"La generosidad determina la madurez de una sociedad"
Josep Maria Esquirol | Filósofo
Adscrito al personalismo de Emmanuel Lévinas, Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, 1963), profesor de la Universidad de Barcelona, constituye un verdadero verso suelto en el panorama filosófico español contemporáneo, merced a obras como Uno mismo y los otros. De las experiencias existenciales a la interculturalidad (2005) y La resistencia íntima, Premio Nacional de Ensayo en 2016. Su último libro es La penúltima bondad: Ensayo sobre la vida humana (Acantilado, 2018), síntesis lúcida y proverbial de su pensamiento.
-¿Conviene afinar en tiempos de posverdades a la hora de definir la bondad?
-Cuando empleo la palabra bondad lo hago desde el lenguaje coloquial, que es riquísimo. Me interesa el significado sencillo, que no superficial, de las palabras. A menudo se vincula el rigor con un vocabulario más tecnicista o academicista, pero esto no es así siempre. En el lenguaje coloquial los límites son vagos e imprecisos, pero para mí eso no es un inconveniente. Así que a la hora de hablar de bondad lo hago casi como sinónimo de generosidad: la acción de generar algo y ofrecerlo.
-Pero Nietzsche sí distinguía entre la bondad como fin y la bondad como medio, entendida como la caridad o la misericordia que ejerce la autoridad moral.
-Simone Weil dio en el clavo a la hora de reflexionar sobre agradecimiento y generosidad, respondiendo de paso a Nietzsche, quien tiene razón, pero no siempre: para que se puedan dar ambos de forma genuina, quien da algo por generosidad no debe ver en el otro a nadie que esté por encima ni a nadie que esté por debajo, sino a un igual que participa de la misma horizontalidad. Sólo bajo este criterio la generosidad y el agradecimiento se dan de manera fidedigna. En este sentido, como afirmaba Nietzsche, la condescendencia y la compasión pueden ser contrarias a la bondad.
-Llevado esto a la praxis, ¿es posible una política de la generosidad, o incurrimos en un oxímoron?
-En la generosidad se encuentra el origen de una políticamente verdaderamente humana. No se trata de demonizar el intercambio, ya sea comercial o cultural, ya que éste nace del aprecio por lo que uno hace a tenor del modo en que lo ofrece al otro. El problema no es el mercado, sino su degeneración. Pero más allá del mercado y del intercambio existen otras relaciones que no están basadas en el quid pro quo, sino en el placer de compartir por compartir. Y esta relación determina en gran medida el nivel de madurez de una sociedad cualquiera. Hay una palabra ideal para referirnos a este tipo de relación y que encontramos en los ideales de la Revolución Francesa: fraternidad, el sentirnos responsables de los demás.
-Al hablar de la degeneración del mercado, ¿se refiere al paradigma tecnocrático y competitivo?
-El afán capitalista y consumista no sólo relega la generosidad, también los intercambios más genuinos. El sistema competitivo se lo traga todo, y desde luego ahí hay poco cuidado por lo que uno hace. El objetivo es llegar el primero a toda costa. No es una lógica de intercambio. Igual que el consumismo es la degeneración del consumo, el mercantilismo es la degeneración del mercado. Se trata de convertir el mundo en un elemento evanescente. El hombre es un ser creador de mundos, pero ahora ejerce como creador de humo.
-Últimamente se han puesto de moda los poshumanismos que prefiguran un futuro sin seres humanos. ¿La esperanza es una postura radical?
-El poshumanismo siempre me ha parecido una postura sospechosa de evasión. Tanta reflexión sobre el futuro me parece una dejación de nuestras funciones de constructores de mundos, que se da siempre en el presente. Sí creo en la esperanza, pero no como una huida hacia adelante sino como una forma de responsabilidad. ¿Y qué significa esto? Quedémonos con el significado literal del término: la respuesta a una interpelación. De aquí nace la idea de que la esperanza tiene que ver con la confianza respecto a lo que hacemos en el futuro. Yo lo resumo en tres verbos: vivir, amar y pensar. Los tres son fines en sí mismos y completan la realidad presente hacia un futuro no evasivo.
-Pero, aunque vivir sea un fin en sí mismo, la muerte es inevitable.
-Sí. Pero la muerte no completa nada. La muerte que nos corresponderá en su momento no nos completa hoy en modo alguno. Lo que vivimos, amamos y pensamos sí lo hace.
-Ahora que la filosofía vuelve a ser materia obligatoria, ¿corresponde a la educación enseñar a vivir, amar y pensar?
-La esencia de la educación es el cuidado y el cultivo de la no indiferencia. Y esto tiene mucho que ver con lo que hablábamos antes de la generosidad. Adorno escribió en Cómo educar después de Auschwitz que hay que educar para que las personas no sean frías. Para evitar la frialdad. No es una cuestión sentimentaloide, no va por ahí. La fraternidad es una cosa muy seria.
-¿Por qué es el personalismo una escuela tan poco reivindicada hoy día?
-Mounier fue bastante leído en España en los años 60 y 70, ya que ciertos movimientos vinculaban su pensamiento con el socialismo. Pero cuando se cumplieron cincuenta años de su muerte, la Generalitat me encargó un libro introductorio sobre Mounier y no tuvo prácticamente ninguna difusión. Esto de la filosofía también va por modas, aunque prefiero hablar de autores antes que de corrientes.
Un verso suelto del pensamiento
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