Pedro Jordano: “Nuestra relación con la naturaleza es tóxica”
Pedro Jordano Barbudo (Córdoba, 1957), profesor del CSIC en la Estación Biológica de Doñana, estudia las interacciones de las especies en un mismo ecosistema, desde los virus a los hombres, con toda una panoplia de seres intermedios que se relacionan en un frágil equilibrio. El hombre, sostiene este profesor asociado en el departamento de Biología Vegetal y Ecología de la Universidad de Sevilla, es artífice de alteraciones que andan agitando el ciclo natural del planeta. Sus estudios le han valido para ingresar recientemente en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España.
–¿Qué le explica a los escépticos que dudan del calentamiento del planeta?
–Muchos negacionistas dicen que el clima lleva cambiando desde el origen de la Tierra y eso es cierto. El problema es que ahora tenemos señales inequívocas de las que podemos concluir que el clima está cambiando de manera más acusada, que lo hace más rápidamente y que se debe a la acción humana desde hace aproximadamente dos siglos, mucho más intensificada en el último siglo.
–¿Se encuentra a quienes ponen en duda esos argumentos?
–Es como discutir sobre flamenco o sobre los toros, cada cual tiene su certeza. Pero aquí no estamos hablando de religión o superstición sino de conocimiento...
–... Del conocimiento científico.
–La ventaja de la ciencia es que es contrastable. Si alguien no está de acuerdo con la hipótesis, puede contrastarla y derrumbarla. En ciencia avanzamos sobre el error, cuando nos equivocamos. Si tenemos una hipótesis que no se consigue falsar, que no se refuta, la hipótesis resiste como lo que está más próximo a la verdad.
–¿Y cómo se traslada eso al cambio climático?
–Hasta ahora no se ha conseguido demostrar que sea falso. Los datos de la variación climática son los resultados de miles de grupos de investigación de todo el mundo que muestran qué está ocurriendo. No es un conocimiento obtenido por superstición, por revelación, sino a partir de los datos de la realidad; no es una opinión. Es lo más próximo que tenemos a la verdad. Y no es que sea la verdad, pues los científicos nunca afirmamos poseer la verdad, lo que afirmamos es que, con el conocimiento que hay, estamos lo más cerca posible de la verdad y descartamos otras explicaciones posibles.
–¿Por qué la ciencia ha perdido reputación?
–Creo que hay muchos sectores de la sociedad que aún no entienden cómo funciona y las características que la hace ser la mejor herramienta que tenemos para obtener conocimiento acerca del mundo. Es una cuestión que debemos enseñar en las escuelas y la universidad. Tendríamos que redoblar los esfuerzos en mostrar cómo la ciencia no sólo nos ayuda a ser mejores sino que nos facilita la vida cotidiana. Si miramos a nuestro alrededor, más de un 95% de las cosas que funcionan se han desarrollado a partir del conocimiento científico, y no de los conocimientos ancestrales, de la religión o la superstición, muy respetables por otra parte.
–Incendios, terremotos e inundaciones. ¿Qué capacidad tiene el planeta de repararse a sí mismo?
–Depende de las condiciones particulares. Hay una capacidad de regeneración pero también están los puntos críticos, puntos de no retorno. El sistema se va a punto de equilibrio en el cual es prácticamente imposible retornar al punto inicial por mucho esfuerzo, técnica o dinero que se ponga.
–¿Está el calentamiento del globo en un punto crítico?
–Lo que vemos es que todas las señales son alarmantes y que no se está frenando. Siguen creciendo, por ejemplo, las emisiones de efecto invernadero.
–¿Y qué puede hacerse?
–Tenemos que revisar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. Una relación es tóxica cuando no hay reciprocidad. Nuestra relación con la naturaleza es tóxica, extractiva. Consideramos los bienes de la naturaleza como recursos. Y la naturaleza no es un recurso, la naturaleza es un bien. Al bien lo tienes que cuidar.
–¿La actual extinción masiva de insectos puede estar en ese punto crítico?
–Depende de hasta dónde haya llegado. Lo que estamos viendo es que unos pocos grupos están aumentando y otros muchos están disminuyendo, por ejemplo, las libélulas, y muchos polinizadores. Su diversidad está disminuyendo muchísimo. En la marisma de Doñana, se censaban 40 o 50 especies en la década de 1950 y ahora no llegan a la treintena. Se están perdiendo especies. Hasta dónde se puede recuperar hay que verlo.
–Y son 20 especies de libélulas que cumplían una función en el ecosistema y que ya no existen, ¿verdad?
–Habría que ver las consecuencias. Tenemos claro que son funciones ecológicas que se pierden. Se ve concretamente con cuestiones como el virus del Nilo. Se pierde esa función de la biodiversidad de amortiguación de los patógenos, de los reservorios naturales de patógenos. Los ecosistemas tienen su diversidad de bacterias, de virus, de flores, de plantas, de helechos, de águilas, de libélulas, de todo tipo de organismos en equilibrio que son un modo de colchón. Si esa diversidad se pierde, los parásitos o patógenos de esas especies saltan a hospedadores nuevos. Y al final de esa cadena estamos los humanos.
–¿Y por eso afirma que hay más probabilidad de que surjan pandemias ahora que hace 50 años?
–No afirmo que haya más probabilidad sino que se mantienen las condiciones para que sigan las puertas abiertas a las pandemias, una puerta que se abrió cuando alteramos gravemente la naturaleza. Si se revisa la historia de los últimos 200 años de las pandemias, la mayoría de los casos, por no decir en todos –VIH, virus del Nilo, Zika, Nipah, ébola, SARS, MERS, Covid– están asociados a alteraciones graves de la naturaleza, por ejemplo, la deforestación, la caza abusiva, la sobreabundancia de ganado doméstico y sobrepastoreo que reduce o anula la vegetación.
–Y de ahí a una pandemia como la del Covid sólo hay un paso, ¿no?
–El surgimiento de estas pandemias devastadoras se asocia a la deforestación, a la pérdida de hábitat natural, a caza abusiva y mercados de fresco no regulados, y a grandes poblaciones humanas muy en contacto con las áreas naturales, sin las que los separe una frontera suave, sino abrupta. Las pandemias están asociadas a esas situaciones y eso hace pensar que seguirán repitiéndose.
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