José Antonio Montano: "Con la socialdemocracia que tenemos no se puede estar a gusto"

José Antonio Montano | Columnista y escritor

El autor acaba de recopilar sus columnas en Zona de confort, volumen que retrata los últimos veinte años de historia en España

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El escritor y columnista José Antonio Montano
El escritor y columnista José Antonio Montano / DS

José Antonio Montano (Málaga, 1966), columnista en The Objective y colaborador en La Brújula de Onda Cero, se define como un articulista de domingo con conciencia de lunes, parafraseando la memorable cita de Jaime Gil de Biedma. Es esta una definición que bien resume las columnas que el autor acaba de recopilar en Zona de confort (editorial Sr. Scott). En este libro leemos artículos equilibrados de gravedad y de ligereza, irónicos y ácidos, reflexivos y divertidos. José Antonio Montano, en Zona de confort, nos cuenta veinte años de historia de España (de 2004 a 2024). El itinerario que va del 11M a la actual legislatura de Pedro Sánchez.

-En uno de los primeros artículos ya se ve la personalidad de José Antonio Montano: irónica y ácida. Me he reído muchísimo con su elogio a Manolo Escobar.

-(Risas). Sí. Manolo Escobar es el ídolo de mi madre. En mi casa sonaba constantemente, junto con Juanito Valderrama –ídolo de mi tío abuelo-. Cuando murió Manolo Escobar me di cuenta: él era de esos músicos que se dicen a sí mismos que son cantantes de música ligera. Es lo contrario de los cantautores, que serían cantantes de música pesada. Los cantantes como Manolo Escobar tienen esa alegría de vivir.

-Se deduce que usted pertenece a una minoritaria estirpe: la izquierda liberal. «Un socialdemócrata trágico o agónico», afirma en uno de estos artículos.

-Soy un socialdemócrata trágico o agónico en el sentido de que vivo la tragedia de las contradicciones. Con la socialdemocracia que tenemos no se puede estar a gusto. Mi actitud es contraria a lo que dijo Amparo Rubiales hace un tiempo, aquello de que ella era patriota de su partido, es decir, que todo lo que diga su partido ella lo acepta. Yo no pertenezco a ningún partido, pero mi condición de socialdemócrata no me impide ser crítico con aquellos que actúan en nombre de la izquierda.

-Año 2007. Publica un artículo en el que lamenta el retorno del sectarismo-cainismo a la vida política. Intuyo que este criterio responde al contexto de esos años del gobierno de Zapatero, primeros debates en torno a la memoria histórica.

-Efectivamente. Para empezar: hay una falsedad al decir que durante la Transición se calló. No se calló en absoluto. De hecho, no dejaron de publicarse libros sobre la Guerra Civil y sobre el franquismo; hubo debates en La Clave, en universidades. Se habló hasta la saciedad. Pero eso no impedía la vida cotidiana de la gente. La gente estaba cotidianamente en otra cosa. Quería comprender lo que había ocurrido, pero se estaba en otra cosa. Lo que hizo Zapatero no fue volver a la memoria histórica, porque la memoria histórica no se había perdido. Zapatero quiso coger esos elementos y emponzoñar la sociedad. Él tiene mucha responsabilidad del embrutecimiento actual en el que vivimos.

 

-Define al 11M de «nefasto momento inaugural». No sé si nos podría desarrollar más al respecto.

-Cuando se produce el atentado yo fui partidario de que ganase Zapatero y de que gobernase Zapatero. Simplemente por lo que significaba de catártico. Se había producido una gran desgracia, por tanto, un corte en el gobierno, con nuevas caras, era positivo para el país. Pero claro: la condición era que ese nuevo gobierno llevara una legislatura que reparara las heridas y que nos uniera como sociedad. Pero Zapatero hizo exactamente lo contrario. El PP, por supuesto, también se comportó mal. Yo digo que es un trágico momento inaugural porque, en cuanto se produjeron los atentados del 11M, los dos partidos sabían qué lado les beneficiaba. Al PP, por decirlo brutalmente, le beneficiaba que hubiese sido ETA; a Zapatero le beneficiaba que fuese el islamismo. Los dos partidos trataron de promocionar lo que les convenía electoralmente. Se comportaron de una manera abyecta. Fue un momento embrutecedor del que todavía no nos hemos recuperado.

-Otra frase que subrayo: «El arte no debe dar sermones».

-Sí. Porque el arte no debe entregarse al contenido moralista. Un ejemplo es el de Almodóvar. Almodóvar, en la Transición –ya que hemos hablado de la Transición-, nos alejó del franquismo. Su mundo libre, loco, heterodoxo, nos situó muy lejos del franquismo. La gran tarea política-liberadora de Almodóvar fue esa: cuando su arte no daba sermones.

