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"Debo lo que soy a la biblioteca de Úbeda y a las librerías"

jesús maeso | escritor

El escritor Jesús Maeso. / Germán Mesa
Pilar Vera

21 de febrero 2024 - 06:00

EL ORIGEN DE LA HERMANDAD DEL LIBRO.Jesús Maeso (Úbeda, 1949) es uno de los autores de novela histórica más conocidos del país. Jesús Maeso (Úbeda, 1949Acaba de publicar El jardín de las vestales (Harper Collins), donde salta a época romana para contar la historia de Tulio Vero, el librero de Gades conocido como Graeculus, el Pequeño Griego, por su amor a las letras: a través de su perfil, recrea la importancia de la industria del libro en una época en la que surgió por primera vez la figura del lector. El encuentro del protagonista con una vestal le llevará a afrontar a aventuras y castigos y a vivir una vida siempre marcada por el amor a los libros.

-Lleva veinte novelas de corte histórico, en las que trata de Tartessos al Lejano Oeste, y creo que en todas ellas se las arregla para que aparezca Cádiz.

–Es que una historia de 3.000 años no termina nunca. Cádiz tiene una cantidad de matices increíble a poco que estés atento: es un lugar novelable cien por cien. Hay un gran filón.

-Y esta última entrega, con la Roma clásica como escenario no iba a ser menos.

–Y con motivo: el origen de El jardín de las vestales está en una carta de Plinio El Joven en la que recrea el caso de un gaditano que llegó a Roma con el único propósito de conocer a Tito Livio:lo vio en el foro, lo saludó y se fue.

–Así que, entre todo lo que nos dejaron los romanos está también el fenómeno fan. Y era gaditano, a más colmo.

–El caso fue tan singular que hasta el mismo Augusto quiso conocerlo. El primer fan de la historia tenía que ser de Cádiz... Pero vaya, se sabe que a Virgilio lo perseguían los admiradores, que les tenía miedo... Todo esto nos habla también de otro asunto importante:del peso de los escritores, y de que ya existía un público lector.

–Y por eso lo hace librero, que es otra cosa que da que pensar: la existencia de librerías en la antigua Roma.

"Los libros han cambiado el mundo, y a mi protagonista los libros le cambian la vida"

–Hago de mi Tulio Vero un librero en Gades, con un despacho que se llama El cálamo de Hermes, y que estaría por lo que ahora podría ser la calle Plocia. El libro fue durante mucho tiempo un objeto de lujo: la aristocracia romana coleccionaba rollos y volúmenes, en un principio, robados a los señores del norte de África para darse pisto, porque tener una buena biblioteca era algo que daba prestigio.

–Pero, también durante mucho tiempo, las ‘librerías’ hacían también de imprentas, por decir.

–Uno llegaba, pedía un título y ahí se lo encargaban a sus propios copistas. La mayor parte de los autores no vivían de lo que escribían (como ahora), sino de las herencias que pudieran tocarles y de los mecenas. Virgilio, por ejemplo, decía: “Yo vivo de mi propio pecunio”... Aunque en esa época seguían siendo elitistas –se consideraba una tragedia que un galo o un dacio leyera los versos de los grandes autores–, es en este periodo cuando aparece por primera vez la figura del lector: además de las librerías, fue entonces cuando se crearon las primeras bibliotecas públicas de Roma, una en el templo de Apolo del Palatino y otra en el Campo de Marte.

–Es algo que sorprende.

–Sobre todo, teniendo en cuenta que se escribía en latín, pero muchos romanos no hablaban en su día a día en latín, sino en un tipo de griego, pero la gente iba en masa a leer. Así, mi protagonista terminará abriendo en Roma otra librería como la que tenía en Cádiz. Los libros han cambiado el mundo, y a este personaje los libros le cambian la vida. Es por eso, para reconocer la importancia que han tenido y pueden tener, que la novela está dedicada a los libreros.

–Dice que son una “raza en extinción”. El año pasado cerraron diez librerías en Sevilla: no mueve al optimismo.

–A mí, que desaparezcan las librerías es una realidad que me aterra, me sentiría huérfano de todo. Lo que soy se lo debo a la biblioteca de mi pueblo, Úbeda, y a las librerías. Es verdad que cuando una librería cierra es como si volviera a arder Alejandría.

–Las vestales dan título al libro, ¿qué sabemos de ellas más allá de la imagen que podamos tener? Porque asombra descubrir que podían viajar, por ejemplo.

–En la novela, que Augusto se lleve el testamento de Marco Antonio del templo de Vesta me sirve para dar cuerda a la acción. Las vestales eran seis vírgenes que se encargaban de preservar el fuego del hogar en Roma, representaban a lo más sagrado de la ciudad. En esta historia, Valeria Domicia entra en el templo a los cinco años: todas ellas eran de buena familia. Se encargaban de los sacrificios en el Circo Máximo, eran las que tiraban los ídolos propiciatorios al río para levar los pecados de los romanos, estaban al lado del emperador en los grandes actos... Eran figuras públicas y las únicas que residían en el foro. Se metían en política y, si una enfermaba, el emperador la llamaba para que pasara la enfermedad en palacio.

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