Israel Fernández: "De chiquitito tenía a pocos niños para jugar, así que yo jugaba a cantar"
No compartió generación con aquellos a los que venera, no nació en la edad dorada, ni fue testigo de la creación de muchos de los estilos que domina, pero el amor, ¡ay el amor!, cruza océanos de tiempo si la guía, eso sí, es el conocimiento. Y de conocimiento tiene una enciclopedia clavada en la garganta Israel Fernández (Corral de Almaguer, Toledo, 1989) que vuelve a romper las lógicas del mercado con Por amor al cante, un disco que comparte con el guitarrista Antonio el Relojero, un buen aficionado al que conoció hace más de una década como tocaor de un certamen, y con el que recorrió entre noviembre 2023 y este verano seis peñas flamencas andaluzas, y una cita del Círculo de Madrid, para grabar en directo seis cortes que son pura devoción al jondo.
–¿Cómo consigue uno que en los tiempos que corren le graben un disco de flamenco por derecho?
–Se consigue con mucha dedicación, con mucha afición, pasión y devoción por el cante flamenco, que es la que tengo yo, conjuntamente, con Antonio el Relojero.
–De ustedes no dudo pero, ¿fue complicado convencer al sello y, más, haciéndolo de esta manera, en diferentes recitales grabados en directo en distintas peñas?
–Todo lo contrario, tengo esa gracia que están conmigo a todo, a todo lo que sienta mi corazón. Me dan esa libertad que, creo, es la que el artista necesita, o yo, al menos, lo considero así.
–Confianza de su sello, confianza que le tiene también el aficionado. Muchas esperanzas despierta, ¿eso de vértigo?
–Es verdad que, cuanto más mayor me hago, más consciente soy de la responsabilidad, y más en el flamenco donde las cosas están tan bien hechas, los genios que hemos tenido en la época dorada del cante... Pero la única manera de llevar eso es agarrarse al amor y al cariño.
–¿Por qué en las peñas?
–Todos los cantaores que yo admiro han pasado por las peñas, por los tablaos y, anteriormente, por los cafés-cantantes. Estos lugares siempre han sido los caminos para llegar a otros lugares. Por eso es importantísimo tenerle respeto a estas peñas y a sus socios porque mantienen esos caminos abiertos para que el artista pueda intervenir en el flamenco.
–¿Siguen confiando los jóvenes cantaores en ese peregrinaje por las peñas?
–Sí, desde luego. Yo todos los compañeros jóvenes que conozco del cante, baile y guitarra tienen que hacer la peña porque, además, es que les gusta y admiran a las peñas flamencas. Es que son uno de los cimientos, junto a los tablaos, del flamenco.
–¿Qué surgió primero, la idea de la gira o la idea el disco?
–Todo parte porque yo quería grabar con Antonio el Relojero al que conocí hace como once años y me sorpendí mucho de su forma de tocar, de su forma de sentir, que se parecía mucho a la mía, aunque seamos de distintas épocas. La cosa es que cuando lo conocí él estaba cuidando a su madre, una mujer mayor, que ya faltó cuando cumplió 96 años. Esperé un tiempo y entonces lo llamé y le dije, ¿ahora me tienes que decir que sí, no? Y él pues, claro, también tenía ganas, aunque no creas que no tenía su cosa porque es un hombre que se ha criado en su pueblo toda la vida, con su edad y bueno salirse de su zona de confort..., pero como le tiene tanto amor al cante pues, al fin y al cabo, tira más la raza que la enseñanza. Porque esto lo hacemos por amor, por amor al cante, ni más ni menos que como se titula el disco.
–Por amor al cante y por amor a la guitarra, porque usted también pierde el sentido ahí, ¿no?
–Además de que, personalmente, me gusta mucho el toque, es que pienso que a un cantaor sin guitarra le falta la mitad del corazón.
–¿Qué fue lo que le conquistó de Antonio el Relojero?
–Pues, primero, su nobleza, su paz y su afición por el cante, porque Antonio, además de tocar la guitarra, canta y muy bien. Cuando lo escuché por primera vez pensé, ¿pero dónde ha estado metido este hombre? Es que me sentí como cuando yo era un niño chiquitito, con esa afición. Porque yo tenía pocos niños para jugar, así que yo jugaba al flamenco, yo jugaba a cantar.
–Así es usted tan conocedor del cancionero flamenco... Por cierto, ¿le costó seleccionar los cantes para estos recitales?
–Pues nosotros nos subíamos al escenario y decíamos, venga, un poquito por soleá, ahora vamos a hacer seguiriya y hacía los cantes que me iban saliendo al momento. Luego, claro, para el disco, pues metimos los seis que nos gustaron más de todos los recitales que hicimos.
–Entonces, como si no hubiera disco de por medio, como un recital clásico de peña, sin red alguna
–Así es, perdidos en el río, pero con mucha pesca. Hombre, esto se hace pues cuando conectan las personas. Antonio es un gran conocedor del cante y yo llevo impregnado en mi sangre el repertorio entre 1890, que nace Pastora (La Niña de los Peines), a 1950 que nace Camarón. Conozco bien esa gran vida del cante flamenco porque es mi devoción, por disfrute propio.
–Seguiriyas del Viejo de la Isla, los fandangos de El Carbonerillo...
–...Un cante de levante recordando la época pero un poco personal, le puse La señorita, porque es una taranta muy elegante que yo hago y rematado en otra taranta más alta, más valiente; luego hay un cante por granaína, donde me acuerdo de Manuel Vallejo; y en la soleá recuerdo diferentes estilos, de Alcalá, de Cádiz, de Jerez, todos preciosos, y por supuesto me acuerdo de Pastora y de Mairena... Ya te digo, la inspiración de los momentos, yo no los elegí.
–¿La afición ha muerto?
–No, qué va, al contrario. Primero, que al tener el mundo en las manos, en el teléfono, eso ha facilitado mucho la escucha. Y, segundo, que desde lo urbano, desde lo electrónico, palpo un interés en el flamenco y eso trae a mucha gente joven y bienvenidos que son.
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