Francis Martínez Mojica: "El Nobel es un premio y a mí me han dado más de setenta"

El microbiólogo Francis Martínez Mojica.
El microbiólogo Francis Martínez Mojica. / Ismael Rubio

El español que casi gana un Premio Nobel científico después de Ramón y Cajal y Ochoa es un hombre sencillo, ameno y alegre, ese tipo de sabios que se porta como si nada fuera con él. Y a su espalda, Francis Martínez Mojica (Elche, 1963) carga con ser el precursor de un corta-pega genético que le ha valido el Nobel a dos investigadoras que usaron su hallazgo para fines médicos. El sistema CRISPR, tal como este microbiólogo de la Universidad de Alicante lo bautizó, les sirve a las bacterias para atacar a los virus. Aquel hallazgo fue una revolución que deriva en más y más revoluciones.

Pregunta.–¿Y para qué la ciencia?

Respuesta.–Pues para que los científicos alimenten su curiosidad. Porque si los científicos no la alimentan, poco descubrirán.

P.–¿Hay relación entre la imaginación y la curiosidad?

R. –Creo que no pueden ir separadas. En mi caso, por ejemplo, si descubres unas repeticiones singulares del ADN de un ser vivo, te dices: “Esto no es porque sí”. Si están después de 3.500 millones de años de evolución es porque sirven para algo. Entonces empiezas a imaginarte hipótesis y a preguntarte qué hacen y por qué lo hacen. Al final, después de diez años, como nos pasó a nosotros, descubres la respuesta.

P.–Más que las respuestas, ¿no es el valor de la ciencia encontrar las preguntas?

R.–Encontrar las más innovadoras, rompedoras... Lo fácil es seguir la línea de los demás y lo difícil es no hacerlo, tomando riesgos.

P.–¿En qué preguntas anda últimamente?

R.–En las mismas que me plantearon mis directores de tesis, en intentar entender las cosas que nadie entiende. Los sistemas CRISPR son muy diversos y en cualquier ambiente en el que uno mire se encuentran bacterias que nunca se han visto y que no se saben para qué sirven ni qué hacen. Y ahí ando.

P.–¿A qué jugaba de niño, a la pelota o a la lupa?

R.–Tengo tres hermanas mayores que trabajaban en la empresa familiar. Como pasaba mucho tiempo solo, recurría a la imaginación. Me llamaban la atención los seres vivos. Me pasaba el día cogiendo bichitos y jugando con ellos. De las primeras cosas que me regalaron que me hizo ilusión fue una especie de microscopio con el que me pasaba el tiempo mirando todo lo que tenía al alcance.

P.–La directora del CSIC nos habló recientemente de la gran cantidad de dinero que se está dedicando a la ciencia. ¿Es así?

R.–Se está invirtiendo más que antes, aunque si dices que es una gran cantidad, comparado con otros países, pues es una birria. Aquí dependemos casi exclusivamente de la financiación pública. En EEUU, por ejemplo, a los colegas les sobra el dinero. Les viene una empresa y, conque luego aparezca el nombre, es suficiente. Aquí la limitación no es sólo el dinero público, que podría y debería ser más, sino que las empresas no financian.

P.–¿Por qué?

R.–No tienen un incentivo. En otros países sí.

P.–Ha comparado el genoma con un libro de instrucciones y el sistema CRISPR, con unas tijeras y un pegamento genéticos. Pareciera como si los científicos tuvieran que disponer de un arsenal de metáforas como los poetas.

R.–Es para que la gente te entienda. La gente le tiene miedo a lo que no entiende. Pasa con los organismos modificados genéticamente, a quien hay que le sale sarpullido. Cómo voy a comer yo ADN, dicen. Y si no comes ADN es porque te alimentas a base de sal y azúcar exclusivamente.

P.–¿Hay usos del CRISPR que aún le sorprendan?

R.–Se me cae la mandíbula cada vez que leo alguno de los 30 ó 40 artículos que se publican cada día. Hay muchas revoluciones después de la primera revolución, que fue la edición genética, y una de ellas es el uso antimicrobiano. Lo que tiene CRISPR para matar a los virus se usa para matar a la misma bacteria. Se provoca el suicidio. Así podemos elegir matar sólo a las bacterias patógenas, protegiendo a las bacterias beneficiosas.

P.–¿Algo más?

R.–Pues está lo de guardar información... Eso me alucinó. CRISPR es un mecanismo de defensa de las bacterias con memoria. Y ese rasgo de la memoria se ha utilizado para guardar información, por ejemplo, de una película. Sólo tienes que codificarla con las cuatro letras de ADN y la bacteria la guarda. Y, sin son esporas, se guardan durante millones de años. Son millones de células con información que uno puede recuperar cuando quiera, impoluta, perfecta, exactamente igual que como se guardó. Eso es la hostia.

P.–¿Alguien podría hacer extinguir el género humano con el CRISPR?

R.–Podría hacerlo. Hay quien no tiene la cabeza en su sitio, pero hay controles. Pasa como el resto de las cosas. Hay gente que puede matar pero hay leyes que lo penalizan y, aún así, lo hace. Y no hay una globalización en la regulación génica. El problema es que somos muchos seres humanos y muchos intereses que en muchos casos van más allá del bien común.

P.–Una vez descartado el Premio Nobel, ¿cuánto le pesa no ser rico y famoso?

R.–Nada en absoluto. Antes de 2016 tenía tiempo para hacer lo que quisiera. La única obligación que tenía era dar las clases. Y en el resto del tiempo hacía lo que me daba la gana, que normalmente era investigar. Luego, cuando se empezaron a difundir las utilidades del CRISPR, me empezaron a llamar para charlas, conferencias, te dan premios, te llevan de aquí para allá, te llaman por teléfono... Y llega un momento en que dices: “Vamos a ver, llevo desde 2016 haciendo lo que la gente me pide que haga”. Y está bien durante un tiempo, pero llega un día en que piensas que igual no es lo que debería.

P.–Y eso que ha sido una persona que casi ha ganado el Nobel. Si llega a ganarlo...

R.–El Nobel es un premio y a mí me han dado más de setenta. Ésos son muchos. Si los sumas es mucho más que un Nobel. La fama quizá les genere alguna sensación positiva y agradable a quienes les guste. No es así para quienes preferimos el anonimato.

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