"Cuando llegué a Mauthausen le dije a mi amigo de Olvera: estamos jodidos"
Eduardo Escot Superviviente de un campo de exterminio
Eduardo Escot aún conserva la camisa de rayas que vistió en el campo nazi de Mauthausen (Austria), que acaba de celebrar el 65 aniversario de su liberación por los aliados. También conserva un español fluido -ya sin acento andaluz- pese a que cruzó los Pirineos hace más de setenta años y nunca ha vuelto a vivir aquí. Al terminar la II Guerra Mundial se estableció en Rosny sour Bois, cerca de París, desde donde atiende esta entrevista.
-¿Qué le sugiere el número 5151?
-Es el número que me identificó durante los cuatro años y medio que estuve prisionero en Mauthausen y en los kommandos de Bretstein y Steyr, en Austria.
-¿Cómo logró salir de allí?
-Puede que me ayudaran mi constitución física y mi mentalidad, mis deseos de vivir. Pensaba que, aunque el mundo era injusto, tenía que luchar.
-¿Añoraba su pueblo, Olvera?
-Pensaba en Olvera, lo recuerdo bien. A Mauthausen llegamos tres olvereños. Uno era secretario de la CNT en Olvera y el otro era presidente del Partido Socialista. Murieron allí.
-¿Qué les ocurrió?
-Los trasladaron a Gusen, uno de los campos exteriores. Mi amigo Raya me dijo: "A ver cuál es el primero que va a Olvera". Y le contesté: "Quizás ninguno".
-¿Le afectó mucho la muerte de sus compañeros?
-Yo era consciente de que era muy difícil salir de Mauthausen. Por tanto fue una alegría inmensa llegar vivo al fin de la guerra. Era de los más jóvenes y ahora soy de los poquitos que quedamos.
-¿Qué hacía cuando estalló la Guerra Civil?
-Era aprendiz de zapatero. Tenía 16 años y el patrón me había despedido, porque no estaba de acuerdo con la miseria que había en Andalucía. Los patrones preferían a la gente que se doblegaba.
-¿Había hambre en su pueblo?
-Mucha. En mi casa vivíamos de prestado. La dueña de la tienda nos daba garbanzos, tocino y aceite y se lo pagábamos cuando mi padre trabajaba. Luego mi madre se colocó en las matanzas.
-¿Cómo entró en combate?
-Era sindicalista y formé parte del Comité de Defensa del Pueblo tras el Alzamiento. Defendimos los barrios obreros, pero llegó un momento en que tuvimos que escondernos en la sierra y huir a Ronda.
-¿Allí se alistó?
-Me puse al frente de un pelotón de veinte hombres, como teniente. Fuimos andando desde la sierra de Ronda hasta Almería. Tardamos cinco días en llegar.
-¿En qué otros frentes combatió?
-En los de Cataluña y Aragón. En la batalla del Ebro tuve un papel importante como teniente de transmisiones. Dirigí la compañía cuando el capitán cayó enfermo.
-¿Qué ocurrió tras huir a Francia?
-Estuve en Argelés y Barcarés. A los oficiales de la República nos metieron en unas barracas al llegar, asegurándonos que la situación mejoraría. Con la mala suerte de que estalló la Guerra Mundial.
-¿Y…?
-Nos pusieron a trabajar. Formamos una compañía que fue a fortalecer la línea Maginot, llamada así por el oficial francés que la ideó. Construimos una larga trinchera anticarros.
-¿Y lo apresaron los alemanes?
-Éramos prisioneros de guerra. Pero las autoridades alemanas consultaron con Madrid y el ministro de la Gobernación, Serrano Suñer, les dijo. "De esos españoles no queremos saber nada". Con esa respuesta nos envió a Mauthausen.
-¿Cuántos españoles eran?
-Llegamos a Mauthausen unos siete mil españoles y salimos un tercio. Los demás murieron de hambre.
-¿Sabía que iba a un campo de exterminio?
-Lo supe al entrar, al ver a unos compañeros que llevaban meses allí. Le dije a mi amigo Raya: "Estamos jodidos".
-¿Conoció la existencia de las cámaras de gas?
-En Mauthausen había una cámara de gas, pero no puedo hablar de ella, porque casi todo el tiempo trabajé en los comandos exteriores.
-¿En qué trabajó?
-En Bretstein, un pueblecito de los Alpes, los españoles construimos una carretera. El pasado día 5, en el aniversario de la liberación, recibí una carta de su alcalde.
-Y le agradece la carretera, supongo.
-Aquella experiencia fue la peor. Nos llevaban al río helado para lavarnos. Recuerdo a un oficial argentino de las SS que lloraba de impotencia al vernos.
-¿Cómo salió de allí?
-Por la suerte de ser zapatero. Mientras mis compañeros pasaban frío en las barracas me iba a la zapatería, al fuego. Y me daban una ración de beneficio.
-¿Y después, en Steyr?
-Los alemanes necesitaban vehículos para la guerra. Nos llevaron a trabajar en una fábrica, la Daimler. La gente se moría de hambre.
-Usted estaba ya muy mal, ¿no es así?
-Al final estaba enfermo y deshidratado, era de los más débiles. Pero tenía un amigo que conocía al que repartía la sopa y logró que me diera una gamela todos los días. Siempre hubo algo que me salvó.
-¿Cuándo regresó a Olvera?
-Veinte años después. Mis padres aún vivían. El alcalde de entonces, Sabina, conocía mucho a mi madre porque ella iba a limpiar a su casa. Tanto él como la gente del pueblo me recibieron muy bien, incluso los de derechas. Fue una alegría.
-¿Volverá una vez más?
-Estuve hace tres años, cuando me hicieron un homenaje. Quiero mucho a Olvera y a mis hermanos. Pero ya no volveré. ¡Tengo noventa años! Mi sobrino, que tiene un quiosco de lotería, me mantendrá informado.
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