"Si a un pueblo le quitas su colegio, le quitas su futuro"
marit kapla | escritora y periodista
Marit Kapla (Värmland, 1974) pasó su infancia en el pueblo maderero de Osebol, en el corazón de Suecia, “largos días jugando en el bosque, yendo en bici a ver a los amigos, aprendiendo a esquiar”. La primera desconexión le llegaría, como a casi todos, con el instituto. La formación y la vida la fueron alejando de aquel lugar, que se iba desangrando sin remedio. Muchos años después, la periodista ha recogido en Osebol (Capitán Swing) los testimonios de quienes aún se resisten a marcharse y que no llegan, actualmente, al medio centenar.
–El pueblo en el que creció y sobre el que reúne testimonios, Osebol, forma parte de un antigua región maderera que fue desmantelada. ¿Cómo se vivió todo esto, no hubo opciones?
–Todo empezó a cambiar con la automatización de la industria:ya no hacía falta que los hombres fueran al bosque. Uno de los antiguos leñadores decía que bueno, que mejor que la gente no trabajara ya de ese modo, porque era realmente duro... Claro, admitía él mismo, muchos trabajos desaparecieron. Luego, la globalización hizo que toda la industria se moviera... Y por lo demás: es duro sobrevivir con una granja pequeñita, que era como se hacía antes. Gente que tenía su campo y quizá una vaca, mientras el hombre se iba al bosque en temporada. Entre eso y lo que producía la granja iban tirando, pero era economía de supervivencia: ahora el mundo es diferente.
–Una opción recurrente ante el desmantelamiento de una industria es el turismo.
–Y lo hay en la zona: unos treinta kilómetros más al norte tenemos el resort de esquí de Branäs, que es enorme. Hubo una época, en los 80, en la que se empezó a construir una pista de eslalon, pero sólo funcionaba durante unos meses al año y terminó cerrando. Hay gente que vive del turismo, claro que sí, pero son compañías pequeñas con un estrecho beneficio. Además, es un sector inestable y no da tanto como pudiera parecer.
–Un tema que aparece a menudo es la escuela o, más bien, la falta de ella. Y es que podemos hablar lo que queramos sobre teletrabajo y fibra óptica, pero no sirven de nada sin colegios, sin ambulatorios, sin transporte público.
–Una escuela es algo básico si quieres crear comunidad. Cuando yo era pequeña, en los 70 y 80, el colegio para niños de cinco a 16 años estaba a unos dos kilómetros:ahora, ahí sólo pueden ir los niños hasta los once años. Sin la facilidad que supone un colegio cercano para todas las etapas, no hay mucho que puedas hacer, no hay futuro, no hay solución. Además, para los niños tampoco es bueno que haya tan pocos alumnos en un colegio, porque necesitan de un ambiente estimulante.
–Me es muy difícil creer que, detrás de todo esto, no haya voluntad política.
–Ningún partido va a decir: “vamos a dejar morir a tu pueblo”, pero las consecuencias de sus decisiones dejan a las zonas rurales desamparadas. Es muy difícil para un político sentir la importancia, el fuerte sentimiento de comunidad que puede haber en estos sitios porque, por supuesto, la tendencia de las ciudades a aumentar población no es nueva: llevamos en ello desde hace 200 años. ¿Por qué?El sistema económico necesita producir de forma cada vez más barata y en masa:eso está en el extremo de lo que te proporciona una granja pequeñita. Tampoco sé si ese tipo de decisiones está en manos de los políticos o de las grandes compañías. A la hora de hacer política, también, se suelen mirar los grandes números y al país en conjunto pero, precisamente, el tema de la comida es importante:podríamos producir más y mejor, pero no se puede hacer sin gente viviendo en el campo, y no habrá gente viviendo en el campo si no tienes un sistema productivo, y no hay acceso a escuelas y hospitales.
–Comenta que, durante un tiempo, hubo incluso un refugio temporal para inmigrantes en la zona. Y casi se puede ver que podría haber funcionado.
–Sí, refugiados de Siria y Afganistán, aunque el centro terminó cerrando. Se hubieran quedado, decían, si hubiera habido trabajo... Es lo de siempre. Pero luego, en muchos sitios, ves que es la gente de fuera la que lleva la pizzería local o las tiendas pequeñas. Si se les da espacio, pueden ser el futuro del campo:entre otras cosas, porque si te fijas en los mismos testimonios del libro, mucha gente del pueblo procede de otros países.
–De Alemania, Polonia... muchos, en condiciones también muy difíciles, con la II Guerra Mundial a cuestas.
–Exacto, gente que venía de Centroeuropa y Europa del Este, y que sigue viniendo ahora. Sería muy interesante ver qué pasa, lo rural es un lugar muy interesante.
–¿Cree que, a pesar de todo, podemos llegar a hartarnos de la ciudad y volver al campo, o no es más que una ensoñación?
–Un profesor en Historia, especializado en urbanismo, me comentaba que, aunque las ciudades siguen ejerciendo de polo de atracción, tras la pandemia podía verse que el desarrollo digital había impactado en ellas y, especialmente, en el American Way of Shopping:esos grandes centros comerciales... Además, hay otra tendencia, y es que la zona medio rural que rodea a las ciudades se está convirtiendo en algo atractivo, porque vivir en los centros urbanos es cada vez más imposible para muchos, y van perdiendo parte de su poder de convocatoria. Y esta tendencia va a seguir así mientras se permita campar al libre mercado y no se regule el alquiler. De modo que no es sólo el campo el que tiene problemas: deberíamos encontrar una solución, porque ambas cuestiones están relacionadas.
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