era niño, todo era de zinc: los cubos, las planchas... y los tejados. Al ser un metal que conduce bien el calor, los techos se calientan demasiado, pero aún se usa en algunos países.
-¿Ha conocido un investigador que entonara el eureka?
-Mi jefe, Geoffrey Wilkinson, Nobel en 1973, es uno de los padres del ferroceno, un emblema de la química organometálica, mi campo de trabajo. Esa molécula fue descubierta antes, pero quien lo hizo no supo qué tenía entre manos: toda una revolución química. Wilkinson y un colega alemán, Fischer, supieron ver su estructura, que era en forma de sándwich. Exclamó '¡Jesucristo!', que es casi como un eureka.
-En ciencia básica, que es a lo que usted se dedica, uno repara en que, con los años, alguien puede usar su descubrimiento para cosas prácticas.
-Vuelvo a Wilkinson. Él y su equipo prepararon unos compuestos de titanio y circonio y, dos décadas después, se convirtieron en extraordinarios catalizadores para la producción de olefinas, un tipo de plástico.
-Ahora son apestados.
-Vivimos en la era de los plásticos. No podríamos vivir sin ellos. Su química es relevante desde el punto de vista económico, quizá demasiado. Tenemos un problema para eliminarlos. Lo de los océanos es un desastre.
-De la química de los plásticos a la inteligencia artificial. ¿No es abrumadora la velocidad a la que va todo?
-Lo es, sí. Yo no tengo ni móvil. Y de redes sociales, nada. El móvil lo tendré que comprar algún día, seguramente cuando me jubile. Mi argumento es que siempre estoy localizado, en casa o en el trabajo. El correo electrónico sí me parece una herramienta formidable.
-Y ha llegado el año de su jubilación.
-En la universidad uno puede trabajar hasta los 70 años. Yo quería seguir, aunque no más allá. Creo que es una obligación moral por los problemas que hay con las pensiones.
-Tras 45 años, ¿percibe el reconocimiento que le dedican sus iguales?
-Me considero sólo un buen profesional, como tantísimos en el mundo. Lo único que he hecho es trabajar y hacerlo lo mejor posible. Es todo.
-Salió de España recién licenciado, en 1974, y llegó al Reino Unido. Era el tiempo de la crisis del petróleo, de las huelgas...
-Peor estábamos aquí. Franco firmó entonces las últimas ejecuciones, que tan sonado fueron en España y en el resto de Europa. Causaron conmoción. Fueron malos tiempos. Y yo, sin tener ni idea de química organometálica, llego al laboratorio de un señor que aquel año ha ganado el Nobel trabajando en ello.
-Y además inmigrante.
-Al principio fue muy difícil. Iba con mi mujer embarazada. Pasamos una penuria de la que no quiero ni acordarme. Gracias a mi jefe, fueron sólo tres o cuatro meses duros. La hospitalidad de los ingleses fue extraordinaria. Nuestro recuerdo de Londres es insuperable.
-¿Han perdido los ingleses aquella hospitalidad?
-Creo que no. Ha habido mucha demagogia con el Brexit. Han sido engañados. Ahora lo admiten. Tengo colegas que hicieron campaña casi puerta por puerta contra la salida de Europa. Saben que pierden muchísimo. Va a ser muy complicado, también para nosotros.
-Retrocediendo a su infancia, ¿le despertó más interés por la química la escuela o el entorno familiar?
-Ninguno en particular. Siguiendo la inercia familiar, acabé en la escuela de peritos eléctricos, pues ahí estudiaba un hermano. En el primer curso tuve a un profesor excelente, don Manuel Yruela, y tuve claro que lo mío era la química.
-¿Ha agotado la química inorgánica su era de grandes hallazgos?
-No, no. Sólo una parte, los óxidos metálicos, está detrás de la revolución electrónica de los últimos años y de la energía solar. La química inorgánica está muy viva. Y la química más todavía.
-¿Cuál es la misión de la química?
-Los físicos han tenido como objetivo descubrir las leyes del universo y los biólogos, las leyes de la vida. Ambas disciplinas están en dos extremos de un inmenso océano. La química será la que las comunique y una de sus misiones será esclarecer el origen de la vida.
-¿De verdad?
-En los próximos decenios la química podrá decir de qué modo los átomos individuales se agregaron para formar moléculas complejas, como los ácidos nucleicos y las proteínas. Luego está el misterio de cómo se organizaron para originar una célula y, lo capital, cómo se organizó ella misma para cumplir las leyes de la vida. Ésa es la vida bacteriana, primitiva, que evolucionó a vida inteligente. La química será la que resuelva ese enigma.
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