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"No me presento a premios porque no creo en ellos"

José Mateos, editor y escritor

José Mateos, editor y escritor. / Vanesa Lobo
Arantxa Cala

14 de diciembre 2018 - 05:00

Nació en Jerez en 1963. De niño se veía más como torero o futbolista que como escritor:"Hubiera sido un buen torero". De familia muy artística, es hijo del proyectista de cine y documentalista José Rosales, y sobrino de Emilio Rosales, que fue apoderado de Antonio Ordóñez. Amante de la montaña, vivió en Grazalema, "cuando era un paraíso, hoy perdido". Reservado, muy tímido, pero al mismo tiempo cercano y sociable, se esconde siempre bajo su sombrero. Acaba de publicar El ojo que escucha y a la vista está otro libro de poemas tras el verano.

-Usted dice que la poesía está en las catacumbas. ¿Sigue viviendo en esa oscuridad literaria?

-Cada vez menos, por desgracia. Siempre he pensado que una de las ventajas de vivir en Jerez es que estás lejos de ese mundo literario tan corrosivo para un escritor. Aunque cada vez conozco a más gente y eso me complica un poco. Ya no puedo pasear con la misma tranquilidad de hace unos años. Pero Jerez me sigue pareciendo una ciudad muy cómoda.

-Aunque habría más salidas literarias en Madrid, por ejemplo.

-Para hacer carrera literaria Madrid es la ciudad en la que tienes que estar. Si no, todo es muchísimo más lento y difícil. Yo tuve la oportunidad, de joven, recién publicado mi primer libro, cuando me llamaron de Radio Televisión Española en la época de la Movida y estuve allí, pero aquel ambiente no me gustó. Después tuve alguna oferta para irme a trabajar en un periódico nacional, cuando hacía el suplemento Citas con Juan Bonilla. Pero yo en ese momento pasaba por una grave depresión y sentía miedo ante cualquier cambio. Acabé siendo incapaz de salir de una habitación durante meses hasta que poco a poco, gracias al cariño de algunos amigos, conseguí superar aquello. Ahora me parece que fue una ventaja no aceptar esas ofertas porque vivir apartado en Jerez me ha permitido una soledad, una tranquilidad y un alejamiento que me ha servido para no desviarme de lo que verdaderamente me parece importante. No sé. Eso pienso ahora.

-¿Cree que ha alcanzado el triunfo literario?

-No, no (risas). Triunfar es una cosa de cantantes de medio pelo. Yo no he querido nunca eso. El triunfo de un escritor, en todo caso, es tener lectores y yo lectores no creo tener muchos según el balance de mis editores, que son unos valientes. Me gusta creer que los doscientos o trescientos lectores que tengo son de los que leen bien y con conocimiento. Un escritor puede darse cuenta de quién es, del valor de su obra, no por el número de personas que lo leen sino por la calidad de las personas que lo leen.

-Como escritor, ¿le gusta meter el dedo en la llaga?

-Sí, desde esas catacumbas se ven las cosas del mundo con cierta distancia, desinteresadamente, y eso permite reflexionar sin que las modas y las opiniones generales empañen lo que uno ve. Entre los imbéciles que quieren cambiarlo todo y los sinvergüenzas que no quieren cambiar nada, está la sensatez de meter el dedo en la llaga, de mostrar la herida. En fin, en esta época tecnológica, la poesía va un poco a contracorriente porque requiere paciencia, silencio, lentitud, y en ese sentido creo que es más necesaria que nunca.

-Acaba de recibir el premio Torino in Sintesi al mejor escritor de aforismos.

-Me da un poco de pudor hablar de ese premio. Es el único que he recibido en mi vida y me hizo gracia que viniera de Italia. Pero son cosas que carecen de importancia. Lo digo de verdad. Yo no me presento a premios porque no creo en ellos. Al fin y al cabo -y esto en el mejor de los casos- un premio es el resultado de que un libro le guste a tres o cuatro personas. El mayor premio es conseguir que algo de lo que has escrito siga aquí cuando esta generación de hombres sea barrida de la historia.

-Su editorial, Libros Canto y Cuento, cumple cinco años. ¿Qué tal va?

-Bien, aunque económicamente no tanto, claro. Teniendo en cuenta las limitaciones económicas y de medios de la editorial, creo que he conseguido publicar algunos libros importantes como La más que viva, que ha acercado a algunos lectores a un autor para mí fundamental como es Christian Bobin. Y también está la colección de poesía, que tiene ya un catálogo importante, con poetas imprescindibles. Ahí he podido publicar también a algunos autores que han estado conmigo en los talleres de creación literaria. De eso es de las pocas cosas de las que me siento moderadamente orgulloso. De los escritores que han salido de esos talleres en los que llevo casi 15 años.

-¿Está en su mejor momento como escritor?

-No sé (ríe), ojalá. Tengo miedo a la decadencia, a que las cosas empiecen a no funcionar bien en mi cabeza. Antes me costaba mucho más escribir y ahora todo fluye más natural.

-¿Se felicita a usted mismo?

-No, que va, que va (ríe). Soy muy exigente conmigo mismo. Creo que si uno quiere llegar a ser algo en cualquier disciplina de la vida es necesario aplicarse una autocrítica feroz. Me parece que nunca he estado satisfecho de nada de lo que he publicado y muchos de mis libros han salido a la luz gracias al empuje de algunos que creen en mí más que yo mismo.

-¿Por qué escribe?

-No sé. Por una necesidad interior de acariciar el misterio de la vida, para expresar el asombro y el agradecimiento por todo lo que uno recibe sin merecerlo. Para no tener que hablar de mí mismo como ahora, en esta entrevista. Para desaparecer, ser invisible (ríe).

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