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Juan Manuel de Prada: "En 1940, en Francia, había una legislación más antisemita que en Alemania"

Juan Manuel de Prada | Escritor

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Juan Manuel de Prada / Juan Carlos Muñoz

El pasado mes de mayo, Juan Manuel de Prada publicaba Mil ojos esconde la noche, novela que en apenas cinco meses ha alcanzado la séptima edición. La historia recupera a Fernando Navales, personaje de Las máscaras del héroe –obra que determinó la trayectoria de un joven Juan Manuel de Prada-, y relata las atmósferas y las cotidianidades del París ocupado por el nazismo, destacando las peripecias –las miserias- de diferentes artistas o escritores como Picasso, Paul Éluard o Ruano. Prada nos cuenta un mundo en el que predominan los relatos épicos, aunque sus protagonistas no sean héroes. Tampoco antihéroes. Tan solo gente que tenía que sobrevivir, y que no lo tuvo fácil. Sobre aquel mundo de ayer, y este de mundo de hoy, va la conversación.

-Hace no mucho ha comentado, en una entrevista con la escritora Ana Iris Simón y el periodista Jesús Fernández Úbeda, que la literatura ha experimentado una mutación –no deseable- en los últimos treinta años –aquellos años en los que publicó Las máscaras del héroe, que precede a Mil ojos esconde la noche-.

-Hay dos cambios muy claros. Uno marcado por lo que podríamos llamar la corrección política, es decir, la imposición de paradigmas culturales e ideológicos que reprimen la libertad creativa, y otro derivado de la depauperación educativa y de la ruptura de la tradición que padecemos en España. Hoy se puede acabar el bachillerato sin leer a un solo clásico español.

-Siguiendo con esto de los cruces de tiempos, me preguntaba qué semejanzas hay entre la época de Mil ojos esconde la noche y nuestra actualidad.

-En primer lugar, lo que pasó en esa época, indudablemente, fue el producto de un deterioro de la democracia como forma de gobierno. Esto es evidente. La fascinación totalitaria tiene que ver con el cansancio democrático. Esto, de alguna manera, se produce hoy. Lo cual tiene más delito, claro, pues en aquel momento la democracia era una forma política un tanto inexperta. Hoy en día llama la atención que se esté produciendo ese mismo cansancio. Aunque las consecuencias no serán las mismas. Porque los pueblos occidentales, los pueblos europeos, ya no tienen valor para afrontar una guerra. Si nosotros sufriéramos una guerra, seríamos aplastados. Ocurriría lo que pasó en Francia. Pero en lugar de dos meses duraríamos dos días. Por otra parte, hablando del París ocupado de mi novela, y salvando las distancias –no quiero decir que vivamos bajo una dominación nazi ni nada por el estilo-, hay dos elementos que son inquietantemente parecidos en nuestras sociedades. Uno, el ordenancismo. Los alemanes imponen una serie de ordenanzas, de reglamentos… Hoy hay una intromisión constante en la que te están diciendo lo que tienes que hacer. Y asociado a este ordenancismo, el miedo, como elemento rector de la vida. Luego, en otro sentido, si quieres más bromista, hay otra similitud: la obsesión de los gobernantes -en el caso de mi novela son los nazis- de imponer la bicicleta como medio de locomoción. Los nazis fueron unos grandes pioneros de las ciudades sostenibles (risas).

Cuando el mundo conservador acusa al Papa de rojo es simplemente porque defiende la Doctrina Social de la Iglesia"

-Y en el tiempo que nos ha tocado vivir, hablando de guerras y épocas convulsas: ¿intuye una tercera guerra mundial?

-De alguna manera estamos metidos en la tercera guerra mundial. Otra cosa es que esa guerra aún la mantenemos en los márgenes del planeta. Precisamente porque los pueblos occidentales, como te decía, ahora mismo se verían incapaces de afrontar una guerra.

-Se cumple un año de la guerra en Oriente Próximo. ¿Cómo valora el papel de Israel en este conflicto?

