"Si se aísla igualdad de libertad, la sensación es desoladora"
martin hägglund | filósofo
PENSAR NUESTRA ÉPOCA. Martin Hägglund (Suecia, 1976) es profesor de Literatura Comparada y Humanidades en la Universidad de Yale. Está especializado en filosofía poskantiana, teoría crítica y literatura modernista en francés, alemán, inglés y lenguas escandinavas. Es autor de cuatro títulos que tratan de los filósofos del tiempo (de Kant a Derrida), los teóricos del deseo (de San Agustín a Freud y Lacan), los escritores modernos y el legado del idealismo alemán. Publica con Capitán Swing ‘Esta vida’, un ensayo en el que reflexiona sobre cómo la religión y el capitalismo limitan nuestra libertad.
–En los últimos tiempos, la derecha parece haberse apropiado del concepto de libertad. ¿Cree que ha perdido su significado? ¿Dónde queda la igualdad?
–No creo que haya perdido su significado aunque, en las últimas décadas, es cierto que la derecha parece haber hecho de la libertad algo suyo, con el sentido de hacer lo que quieras indistintamente, sin restricciones. Y luego tenemos el concepto de igualdad, que es igualmente importante, pero si piensas en ambos por separado parece que los enfrentas, y entonces la respuesta suele ser: “Ah, vale, escojo libertad”. Libertad no es ser libre de las obligaciones sino de tomar responsabilidades de tu vida, de ser consciente de lo que dependes de los demás, de contribuir donde estás... Si se aísla igualdad de libertad, la sensación que nos produce es algo... desoladora.
–Una pregunta recurrente es por qué, a pesar de estar rodeados de tecnología, el tiempo se nos escapa.
–¿Por qué desarrollamos tecnología, en primer lugar? Pues, sin duda, una de las respuestas sería para hacernos más libres y permitirnos realizar aquellas actividades que nos importan realmente, que tienen un significado. Pero, como se apunta en el libro, bajo el sistema capitalista parece que el primer objetivo del desarrollo tecnológico no ha sido tanto permitirnos disfrutar y ampliar esas actividades como sacar algún beneficio de las mismas. No es casual que muchas de la herramientas que usamos estén diseñadas para distraernos y perder el tiempo en vez de ayudarnos a desarrollarnos. El problema no es la tecnología per se sino que el uso de la tecnología a la que tenemos alcance no está diseñado con el objetivo primigenio de servir a nuestras verdaderas necesidades y mejoras personales, sino para sacar beneficio.
–Desarrolla la diferencia entre fe religiosa y fe secular. ¿Diría que la sociedad occidental es religiosa?
–Todos poseemos una fe secular, que no es otra cosa que la devoción por esta vida que compartimos. Pero una sociedad realmente secular debería ser aquella en la que todo el mundo entendiera que eso, que esta vida compartida es el valor más alto que tenemos. Pero aún no hemos encontrado una forma de vivir así y creo que esa es una de las explicaciones de por qué aún somos religiosos.
–El valor absoluto de la vida como todo. Como atea, es un concepto que cuesta explicar a creyentes.
–Unos ejemplos que suelo poner con esto son las experiencias de duelo de figuras con un gran sentido de la religiosidad, de C.S. Lewis al mismo Lutero, que no llegó a encontrar consuelo en la “idea de Dios” tras la muerte de su hija. Incluso ellos parecen ser conscientes de ese valor absoluto de alguna forma. ¿Por qué la desaparición de alguien nos produce un duelo tan grande, por qué nos preocupamos por el bien de quien queremos? Todo eso debería sostenerse por sí mismo, eso es lo que deberíamos cuidar.
–En las sociedades democráticas, todos deberíamos tener derecho a un buen sistema de salud y educación públicos, acceso a internet de calidad... Ocurre que no parece que nos encaminemos hacia allí.
–Desde luego que no. La gente ya está viendo cómo las cosas se están cayendo a pedazos, y lo que un libro como este intenta explicar es que no podremos solucionar problemas que afectan a los fundamentos del sistema capitalista sin afrontar una serie de preguntas fundamentales, y para ello necesitamos visualizar hacia dónde vamos, por qué estamos en esta situación y cómo sería posible alcanzar otra forma de vida. Una vez sepamos a dónde queremos ir, no hay que negar las dificultades que puede implicar.
–Lo socialdemócrata no tiene sentido sin la asunción de la famosa propiedad de los medios de producción. Treinta años después de la URSS, la frase sigue asustando.
–Sí, la reacción habitual suele ser de espanto, y la gente hace bien en preocuparse. Ocurre que hemos distorsionado el significado original que tenía en Marx:no significa que el Estado tenga que apropiarse de todo, sino que no hay que producir en aras del beneficio, sino en aras de lo que la sociedad necesita realmente. Puedes tener algo muy descentralizado pero estar produciendo cosas útiles y necesarias. Yo distinguiría entre bienes de producción concretos y abstractos, que es lo que tenemos ahora, centrados nada más que en el beneficio; y aquellos que buscan también aportar. Con un ejemplo, no sería despojarte de tu casa, que no fuera tuya: pero que fuera tuya para usarla y no para especular con ella.
–Las crisis se conciben como reseteos del capitalismo. ¿Estamos ante una de ellas, guerra incluida?
–Es fácil mirar al gran boom económico de Europa tras la II Guerra Mundial. Crear trabajo, con el continente bombardeado, era obligatorio y necesario. En la situación actual, con esa sombra pesando, es fácil pensar que pueda ocurrir algo parecido, pero no tendría que ser así. Por eso hay que figurar otros modos de hacer las cosas. El actual escenario capitalista está siendo muy disruptivo, incluso para nosotros.
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