Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Paco Aguado | Periodista y escritor
A Joselito El Gallo le faltó en su día un Chaves Nogales que lo elevara a los altares de la mejor literatura, como sí ocurrió con Juan Belmonte. Paco Aguado (Madrid, 1964) lo consiguió en 1999, cuando su libro Joselito el Gallo, rey de los toreros se convirtió en un hito de la literatura taurina y biográfica. Una obra reeditada por El Paseo con motivo del centenario de la muerte del torero de Gelves, para el que la Hermandad de la Macarena había diseñado un amplio programa de actos culturales y formativos que se han visto interrumpidos por la pandemia del Covid.
La entrevista se desarrolla frente a la Basílica de la Virgen de la Esperanza, en una mañana soleada de noviembre. Mientras conversamos, el ex presidente del Betis, Manuel Ruiz de Lopera, se baja de su coche y entra en el templo. Comenzamos a charlar.
–¿Por qué decidió reeditar este libro antológico?
–Por el centenario de la muerte de José en Talavera, que se ha cumplido este año. Espasa Calpe publicó el libro en 1999, cuando coincidió con la compra de esta editorial por Planeta, la cual, pese a la venta de 4.000 ejemplares, no consideró oportuna la reedición, lo que hizo que fuera una obra buscadísima y que despertara el interés por el personaje. Ahora era el momento de reeditarlo con la firma El Paseo, mediante una edición con 100 páginas más, con variaciones sobre el original y mucho más cuidada.
–Como Bécquer en la poesía, Joselito fue el creador del toreo moderno...
–Fue el arquitecto del nuevo toreo. Resumía en su persona todo el siglo XVIII y XIX de la tauromaquia. Dominaba tanto el toreo antiguo que decidió dar un paso más y adentrarlo en la modernidad. Cambió las estructuras del toreo no sólo en la plaza, sino fuera de los ruedos, en aspectos como el tipo de toro que se necesitaba para la nueva tauromaquia, la manera de administrar la carrera de los toreros y fomentar la construcción de plazas monumentales para adaptarse a la nueva corriente de los espectáculos de masas que empezaron a surgir.
–¿Fue también uno de los artífices de la reinvención de Sevilla?
–Era una pieza fundamental de aquella Sevilla. Tengamos en cuenta que el principal espectáculo de masas eran los toros, puesto que apenas había fútbol, por lo que los toreros se habían convertido en ídolos del pueblo, incluso más que cualquier futbolista estrella de hoy. La popularidad de Messi se quedaría chica con la de Joselito.
–¿Cuándo surge la mala relación con la alta sociedad sevillana?
–Al principio eran sus admiradores, siempre desde una perspectiva clasista, puesto que se trataba de un torero y medio gitano. El detonante surge con la Monumental, cuando Julio Lissen, un nuevo rico de la época, decide hacer el ensanche del barrio de San Bernardo tomando como eje la nueva plaza de toros. Y lo hace con el apoyo de José, que defendió la causa. Esto supuso una afrenta para la oligarquía, representada en la Maestranza. El choque de intereses provocó que los tres últimos años del torero de Gelves fueran muy duros, alejado de los centros de poder, al considerarlo un elemento “nocivo” para la sociedad.
–¿Cuál fue su principal aportación en el ruedo?
–Los muletazos ligados en redondo, una técnica que no existía en el XIX; la búsqueda de un toro de mayor entrega para una faena más profunda en la plaza; y el tipo de carrera profesional del torero. José fue un adelantado a su tiempo, al reivindicar los derechos de imagen. En aquellos años ya se empezaba a grabar los festejos. Él cobraba una media de 9.000 pesetas por corrida. Si se filmaba, le pagaban 5.000 más.
–También creó otra dualidad sevillana: los gallistas y belmontistas.
–Exacto. A diferencia de José, Belmonte no fue un revolucionario en el ruedo, pero sí un mito. No tenía fuerza física ni conocimiento del toreo, pero todo lo podía con su gran voluntad. Una cualidad que trasladaba con mucha emoción a los tendidos, creando un halo mágico que dio origen al belmontismo, una corriente a la altura de los ismos artísticos de la época. Tenía, por tanto, una percha poética de la que carecía José. De Juan escribió Valle-Inclán y Chaves Nogales en la biografía que lo elevó a la eternidad y que ocultó la fama que atesoraba El Gallo.
–Al menos de José escribió Muñoz y Pabón, lo que le valió la pluma de oro que luce la Macarena.
–El canónigo de Hinojos fue el defensor de José ante la alta sociedad sevillana, a la que le molestó bastante los funerales que se celebraron en la Catedral por un torero gitano, que ayudó a las clases populares siempre que pudo.
–El monumento que se inaugurará el 12 de diciembre compartirá plaza con el de Rodríguez Ojeda, otro referente de la época.
–Ambos siempre se apoyaron a la hora de trabajar por la Macarena. Uno ponía el dinero y el otro, el diseño. José era un mecenas de entonces. Pero, como ha recordado estos días el hermano mayor, José Antonio Fernández Cabrero, aunque muchos enseres aparecen pagados por él, no siempre estaban costeados por completo de su bolsillo, pues él alentaba a los hermanos –entonces era una cofradía de gente humilde– a que se comprometieran a buscar medios para sufragar los estrenos.
–¿Algo que decirle al ministro de Cultura?
–Hay gente tan inculta que llega a ocupar ministerios. Ignoran que los toros han supuesto una profunda cultura en este país durante siglos. La implicación de la tauromaquia con la sociedad ha sido estrechísima. Ya dijo Ortega y Gasset en su día que no puede entender la historia de España quien no conozca la historia del toreo.
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