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Vanessa Montfort: “Se habla poco de las expectativas que tenemos sobre nuestros padres”

Periodista y escritora

Vanessa Montfort. / Juan Carlos Muñoz

Después del éxito de La mujer sin nombre, Vanessa Montfort (Barcelona) vuelve a las librerías con La hermandad de las malas hijas (Plaza y Janes), una novela policiaca sobre las relaciones entre las madres y sus hijos. Montfort es novelista, dramaturga y directora teatral y su trabajo María Lejárraga: a las mujeres de España, inspirado en su libro La mujer sin nombre le mereció una nominación al Goya a Mejor Película Documental.

–¿Todos somos malos hijos?

–Creo que nos sentimos. Yo hablo de una generación, de entre 40 y 50 años, que somos hijos de esas madres que vivieron las primeras libertades y les crearon unas expectativas muy altas sobre cómo iba a cambiar el mundo de la mujer. Esto se ha empezado a hacer realidad en nosotras. Ahora que se van haciendo mayores, por mucho que te hayan educado para ser lo que somos: independientes, viajeras, con profesiones liberales…, esto se les vuelve en contra porque se traduce en soledad, en falta de cercanía. Al final, se crean relaciones complicadas porque en la pospandemia nos hemos vuelto quizás más conscientes de que nuestros padres se han hecho mayores.

–¿Pasa esto solo con las mujeres?

–Más, pero pasa también a los hombres. Hay un hombre en la novela que siempre fue una más y tiene esa especie de relación de padre de su madre. Es un gran peso, porque la ausencia de él es como una infidelidad. No puedes hablar con tu madre del pasado, ni ella puede hablar con el bebé que tuvo.

–Le voy a robar una pregunta: ¿qué le diría a su madre que nunca le ha dicho?

–Habría que añadir: si no tuviera consecuencias. Hay conversaciones que quieres tener antes de que no las puedas tener, entonces te preguntas: ¿qué le diría que no le doliera? No nacemos educados para ser padres, se habla mucho de las expectativas que tienen nuestros padres sobre nosotros, pero se habla poco de las expectativas que tenemos nosotros sobre nuestros padres.

–¿Entonces?

–Le diría que no se sienta culpable de nada. A veces se sienten culpables por todo y ha sido una fantástica madre, incluso cuando no lo ha sido. La relación madre-hijo es la relación más estrecha que se puede tener con un ser humano, como en toda relación estrecha, son complejas y varían a lo largo del tiempo. A veces, nos resistimos a que varíen y hay que dejar que cada uno tome su rol. La novela es muy crítica con las madres, pero también lo es con los hijos. ¿Las conocemos realmente? Hay partes de su pasado que no.

–Parece que cuando tienen hijos dejan de ser personas.

–Claro, cuando era un ser humano y no era una madre. Por eso en un momento la psiquiatra del grupo dice: "Sería fantástico tener una máquina del tiempo para que pudiéramos ver a nuestros padres antes de nosotros y pudiéramos tener una conversación con ellos". Mi forma de intentar sacar este tema al final se ha rodeado de otro misterio que es un crimen. Imagínate que, uno tus amigos de la infancia a los que no ves desde hace 20 años, te llama para decirte que cree que tu madre y sus madres se han metido en un gran lío porque en casa de una de ellos ha aparecido el paseador de perros del barrio muerto y sabes que ocultan algo. Esto es una excusa para que se reencuentren, pero el verdadero misterio son sus madres. Reconocerlas.

–Las madres siguen siendo amigas porque aún viven en la Plaza de Oriente, que se convierte en un personaje más de la novela.

–En algún momento incluso toma la palabra la plaza y habla de sus personajes. Todos tienen una relación amor-odio con la plaza, por un lado es un lugar bello, pero por otro lado se sienten como en cautividad. Eso te atrapa y hace que se vuelva muy endogámico. Todos salieron huyendo de la plaza para tener una distancia de las intromisiones familiares y ahora, al volver, todos tienen una relación distintas con ella, aunque cargada de una dosis de nostalgia.

–También tienen un papel fundamental los perros, que llegan a relacionarse como seres humanos.

–De hecho, gran parte de la resolución del crimen la llevan ellos. Son un poco como si Los Cinco de Enid Blyton se hubieran hecho adultos. Ellos resolvían misterios en la plaza cuando eran pequeños y ahora tienen que resolver un misterio real. Además, hay que recordar que el muerto era paseador de perros y él lleva una agenda donde apunta todos los comportamientos de los perros. Al verlos, consigue meterse en la vida de cada familia para ver si hay violencia, si hay ternura…

–Muchas de sus obras están protagonizadas por mujeres.

–La mitad. Esto ocurrió a partir de Mujeres que compran flores. De hecho me llamaban la atención porque siempre escribía sobre personajes masculinos. Por alguna razón empecé a explorar el personaje femenino porque pensé que la mujer empezaba a ser un gran tema, era justo antes del MeToo, de la tercera ola feminista. Yo veía que había una necesidad de las mujeres de hablar, un descontento generacional de no llegar. Parece que estás perdiendo en todo, en el trabajo porque eres madre o si no.

–¿La sitúan ahora en la literatura para mujeres?

–Es como si Soy un gato fuera una novela para gatos. Si se ve La mujer sin nombre y está escrita por un hombre, no da la sensación de que es una novela escrita para mujeres. Está el peligroso término de la literatura femenina. No existe. El dichoso término del siglo XIX de literatura femenina se acuñó entonces para atacar a las mujeres que escribían, querían decir que eran novelas no intelectuales, ligeritas, no muy profundas…

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