“Nos cuesta comprar flores sin un motivo, sólo por la belleza”
Leticia Rodríguez de la Fuente. Jardinera y floricultora
Esta especialista en jardines publica 'Tocar tierra' (Espasa), un libro en el que reivindica la capacidad sanadora de las flores
Leticia Rodríguez de la Fuente perseguía, desde una infancia marcada por la muerte de su padre, el mítico divulgador de El hombre y la tierra, encontrar la quietud, una paz que hallaría al estar rodeada de flores. Esta jardinera se siente "como una directora de orquesta" cuando pasea entre las variedades que cultiva en su terreno en la vega del río Ungria, muy cerca de Brihuega (Guadalajara). Su oficio, defiende, trasciende la "experiencia estética" y es "una forma de vida". En su libro Tocar tierra, publicado por Espasa, se vincula al linaje de los soñadores.
–Desde que de niña decidió podar una jardinera de geranios moribundos que su abuela tenía en Santander, las plantas le han dado paz, la han sanado.
–Tuve varias experiencias como esa, en las que me daba cuenta que era algo que me encantaba. Pero tardé muchos años en implicarme con la tierra en serio. Me puse a cultivar sin ser consciente del efecto que tendría en mí, y luego llegaron cosas sorprendentes y gratas.
–Usted se formó en Inglaterra y asegura que en España ha habido muy poca cultura floral, pero cree que eso está cambiando.
–Ahora, desde el punto de vista de la oferta, hay floristas estupendos que hacen arreglos muy interesantes. Pero en la demanda, sin embargo, aún nos cuesta entender que se pueden comprar flores más allá de un cumpleaños o un aniversario, sin motivo, simplemente para disfrutar de la belleza. Eso tenemos que trabajarlo todavía: que nos acompañen en el trabajo, en la casa. Poner unas ramas, unas flores, en un jarrón es hacer cualquier espacio más habitable, es darle calidez a un lugar.
–Cuenta que a pesar de su "carácter impetuoso" no quiso usar fertilizantes químicos para ganar tiempo, frente al compost, que requiere más paciencia.
–En cuanto tú empiezas a usar químicos para acabar con las plagas que pueda tener un jardín ya estás alterando el ecosistema, la biodiversidad de ese espacio, y empiezan a surgir más enfermedades. Es mucho mejor no meter mano y trabajar con agentes orgánicos, como el purín de ortigas, por ejemplo. Es como cuando te pones muchas cremas o te lavas mucho, y tu piel deja de estar equilibrada, se hace más vulnerable. Lo mismo ocurre con el planeta.
–Le dice a los lectores que no acepten un no por respuesta, que "siempre hay alguien que empatizará con tu energía y tu determinación".
–Yo siempre pienso el futuro en presente, y creo que eso hace que las cosas sucedan. Tengo un proyecto para el año que viene, pero hablo de él como si existiera, para mí ya está pasando. Cuando yo vi este trozo de tierra en la vega desde lo alto, me enamoré del sitio y aquello ya se convirtió en una realidad en mi mente. Esa actitud influye a la hora de pedir financiación, de enfrentarte a los trámites...
–Se define como jardinera y no como paisajista.
–Sí, porque a mí me gusta meter las manos en la tierra, mancharme de ella. Yo nunca estoy en un despacho diseñando algo de mi jardín, a mí me encontrarán siempre a pie de obra.
–Un jardín parece un lugar idílico, pero también puede ser el paisaje de la devastación tras una tormenta de verano.
–Tienes que desarrollar una fortaleza increíble para no caer en la frustración, porque en la naturaleza la vida toma caminos impredecibles por mucho esfuerzo y mucho dinero que inviertas en un terreno. A mí esto me ha hecho entender lo importante que es aguantar ante la adversidad. Esta lección la extiendo a otros ámbitos más allá de mi jardín, y me lleva a pensar que a los niños de hoy los estamos educando fatal. Les damos todo lo que quieren, y no los preparamos para un futuro que estará lleno de reveses. Deberíamos avisarles de que hay golpes, y enseñarles que hay que saber encajarlos.
–Se pasó el comienzo de la pandemia "repartiendo vida y amor por todo Madrid", entregando flores que bautizó como "dosis de primavera".
–Por esa fecha justo empezaban todos mis ranúnculos a florecer, y yo tenía la suerte de que al ser agricultora me dejaban viajar, y moverme entre Madrid y Guadalajara. Yo no podía tirar las flores que estaban saliendo. Pensé en llevárselas a la gente que estaba encerrada, a los hospitales. Me acompañaron algunas amigas que están tan locas como yo, y fuimos como unas embajadoras de la belleza en un momento terrible. Había enfermeras que se nos ponían a llorar al ver los ramos. Ahí entendí lo que pueden transmitir las flores.
–Cuando usted montó una floristería en el mercado de Antón Martín le llegó la primera factura de la luz a nombre del antiguo propietario. Y se llamaba Félix Rodríguez, como su padre.
–¿No es asombroso? Mi vida está llena de coincidencias, de señales, que me llevan hasta él. Mi padre es el miembro honorífico de mi equipo, el director creativo. Que esté físicamente o no es lo de menos, porque lo tengo más presente ahora que cuando estaba vivo. Yo hablo con él constantemente, el primer corte de flores del año se lo pongo a un altarcito que tengo con su foto, la mejor flor se la ofrezco para que bendiga la cosecha. Cuando me propusieron escribir este libro, estuve charlando con él. Me has metido en este lío, ayúdame a salir, le dije. Y, ya ves, aquí estamos. Todo ha ido bien.
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