"A todos nos atañe a quién dejamos morir"
Javier Padilla | Médico de familia
Pasó ocho años en Sevilla como médico residente en un centro de salud de Castilleja de la Cuesta. Javier Padilla (Madrid, 1983) es ahora un peón en la Atención Primaria de la Comunidad de Madrid y una torre en materia de Salud Pública, una ciencia a medio camino entre la sanidad y la política. Se le acumula la publicación de libros: ¿A quién vamos a dejar morir? y estos días está presentando Epidemiocracia (ambos editados por Capitán Swing), un ensayo en el que analiza junto a Pedro Gullón las causas y consecuencias del coronavirus en los sistemas democráticos.
–¿Cómo saldrá el mundo de la pandemia?
–Es difícil salir mejores de algo que de momento sólo ha sido muerte y pobreza. Los grandes cambios se producen en escenarios como éste, pero eso no implica que este escenario los traiga. La ventana que ahora se abre será clave para ver si avanzamos a un lugar con más cercanía social y énfasis en los cuidados y los servicios públicos o si nos replegamos hacia dentro y nos individualizamos aún más.
–Nuestro sistema sanitario está más listo para crisis agudas que para crónicas. ¿Será ése un cambio?
–Probablemente avancemos hacia un sistema más resiliente que intente gestionar lo corriente a la vez que esté más preparado para lo inesperado o lo improbable. Ésa ha de ser la tendencia y, para ello, no queda otra que más y mejor salud pública y atención primaria.
–La salud pública es una herramienta de naturaleza "paternalista". ¿Cómo lo llevan las sociedades de tradición más liberal?
–Tienden a usar la salud pública como un elemento subalterno, más centrado en el intento de empoderamiento individual, con frecuencia de forma infructuosa y fútil, por ejemplo, por medio de la educación para la salud, así como enfatizando su rol de vigilante pasivo de situaciones como la actual. Sin embargo, hay países de tradición liberal que le reconocen a la salud pública un rol de garantía de lo colectivo por encima de lo individual, pues consideran que en términos de salud es necesario incluso desde una perspectiva liberal.
–La economía frente a la salud. ¿No se ha visto en estos meses con más claridad que nunca el enfrentamiento entre las personas reticentes al control de la Administración y las más proclives a las reglas?
–El choque entre mercado y salud es uno de los puntos centrales de la salud pública a lo largo de la historia. En un contexto como el vivido, es preciso anteponer la salud en el corto plazo para, una vez protegidas las personas más vulnerables, ir recuperando la actividad económica, sabiendo que los efectos negativos de la crisis económica sobre la salud pueden ser paliados con políticas públicas.
–Tengo un amigo que afirma que la solución ideal, llegado el caso, es construir diez IFEMA y evitar los confinamientos.
–Eso pensaba Suecia... IFEMA es actuar sobre el punto final. Es mejor construir muchos servicios de salud pública fuertes con capacidad para rastrear casos y aislar contactos junto con Atención Primaria. Así será menos necesario confinar. Pero, si hay que confinar, que sepamos que lo hacemos para proteger a la gente más vulnerable, aquella que no sobreviviría ni con diez IFEMA.
–Ha habido polémica a causa de los sistemas de triaje hospitalarios durante los meses más complicados. ¿No usan todos los sistemas sanitarios criterios para priorizar en situaciones de alta demanda?
–El uso de criterios de priorización en una situación de incremento rápido de la demanda es algo universal; lo que ocurre es que cada sociedad ha consensuar bajo qué criterios quiere actuar. Todos queremos tener un sistema bien dimensionado para poder hacer frente a situaciones críticas, pero, si esto no ocurre, ¿priorizamos a quienes más capacidad tengan de mejorar?, ¿priorizamos a quienes desempeñen trabajos esenciales para la sociedad? No es una pregunta médica, atañe a la sociedad entera responderla.
–¿Cabe preguntarse pues "a quién dejamos morir"?
–Exacto. Y ahora, cuando esto pase, tenemos que preguntárnoslo y participar en ese debate.
–Pese a las incógnitas que siguen rodeando al virus, gana enteros la hipótesis de la existencia de fenómenos supercontagiadores.
–Sólo lo conocemos desde hace ocho meses. Lo que sabemos está siendo construido sobre pocas certezas previas. Con una mirada desde la salud pública y la salud comunitaria, parece clave dar con las condiciones y los eventos supercontagiadores, porque habrá más capacidad para guiarnos hacia la correcta toma de decisiones en el freno de la cadena de transmisión.
–¿Es el azar un factor determinante?
–Siempre juega algún papel, pero al ser algo que no podemos controlar es el que menos interesa desde la salud pública. El hacinamiento, las malas condiciones de la vivienda y los puestos de trabajo, las aglomeraciones... Ésos son factores que sí conocemos y que sí debemos tener controlados.
–De China al mundo en apenas tres meses. ¿Los virus llegan ahora más lejos y más rápidamente?
–Hay una suma explosiva, la conjunción de la mayor invasión de los ecosistemas con la existencia de tránsito masivo de personas por turismo o negocios en el mundo. En una infección respiratoria con transmisión por parte de población asintomática, esa suma supone el escenario ideal para saltar al ser humano y diseminarse con rapidez.
–¿Cómo califica el papel de la OMS ante la mayor crisis a la que se ha enfrentado?
–A la OMS se le han visto las costuras. Es una institución muy debilitada y sin apenas un papel claro de gobernanza, con un limitado rol en la generación de medidas tangibles para fortalecer los sistemas de salud o las políticas de propiedad intelectual y defensa del derecho a la salud. Mi duda no es cómo lo ha hecho sino cómo lo va a hacer. Con la posible salida de EEUU y la entrada de un creciente capital privado por parte de la Fundación Bill y Melinda Gates se abre un nuevo escenario que no parece muy halagüeño.
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