Jesús Montiel: "Hay una burocracia educativa que asfixia a la educación"
Jesús Montiel | Escritor y profesor
El autor publica El niño que he sido (editorial Pre-textos), una conmovedora reflexión sobre la infancia y el singular mundo que se construye en esa etapa de nuestra vida
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El escritor, profesor y poeta Jesús Montiel (Granada, 1984) acaba de publicar en Pre-textos –su casa editorial- El niño que he sido, un libro en el que se divaga sobre la infancia, sobre el mundo, único, que ahí se construye. Montiel, en su estilo tan personal –narrador, poeta, ensayista-, indaga en aquella memoria que hoy nos queda lejana. En aquella mirada que hoy tenemos borrosa, con el paso de los años. El niño que he sido contiene reflexiones que nos conmueven; pasajes también difíciles, dolorosos; y párrafos que despiertan la sonrisa cómplice. También hay otros temas, como el amor o Dios. Son temas que, vistos desde los ojos de un niño, lejos de empequeñecer el asunto, crecen. Es uno de los muchos méritos de este libro.
-¿Por qué ha escrito usted desde la mirada del niño que fue?
-No sabría bien definir el motivo. Pero creo que es porque tuve la necesidad de volver al origen para explicarme situaciones que estaba viviendo hace unos años. Creo que quise ver la raíz de muchas cosas que me suceden. Sí: quise volver a conectar con el niño que fui para tratar de entender el presente.
-¿Busca en la infancia respuestas con las que comprender su vida actual?
-Sí, así es. Con el fin de intentar explicarme o de conectar con mi esencia. Muchas veces de adulto uno acaba yendo detrás de cosas que traicionan esa materia prima que somos.
-¿Un poeta es un adulto que conserva la mirada de un niño?
-Se ha escrito mucho sobre eso. Un poeta es un niño ininterrumpido. En mi caso soy adulto, claro está, pero la extrañeza y el asombro de mi realidad parten de la infancia. Esa mirada del asombro es imprescindible para el poeta. Para cualquier artista lo es. Ese sentimiento de extrañeza. De no estar cómodo en la existencia, digamos.
-¿El niño que he sido es un libro autobiográfico?
-Así es. En mi caso, por más que lo he intentado, no sé escribir más que de aquello que he vivido. Aquello que me sucede.
-Afirma usted que fue un niño introvertido, viviendo siempre al margen de las pautas convencionales.
-No recuerdo la niñez como una etapa feliz, en el sentido de que me costaba relacionarme. Tuve problemas a la hora de lo colectivo. Siempre había una barrera entre mi interior y lo exterior. Me costaba mostrar mis emociones. Mis sentimientos. Creo que ahí está el origen de mi escritura. Quizá la raíz del arte esté ahí: en sufrir una carencia comunicativa. El arte es una manera comunicarse con lo exterior.
-Recuerda cuando un profesor le dijo que no llegaría “ni a barrendero”. A partir de ese recuerdo reflexiona sobre el sistema educativo en el que creció. En ocasiones cruel y antipedagógico.
-En el colegio lo pasé bastante mal. Nunca fui buen estudiante, la verdad. No encontraba la motivación. Siempre andaba despistado. Pienso –lo leí hace poco y ahora no recuerdo dónde- que el colegio sirve para darte cuenta de que no sirve para nada (risas). Sirve para aprender a leer, a escribir, poco más. No sé. El sistema educativo, al que pertenezco, pues imparto clases en la universidad, es un desastre. Yo me quedo con la dimensión humana entre el alumno y el profesor. Todas esas cosas que escapan del currículum educativo. Hay una burocracia educativa que asfixia a la educación.
-¿Usted qué les exige a sus alumnos?
-Exigir les exijo poco, la verdad. Porque en lo académico llegan con muchísimas lagunas. Muchas carencias. Lo que intento, al menos durante el semestre que están conmigo, es que dejen de ver la literatura como algo abstracto o desligado de la vida. Con mis alumnos practico la escritura, más que la lectura. Me gusta que ellos escriban sus textos y luego lo compartan con los compañeros. Quiero que vean que tanto la lectura como la escritura tienen que ver con sus vidas. Con lo más cotidiano. Es un ejercicio que les cambia la mirada respecto de la literatura.
-Una frase que he subrayado: “Un movimiento mínimo separa a la explosión de la poesía”.
-Me refiero a que en general, en la vida, la misma mano que te estrangula puede ser la mano que te acaricia. Lo que llamamos el bien o el mal se separa en una membrana muy frágil, muy delgada. Veo que no hay distancia entre el pecado o la gracia. Todo convive dentro de uno. Y se decide momento a momento. En cuestión de segundos.
-Es un planteamiento que se podría desarrollar con otra idea que he destacado: “La belleza sucede en lo terrible”.
-Sí. Cuando uno piensa en belleza piensa en algo puro, platónico. Idealizado. Sin embargo, la belleza, o la poesía, convive con el barro o con la fealdad. Yo no veo la realidad en cajones separados. Todo convive revuelto. La realidad depende de quien la mira. Hay tantas realidades como miradas. De alguna forma, las cosas esperan nuestra decisión. Quien quiera mirar a la vida como una mierda, la verá como una mierda; la misma realidad que otro la ve de manera opuesta, como un regalo.
-En este libro se habla del amor –en un sentido muy amplio-. Usted afirma que el amor es una mano que nunca se cierra.
-Es una frase que me recuerda a un proverbio árabe que leí hace poco. Uno que decía que cuando intentas agarrar la arena con el puño cerrado, se te escapa. Es decir: no puedes agarrar toda la arena del desierto o de la playa con un puño. Sin embargo, si dejas la mano abierta, toda la arena pasa por ti. El amor es una mirada sin ánimo sin posesión. Mirar al objeto sin intención de cambiarlo, modificarlo.
-También se reflexiona sobre Dios – de nuevo en un sentido muy amplio-. ¿Quién es Dios para Jesús Montiel?
-Pf. Hoy día no tengo ni idea. Fui educado en un catolicismo muy rígido, muy asfixiante. Ortodoxo. Pero poco a poco me he ido apartando de la religión, o de su institución. Prefiero hoy la palabra espiritual a lo religioso. Siento que estoy llamado a tener un corazón universal. Entiendo al sufí, entiendo al budista, entiendo al cristiano. Mi tradición es cristiana, pero mi idea de Dios no se adscribe a un credo. Dios es un sinónimo de amor.
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