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“La posguerra fue un tiempo de dolor, miedo, desolación y hambre”

María Jesús Peregrín | Periodista y escritora

María Jesús Peregrín. / DS
Andrés Cárdenas

24 de abril 2024 - 06:00

María Jesús Peregrín nació en 1956 en Larache, Marruecos. Es periodista y estudió Derecho en Granada. Trabajó en medios de comunicación tan dispares como, ‘Patria’, ‘La Hoja del Lunes’, ‘Diario de Granada’ y ‘Diario Liberación’ en Madrid. También en emisoras de radio como M-80 Granada, Cadena COPE o TVE en Canarias. Terminó su vida laboral en Canal Sur. Ahora se dedica a escribir novelas. La última se llama ‘El año de la sal’ y está ambientada en los duros años de la posguerra, con un asesinato de por medio. Otra de sus novelas negras.

–Titula usted su novela ‘El año de la sal’. ¿Cuál fue ese año?

–Aunque la sal sea la única roca comestible, la que más se utiliza en nuestras cocinas y el conservante más antiguo de la alimentación que conocemos, el protagonismo de la sal en mi novela es el secreto mejor guardado. Quiero decir que, hasta que el lector no llegue hasta la última página, no tendrá forma de saberlo.

–Explíqueme en pocas palabras el argumento.

–El año de la sal es la historia de una injusticia. Una de las muchas historias silenciadas en los años del hambre, cuando el patrón de un cortijo andaluz obliga a Ginés, un chico de quince años, a sustituir a su padre enfermo recogiendo alcaparras en el campo. Él no quiere estar allí, intenta estar a la altura, pero nadie se lo pone fácil. El año de la sal es el relato de Ginés cuando ya es un hombre mayor y echa la vista atrás.

–Resulta duro para el lector andaluz recordar el trato que los caciques daban a los campesinos en la posguerra.

–La posguerra fue un tiempo de dolor, miedo, desolación y hambre. Mucha hambre. La gente no tenía con qué alimentarse y malvivía con lo poco que entraba en las cartillas de racionamiento. España era un solar hambriento. Y en el campo español solo los señoritos de los cortijos― no digo que todos– tiraban de látigo para que los trabajadores engordaran sus cosechas.

–¿Cómo se ha documentado?

–Para escribir esta novela he hablado con personas muy mayores que aún recordaban, por ejemplo, cómo pasaban el dedo por la cáscara de un huevo para sacar lo que quedaba pegado a la yema. Gente que lo ha pasado muy mal. Es que sobrevivir así fue muy duro. Sé que el libro que he escrito escuece. Duele al leerlo, porque entran por los ojos la esclavitud de un inocente y el latigazo despiadado de un amo. Por eso estoy convencida de que al lector le llegará al corazón.

–En su relato… ¿es todo ficción o parte de algún suceso real como ese asesinato del que habla?

–Todo es ficción. Lo es la historia, la trama y los personajes. Sí debo reconocer que bajo esta novela está lo que un día me contó mi madre: que mi abuelo, con una deuda de pocas pesetas, tuvo que emigrar. Que lo que ganó por ahí no debió ser suficiente, porque volvió a recoger tápena (alcaparras) pegado a la tierra. Es un oficio ingrato y doloroso. La planta tiene espinas y sangras mucho. Hay que doblar el cuello durante muchas horas.

–La novela la ubica usted en el sudeste andaluz. ¿Puede ser en la provincia de Almería?

–Sí. Es Almería. Todo ocurre en un cortijo cercano a la localidad de Pulpí, un pueblo que hace frontera con Murcia; un pueblo que nada tiene que ver con el Pulpí de ahora, próspero y solidario.

–En su novela hay mucho vocabulario andaluz, localismos y palabras que ya apenas se usan.

–Son cultismos que redondean la novela desde mi punto de vista, porque son expresiones de entonces y también de ahora. El lector podrá aprender palabras preciosas. Palabras que, contra todo pronóstico, aún se utilizan en el sudeste andaluz.

–También echa mano de refranes y dichos campesinos. Me imagino que habrá tenido que echar a rodar la memoria.

–Bueno, en eso me ha ayudado el trabajo de investigación previo realizado por los historiadores almerienses: Dolores Muñoz Navarro y Francisco Martínez Parra. Todo un pueblo: Cultura, Costumbres y Tradiciones de Pulpí. Un lujo.

–Entre las obligaciones del protagonista está la recogida de alcaparras. ¿Es una actividad vigente?

–La alcaparra y el esparto nacen no solo en las tierras de Almería, también hay alcaparra en Murcia y algunas zonas de Granada. A día de hoy, las alcaparras se importan de Turquía y Marruecos, se preparan para el consumo en la localidad murciana de Águilas y luego se exportan al resto de países. En la zona algunos labradores aún cogen tallos, alcaparrones y alcaparras. Pero ya son muy pocos.

–Parece que se ha especializado usted en el género negro

–Intento comprender por qué somos como somos. Qué nos lleva a actuar de una forma u otra. A ser crueles con nosotros o con los demás. A ser tiranos, mentirosos, envidiosos, empáticos, generosos…Todo eso me lo da lo noir. O creo que me lo puede dar. Y ahí araño.

–Si esta novela se llevara al cine muchas personas rememorarían la película ‘Los santos inocentes’

–Si esta película acabara en el cine podría servir para que los jóvenes de hoy comprendieran todo lo que sufrieron sus bisabuelos, sus abuelos y sus padres durante y tras la Guerra Civil. Con eso me conformaría.

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