-Bueno, he escrito mucho sobre eso. Creo que mi posición está clara. Israel, desde el momento mismo de su constitución, ha utilizado todas las amenazas –a veces reales, otras ficticias o teóricas- no para contener los ataques enemigos sino para expansiones violentas de su territorio. Esto lo lleva haciendo mucho tiempo. Ahora lo está haciendo de una forma especialmente cruel y, para mi perplejidad, sin que Estados Unidos, y en menor medida Occidente, hagan nada por contener una deriva que a mí me parece peligrosísima. Pero, bueno, de esto he escrito muchas veces. Ya me han linchado en diversas ocasiones… [Una pausa breve] Vivimos en un mundo de locos. Un mundo en el que las opiniones moderadas se convierten en las opiniones inaceptables. Un mundo donde el sentido común se convierte en algo que la gente percibe como insensato. Me resulta llamativo. Hoy día cuando tú expresas opiniones o pareceres contrarios a la actuación del gobierno israelí, inmediatamente te tachan de antisemita. Esto es una frivolidad repulsiva. Cuando estudias a fondo el antisemitismo -como me ha tocado a mí hacerlo para escribir Mil ojos esconde la noche- te das cuenta de que en aquella época Europa era profundamente antisemita. La legislación racial que había en Francia en 1940 o 1941 era una legislación más salvaje que la alemana. Los alemanes empiezan a poner medidas salvajes cuando van perdiendo la guerra. Pero en el año 1940 o 1941, en Francia, había una legislación más antisemita que en Alemania.

-No sé si se puede entender la Segunda Guerra Mundial, que se relata en Mil ojos esconde la noche, como una eclosión de todos los males de la modernidad.

-Sí. Se podría decir que tanto la primera como la segunda, porque no dejan de ser una misma guerra. En dos fases.

-Sobre esa reflexión le iba a preguntar por qué se considera usted un disidente de la modernidad.

-La modernidad se caracteriza por el endiosamiento humano. Creo que esto es un error filosófico, político, social, cultural. En todos los órdenes. Ese endiosamiento del hombre conduce a un entendimiento disparatado de la libertad. A la creación de sociedades que no son comunidades verdaderamente políticas, porque están regidas por la libertad negativa, según la cual mi deseo se tiene que hacer real. Con el único requisito de que no perjudique a mi vecino. Cosa que es un disparate. La modernidad ha producido sociedades donde no existen vínculos verdaderos, sino una coexistencia, a veces bastante horrenda, entre gentes que ya no tienen nada en común. Esto nada tiene que ver con que haya una natural discrepancia, fecunda, que suponga un enriquecimiento de la comunidad. Hablo de sociedades en las que nadie tiene que ver con nadie.

Vivimos en un mundo de locos. Un mundo en el que las opiniones moderadas se convierten en las opiniones inaceptables"

-En esta novela prolifera la maldad. En el mundillo artístico, en ambientes más o menos políticos. Alguna vez le he leído que las peores personas que ha conocido no proceden de la política o de la literatura, sino de la Iglesia.

-Esto es algo misterioso o sobrecogedor, pero así es. Esto tiene una explicación teológica: siempre se ha dicho que Satán está, sobre todo, en aquellos lugares donde más daño puede hacer. Pero entiéndeme, eso que dije no es entre la gente católica –donde he encontrado ejemplos de honradez, de lealtad, de acogida-, sino en las altas instancias de poder eclesiástico. Ahí sí he conocido el mal. Personas que han intentado destruir mi vida. Y que lo habrían conseguido si yo no hubiese contado con apoyos más poderosos y sobrenaturales. En cualquier caso, tampoco hay que exagerar. La Iglesia está compuesta por hombres y, por tanto, está expuesta a las debilidades humanas. San Ambrosio definía a la Iglesia como “casta y meretriz”.

-Para concluir: ¿qué me podría decir de la labor pastoral del Papa Francisco?

-Esto sería muy complejo para esta entrevista, honestamente. Creo que el Papa Francisco es un hombre entremezclado. Con cosas muy positivas, pero con un grave defecto, que es el ansia por halagar al mundo. Es un Papa que asume discursos propios de nuestro mundo. Por ejemplo: el cambio climático. No entiendo por qué un Papa tiene que posicionarse sobre hipótesis científicas –discutibles- cuando la Iglesia tiene una tradición de pensamiento en la relación del hombre con la creación. La Iglesia de hoy tiene el problema de querer complacer al mundo. Sin embargo, en otros aspectos, hay cosas que me parecen bien. Cosas que irritan al mundo conservador. El mundo conservador católico ha enarbolado una serie de banderas bien enarboladas –el aborto, la familia- pero que tienen que integrarse en una visión social y económica de la Iglesia que, en otros papados, ha estado más en sordina. Es una visión que este Papa ha puesto en primer término. Esto me parece bien. Cuando el mundo conservador acusa al Papa de rojo es simplemente porque defiende la Doctrina Social de la Iglesia. 

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