"El roce no hace el cariño, sino rozadura"
Miguel Iríbar | Cómico
Omite el Ramón, su segundo nombre, y el García, su primer apellido, para quedarse a secas en Miguel Iríbar (Sevilla, 1976). Periodista de formación, pronto se fue a hacer los Madriles por un máster de producción audiovisual. Entró en la entonces Paramount en producción y ha sido redactor, guionista, monologuista y coordinador de guión en Comedy Central. Ha hecho cientos de bolos, cada sábado actúa en La Chocita del Loro de la Gran Vía y presenta un entretenido podcast de entrevistas cerveza mediante: Cambiando de Tercio.
-Su padre es militar, ¿le dio un síncope cuando le dijo que se dedicaría al humor?
-Le dio susto que me fuera a Madrid y tuviera que pagar un máster, pero trabajé para que sufriera menos la economía familiar. Él, militar más bien izquierdoso, y mi madre, vasca antinacionalista, son mis mayores fans.
-Fue un crío apocado y acomplejado. ¿Hay que sufrir para hacer buen humor?
-Sin tampoco haber sido un amargado, fue bueno tener mi puntito inadaptado y ser un gafotas chungo de los 80; te ayuda a ver el mundo desde fuera. Creces superando tus complejos.
-¿Recuerda cuántas veces actuó ante cuatro gatos? ¿Esas cosas curten?
-Es muy importante en comedia recibir un golpe inmenso de silencio del público y que no te pase nada. Que nadie se ría es un músculo que se entrena, cualquier cómico ha tenido más de 80 actuaciones de ese tipo. Te curte, te curte.
-¿Aprendió más con un mal público o con las calabazas de una chica en una discoteca con 15 años?
-Me fue más fácil subir al escenario por primera vez gracias a los cientos de rechazos sexuales en discotecas cuando era un adolescente gafotas; las dos curten. Es esencial admitir el rechazo, no eres peor por eso, que no te destruya, sino que te haga crecer.
-¿Cuándo se dijo a sí mismo "soy gracioso"?
-En cuarto de EGB se rieron mucho en una función con marionetas y me sentí gracioso. De pequeño me gustaba hacer el idiota, pero era muy tímido y sólo lo practicaba en la intimidad.
-¿Lo más inaudito que ha vivido en una actuación?
-En Cuartango, una aldea-pueblo del País Vasco. Había muchos borrachos disfrazados de indios y vaqueros, y el concejal de Bildu con una pistola de plástico me dijo que me fuera a casa. Fue desastroso y aguanté 15 minutos. Y me bajé. O me bajaron.
-¿Se puede triunfar en Andalucía sin ser Los Morancos?
-El humor andaluz está atado a cierto costumbrismo, es un formato en sí mismo. Es muy difícil entrar, la gente está acostumbrada a Los Morancos. El cómico de monólogo sabe que de Despeñaperros para abajo no tiene nada que hacer.
-Los cómicos anglosajones son más corrosivos que los españoles. ¿Nos puede lo políticamente correcto?
-Es curioso porque muchos cómicos americanos se quejan de una censura del público, cuando son mucho más incorrectos. Aquí hay demasiado imbécil y demasiada empresa miedosa que le sigue la corriente a las redes sociales, pero cuando dices tus cosas al público le suele dar igual. Hay dos realidades paralelas: la idiotez de Twitter y el mundo real.
-Pero hay temas intocables.
-Queda feo insultar a un colectivo desfavorecido; cualquier estereotipo demasiado racista o machista o meterte con el débil de forma grave acaba cayendo mal, pero es de sentido común.
-Es crucial iniciar un monólogo atizándose a uno.
-Aunque tengas un personaje que va de inteligente, es bueno que tú mismo te coloques en una situación más humilde e incluso autodespreciándote para empatizar.
-¿Existe un monólogo que haga sombra al chiste de los garbanzos de Paco Gandía?
-Tenía un estilo muy divertido, pero un monólogo es otra cosa. Raúl Cimas me puede hacer más gracia.
-¿Cuál es la mayor salvajada que ha escuchado en un escenario?
-¿Del cómico o del público?
-Le habrán dicho de todo.
-Gilipollas, hijo de puta... Es divertido contestar y dejar callado a algún idiota. Hay cómicos que van a lo más negro y por eso se creen especiales; confunden decir una burrada con hacer un buen chiste.
-Está entrando en la categoría de madurito. ¿Se ve en los escenarios con 60 años?
-Con 70 no, pero con 60 sí. En EEUU los grandes cómicos han pasado de los 50 y en España Leo Harlem o Goyo Jiménez están en su plenitud. Además, somos mucha gente de 30 y muchos o 40 y pocos, y eso te garantiza un público; los millennials son cuatro gatos.
-Es íntimo del escritor Daniel Ruiz, ¿hay en sus novelas historietas de usted?
-Él escarba en la miseria humana pero mis historias miserables son más divertidas y no necesariamente tan sórdidas. Él se divierte conmigo porque ve a una especie de renegado de madurar.
-Odia que le pidan que cuente un chiste. ¿A cuál recurre para salir del paso?
-Ni cuento chistes ni me considero animador social. Es como si alguien me pide que saque al escenario a un amigo que cumple años; le respondo que se vaya a McDonald's con un payaso a que le cante una canción. Odio cumplir la función de entretenedor y de animador social. Me gusta contar mi basura y que la gente se ría.
-Es un detractor de la pareja tradicional porque la rutina todo lo mata. Desarrolle su concepto de no novia.
-Tras varios fracasos en relaciones largas, mi conclusión es que la convivencia lleva al aburrimiento absoluto, el roce no hace el cariño sino rozadura, y si el sexo se acaba, es normal buscarlo fuera. Una pareja larga condena a la resignación más absoluta. Por tanto, lo mejor es no vivir juntos y echarse de menos y no de más.
-¿Recuerda la primera vez que se enamoró?
-De Beatriz, una niña del colegio, y mis mayores fracasos amorosos fueron entre los 8 y los 13 años.
-Dicen que tiene peligro cuando saca de paseo por Madrid a las visitas.
-La noche de Madrid no es comparable con ninguna de España y soy muy noctámbulo. Me gusta habitar la noche y ver a los personajes. Si viene gente poco acostumbrada, acaban perdiendo trenes, dinero y dignidad.
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