"No hay que idealizar a los clásicos"

Irene Vallejo | Filóloga y escritora

La autora acaba de publicar en la editorial Debate una adaptación de su celebrado ensayo "El infinito en un junco", con ilustraciones de Tyto Alba

Irene Vallejo. / EFE
Gonzalo Gragera

17 de mayo 2024 - 06:00

Los ojos de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) desprenden un sereno entusiasmo al hablar de Ovidio –escritor desterrado en tiempos de Augusto- o al recordar a la poeta Enheduanna, primera mujer escritora de la que tenemos constancia. El color de los ojos de Irene Vallejo, que tanto han leído, que tantas voces clásicas han estudiado, se asemeja al color del mar de la Antigua Grecia. O al de los cielos que los poetas y los filósofos observaron para comprender eternos enigmas, para escribir hexámetros o tragedias. La autora –Premio Nacional de Ensayo, Premio de las Letras Aragonesas- se encuentra presentando una adaptación, ilustrada, de su celebrado El infinito en un junco. Ilustraciones para un libro que ha ilustrado –en el sentido etimológico de la palabra- a tantísimos lectores. Con Irene Vallejo hablamos sobre la identidad de Homero, el sesgo autoritario de Platón o la animadversión que Sócrates mantuvo a la palabra escrita.

-Decía Juan Ramón Jiménez que los libros, en ediciones distintas, dicen cosas diferentes. No sé si ese es el caso de esta adaptación del ensayo El infinito en un junco.

-Es otro lenguaje el del cómic. Este libro me ha dado la oportunidad de trabajar con la guionista, experta en comics, Xisca Mas. Lo que ha supuesto un aprendizaje para mí. También me ha supuesto un descubrimiento el hecho de trabajar con el texto y las ilustraciones.

-¿Qué valora especialmente de esta edición ilustrada?

-El trabajo de Tyto Alba, el ilustrador. Ha estado dos años enteros trabajando en el libro. El trabajo es esencialmente con acuarelas, aunque hay otras técnicas –dibujo a lápiz, collages, infografías…-. Ha sido un proceso muy artesanal. De hecho, en el papel se percibe el tacto de la acuarela. Es muy hermoso ver cómo Tyto Alba daba rostros a los personajes, se describían las atmósferas. Es llevar a los lectores a ver cómo era la Biblioteca de Alejandría y otros espacios míticos.

-Habla usted de la Biblioteca de Alejandría. Lo que me recuerda un nombre destacado de este libro: Alejandro Magno. Un hombre en el que conviven el afán por el poder y una sensibilidad hacia la literatura.

-Asociamos a Alejandro Magno a las batallas. A su talento como general y como estratega. Sin embargo, no somos conscientes de su dimensión como lector. Todas las conquistas de Alejandro Magno eran, en cierto modo, una manera de parecerse al personaje de Aquiles, a quien tanto admiraba. Alejandro Magno es una especie de don Quijote. Alguien que lee La Ilíada y quiere que su vida se convierta en algo semejante. Alejandro Magno fue un hombre con muchas contradicciones. A veces muy generoso, otras veces cruel. Muy idealista en algunos aspectos, aunque en otros vemos al hombre ambicioso, ególatra.

-¿Qué se sabe hoy día de la Biblioteca de Alejandría?

-Los arqueólogos la buscan incansablemente, y la cosa se resiste. Hay mucho debate acerca de dónde estaba. Qué edificio era. Es un misterio que se nos escapa. Las últimas hipótesis nos dicen que no era un edificio como tal, sino que se distribuiría entre patios, pórticos. Se trataría de un concepto griego de la biblioteca, que no es un lugar concreto, sino un espacio donde los libros están al alcance de todos. No sería tampoco un lugar de silencio. Allí se leería probablemente en voz alta. Lo más importante de la Biblioteca de Alejandría es que aspira a albergar a todo el mundo, al contrario de lo que sucedía en otras bibliotecas orientales, más elitistas. Aquí la palabra es accesible a todos. Nos pertenece colectivamente. No es el privilegio de unos pocos.

-Las bibliotecas pertenecían a los reyes, sacerdotes.

-Eran un símbolo de estatus. En gran medida las personas que coleccionaban los libros no era por amor a la lectura, sino porque su posesión colocaba en un determinado estatus. Era un deseo de exhibir grandeza.

-¿Quién era Homero? Hay teorías de todo tipo.

-Sabemos que la idea de La Odisea nace de la cultura oral y que de alguna manera termina escrita o transcrita. En este proceso hay una persona que la tradición llama Homero. Pero no sabemos exactamente en qué lugar de esta historia lo encontramos. No sabemos si era un juglar o un copista. O alguien que editó los textos. Ignoramos su identidad. Es un fantasma.

Me resulta muy curioso que hayamos elegido a Homero como principio de la literatura, como el padre, cuando tenemos a un personaje que a mí me resulta fascinante, Enheduanna. Una autora muy anterior a Homero. Es la primera persona que firma un texto escrito. Y conocemos su obra. Conocemos su biografía. Se puede situar con mucha precisión sus relaciones familiares, peripecias, inspiraciones. Tiene perfiles más nítidos que Homero, y sin embargo es una autora desconocida. Creo que es algo muy revelador sobre cómo construimos el canon. Nos encajaba mejor un poema de la guerra, nacido en Europa, para poner ahí el origen de Occidente...

-Señala que Sócrates no se mostraba partidario de la palabra escrita.

-Es muy contradictorio. Sus últimos tiempos en prisión los pasó escribiendo. Y había leído a otros filósofos a través de los libros. Creo que Sócrates desconfiaba de esa idea de sustituir la conversación por el texto, porque este es unilateral y no resuelve dudas. Es probable que Sócrates fuese como los que ahora desconfían de las pantallas, de Google, de los ordenadores… Porque decía que la información de los libros quedaría en ellos o en nuestro interior. No sería una información compartida. Es probable que Sócrates estuviese en ese momento de tránsito entre una forma de enseñanza oral y otra nueva que estaba llegando, donde la palabra escrita era protagonista. Sócrates desconfiaba, como es natural, de estos nuevos métodos de enseñanza. Pero si Platón, o el resto de los discípulos, no hubiese escrito en libros, no nos hubiesen llegado las aportaciones de Sócrates.

-Hay quien atribuye a Platón, en su filosofía, un sesgo autoritario.

-No es ningún misterio decir que el círculo de discípulos de Sócrates era abiertamente antidemócrata. El hecho de que la democracia condenase al maestro no ayudaría a aumentar la confianza de estos discípulos en el nuevo sistema democrático. Ellos eran aristocráticos, a diferencia de Sócrates, que procedía de una clase digamos trabajadora. Pero a los clásicos hay que bajarlos de ese pedestal de admiración en el que los hemos colocado. Hay que entender la oscuridad y el reverso de los clásicos. No hay que idealizarlos. Eso también los hace valiosos.

-¿Cómo definimos un clásicos? ¿Qué es un clásico?

-Hay muchas posibles definiciones. Ya Italo Calvino nos habló de ello en Por qué leer los clásicos. Los clásicos son libros que nos han leído a nosotros. Y que nos definen. Pero a mí me gusta destacar que los clásicos son las obras más amadas. Los clásicos son tales porque antes ha existido mucha gente que los amó, que los cuidó. Aunque hoy nos suenen a libros que hay que leer por obligación en el instituto o en la universidad, los clásicos están ahí porque han sido elegidos. No impuestos.

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