La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Fernando Arévalo | Fotógrafo
Fernando García Arévalo (San Roque, 1967) lleva toda la vida observando el fenómeno migratorio, hombres y mujeres en tránsito. Ese trabajo de toda una vida está recogido en su turbadora muestra En lo más ancho del Estrecho. A través de una campaña de crowdfounding, quiere convertir estas imágenes en un libro para que exista una constancia duradera de todo aquello de lo que ha sido testigo durante las tres últimas décadas en las que miles de seres humanos se han dejado la vida en su sueño de atravesar fronteras.
-¿Lo suyo con la inmigración es obsesivo? Ha estado 25 años retratándola.
-He retratado muchas más cosas, pero sí, en un momento llegó a serlo. En 1992 me obsesioné con fotografiar una travesía en patera. Me iba todas las noches a Tarifa, a los lugares con mejor visibilidad del Estrecho, buscando pateras. Y luego me iba a los puestos de Cruz Roja. De tan pesado que fui un día me dijeron que me fuera con ellos en la zódiac y dimos con una patera. Estábamos más cerca de Marruecos que de España y, al fin, hice esa foto. Al parecer era la primera foto de una patera en plena travesía.
-El fenómeno aún era reciente.
-Sí. Unos pocos años antes Ildefonso Sena había fotografiado al primer inmigrante muerto, ahogado, en la costa de Tarifa. Pero yo ya entonces estaba seguro que lo que acababa de empezar no iba a parar. Y, desgraciadamente, así seguimos.
-Estuvo a punto incluso de hacer la travesía en una patera.
-De hecho, pagué por ello. 300.000 pesetas. Vivía en Ceuta, en uno de los barrios fronterizos, Benzú, e hice amistad con dos hermanos marroquíes que estaban metidos en eso. Me llevaron a Tánger y, ya en la playa, los encargados de pasar descubrieron que era periodista y me arrearon una buena paliza. Afortunadamente, llevaba debajo el chaleco salvavidas que amortiguó los golpes y sé que si me hubieran querido matar, lo hubieran hecho. Me dejaron bastante maltrecho.
-Y sin la foto.
-Pero no me arrepiento, aunque quizá ahora no lo hubiera hecho, pero entonces sí me llamaba la atención ese periodismo gonzo. Entonces tuve la oportunidad y lo intenté, aunque uno de los miedos que tenía es que en mitad del trayecto me tiraran al agua. Al final, fue eso, una paliza.
-También ha vivido en Senegal. Quizá tenga la respuesta a esa pregunta que tantas veces se hace: ¿por qué lo hacen? ¿Por qué se juegan la vida?
-Naturalmente, no hay una sola respuesta. Si has nacido en el Sahel es fácil de explicar. La respuesta es porque allí no se puede vivir. Pero es cierto que muchos que lo intentan viven en lugares de Senegal donde no es que se viva bien, pero no hay grandes privaciones e incluso algunos lugares son bellísimos, a un occidental le podría llegar a parecer un paraíso. Pero hay que tener en cuenta que son jóvenes, están conectados a través de las tecnologías y quieren vivir en otro mundo. Es humano. El hombre siempre ha emigrado. En su proyecto migratorio se incluye la aventura.
-Luego, para muchos, llega el desencanto.
-Sin duda. Occidente es un mundo hostil para ellos. Un día en Madrid vi a unos manteros recogiendo a toda prisa su mercancía en Preciados y corriendo mientras les perseguía la Policía. Los conocía y les pregunté después si de verdad les merecía la pena.
-¿Cuál fue la respuesta?
-Que el fracaso no les está permitido. No pueden regresar a su país derrotados. Hay una película española muy mala que define muy bien esto. ¿Te acuerdas de Vente pa Alemania, Pepe? Pepe Sacristán era un emigrante y volvía de visita con un coche alquilado y contando lo maravillosa que era la vida en Alemania y luego se va para allá Alfredo Landa y resultaba que nada de eso era así. A ellos les ocurre algo parecido.
-Además, hay familias que dependen de ellos.
-Eso es seguro. Según entras en una casa de Senegal sabes perfectamente si tienen a alguien en Europa. En Senegal con cien euros vives bien. Conocí a una familia que vivía íntegramente de lo que el enviaba el hermano que había hecho el viaje. Fui a verle en Cataluña. Vivía en unas condiciones miserables, malvivía, pero no podía volver porque tenía que enviar dinero a su familia. Y su familia de Senegal, que era extensa, vivía mucho mejor que él.
-¿Le asusta la deriva que están tomando las cosas, que esté calando el discurso antiinmigración?
-Me asusta el vocabulario, la violencia verbal con la que se expresan, pero no ofrecen argumentos. Puedo escuchar todos los argumentos e incluso alguno entenderlo, pero no que me digan que esta gente viene a delinquir o a aprovecharse de nuestros servicios sociales porque eso, sencillamente, no es cierto y no hay ningún dato que lo avale.
-Su trabajo es admirable, despertar conciencias, crear solidaridad.
-Vivimos en un momento en que se están radicalizando los discursos. Sí, hay una corriente muy solidaria y, en el otro lado, crece una corriente antisolidaria. Pero no nos engañemos, entre un discurso y otro se encuentra la mayoría de la gente a la que en líneas generales no le preocupa, para los que los inmigrantes son invisibles.
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