-A propósito de la supresión en lugares públicos –calles, instituciones- de los nombres del franquismo, nos trae usted una reflexión. Indica que nadie conocía al aviador Carlos Haya, quien dio nombre a un hospital público de Málaga, hasta que se suprime el nombre de Carlos Haya en este edificio. 

-Sí. Quitando a los, digamos, primeros nombres, Franco, Primo de Rivera, Mola, hay una segunda capa que el tiempo había erosionado. En Málaga está el hospital Carlos Haya –que por cierto fue donde nací-. En los años sesenta, el nombre de Carlos Haya en Málaga era un sitio. Un lugar al que ibas cuando te ponías malo. Era una secuencia fonética sin significado político. Sin embargo, gracias al meneo este de la ley de Memoria Histórica vemos al franquista. Curiosamente, el trabajo de eliminación del franquismo que querían hacer los políticos ya lo había hecho el tiempo. El tiempo había eliminado a Carlos Haya. Pero los que pretenden suprimirlo, de repente, lo resignifican. Ponen a Carlos Haya en el centro, como se dice ahora.

-Habla usted de UPyD, habla usted de Ciudadanos –textos de 2015 a 2018-. Defiende sus aciertos; nos disecciona sus errores. Hoy lo único que queda de estas formaciones es un fracaso. ¿Por qué jamás triunfan estos partidos de centro?

-El fracaso viene de que uno, cuando se mete en política, ya está perdido. Te metes en una dinámica de poder. Es lo que le pasó a Albert Rivera. Yo me asomé un poquito al nacimiento de Ciudadanos en Málaga. Sabiendo que nunca iba a formar parte del partido, pero sí con curiosidad, apoyando desde fuera. Pude asistir al proceso inicial de Ciudadanos en Málaga. Algo muy interesante. Los primeros interesados son idealistas. Gente que ve un problema en la sociedad e intenta aportar para que cambie. Pero en un momento dado el partido debe dar un paso y constituirse en serio. Debe elegirse un tesorero, y tal, esas cosas. Cuando llega este momento, los idealistas, por pudor, dan un paso atrás, y toman más protagonismo gentes con un ánimo más calculador.

 -De Podemos dice que no arrasó en su día por su animadversión al nacionalismo español.

-Ellos, en especial Errejón, dieron hace unos años discursos que eran prácticamente falangistas. Pero claro, era un falangismo al que le faltaba el nacionalismo. El modelo de Podemos era el peronismo argentino. Si te das cuenta, todos los grandes movimientos equivalentes al de Podemos, como el de Grecia, Portugal, Venezuela…, todos llevan la bandera nacional. La cual usan para vincular al pueblo con los ideales del partido –ideales que emanan del resentimiento-. Aquí en España, en Podemos estuvieron limitados porque no podían sacar la bandera española. Algunos de Podemos han comentado que se lo replantearon. Se dieron cuenta del fallo e intentaron hacerlo. Pero es algo que no iba con ellos. Esto es lo que nos libró de Podemos.

-En la manifestación del 8 de octubre de 2017, a favor de la Constitución, en el contexto de la declaración unilateral de independencia en Cataluña, habla de «patriotismo antinacionalista». ¿Cómo definiría este concepto?

-Podría ser lo que muchas veces se ha llamado patriotismo constitucional. La diferencia entre el patriotismo y el nacionalismo es que el primero se hace cargo del país real, parte de la realidad. Los nacionalistas aman a una idea abstracta del país. Y al patriota no le sobra nadie de su país; en cambio, al nacionalista le sobran los que no comulgan con ellos.

-Vamos terminando con literatura –un asunto que se asoma breve en estos artículos-. Venera a Gil de Biedma y a Cernuda.

-Son autores para mí muy importantes. Leí primero a Cernuda. Yo tuve mucha suerte en el bachillerato. Cuando tenía diecisiete años, mi profesor Ernesto Jiménez –me acuerdo de su nombre- nos dio a leer muchos libros y textos y autores. Entre estos, a Cernuda. Me llamó la atención que fuese un hombre libre, íntegro, singular. Un hombre que era rebelde ante la sociedad. Me llamó mucho la atención que uno de los alumnos, hablamos de la época de la Movida, preguntó al profesor si Cernuda había tomado drogas. Entonces el profesor dijo una cosa que me gustó: «Yo creo que Cernuda no tomó drogas. Porque Cernuda siempre lo contaba todo y siempre dijo la verdad». Me impresionó eso de que un hombre siempre diga la verdad. Esa honestidad. Cernuda nunca me ha defraudado. 

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