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Entrevista con Juan Dávila
Hace diez años Juan Dávila (Madrid, 1978) era policía local en Alcobendas. Se apuntó a un curso de arte dramático y su vida cambió. Dejó de ser funcionario y comenzó a subirse a los escenarios. En esta década artística ha hecho teatro, cine, series y, desde hace unos meses, llenar todas las funciones que hace en el Teatro Arlequín de la Gran Vía madrileña. Su espectáculo La Capital del Pecado 2.0 es un rotundo éxito que tiene como pilares la improvisación humorística y la viralidad de sus vídeos cortos en redes sociales. Aparte, prepara la obra de teatro Dani y Roberta y rueda una serie con Álex de la Iglesia.
-Está triunfando sobre el escenario con su espectáculo, ¿cómo lo definiría?
-Lo que se me pasa por la cabeza lo suelto. En el show hay verdad. Y cuando la gente ve que algo es honesto, se peta. Viene gente de todas las edades: desde chavales de TikTok hasta abuelas o carniceros. Hago un humor muy universal. También pasa que ahora no hay El Club de la Comedia o Comedy Central. Y los chavales quieren hacer planes. Y quieren reírse como todo el mundo. No sé cómo llamarlo, pero engancha a la gente. Es la esencia de lo que yo soy.
-¿Cuándo surge?
-Lo adapté después de la pandemia. Era la estructura de lo que hacía hablando de enanitos y pecados capitales. La idea es que volvamos a ser niños y seamos libres. La gente necesita no reprimirse. Es un monólogo en el que el protagonista no soy yo. La gente necesita su minuto. Y a mí me encanta.
-Su estilo es interactuar con el público.
-Sí, pero si no les doy el pie, no hablan. Hay muchos que vienen queriendo dar caña y en el teatro se cagan lo más grande (risas). Hay gente que dice cosas en el show y luego se sorprende de haberlo hecho. Se sueltan. Es muy terapéutico. Es como lo que hacía Alejandro Jodorowsky, pero a través de la risa. Llevo 11 años haciendo improvisación. Cuando empecé, había 20 ó 30 personas. No hay filtros. No hay límites. El límite del humor es la risa del público. Si la gente se ríe, adelante; si se crean situaciones tensas, cuidado. Hago lo que me apetece. Soy bastante anárquico e impulsivo. Ahora lo estoy petando con la comedia, pero todo lo que he hecho de ficción es drama.
-¿Es más fácil hacer reír o llorar?
-Es más fácil hacer llorar. La risa es sorpresa. Con el drama empiezo a hablar y a tocar un tema y la gente entra. La risa no se puede manipular. Sale o no sale. Tengo mil recursos: imitaciones, humor absurdo,... Lo voy haciendo en el momento. No es el típico micro con el cómico soltando su texto. Parece que hay un purismo del monólogo que habla de la técnica y la pureza. Y yo paso de todo eso y de las reglas en el humor.
-¿Se plantea sacar el show de Madrid?
-Está viniendo la gente en vez de ir yo. Algunos vienen y vuelven en el día sólo para verme. Como el que vienen a un concierto a un partido de fútbol. Yo no me fijo en espectáculos de comedia para aprender, sino en conciertos. Yo soy la Rosalía de la comedia (risas).
-Su espectáculo versa sobre los pecados capitales, ¿cuál es el que más se comete?
-España es un país donde la envidia es tela. Si la gente me ve a mí hacer esto la gente me va a tener envidia, pero dentro del gremio sí. Cuanto más arriba estás, más hay. El que cree que debería estar ahí y no está...
-Usted cometió el de ser osado al dejar la policía por la actuación, ¿qué le decían los suyos?
-Mi familia y mis amigos me dijeron que estaba loco por dejar una plaza por oposición. Yo trabajaba en uno de los pueblos que mejor pagaba a sus policías. La decisión fue complicada. Me la jugué. Al principio, cuando mi padre venía a verme en microteatro para ocho personas... Ahora, algunas veces saco a un policía del público y hacemos un día normal patrullando. Con 31 años me apunté a la escuela Coraza y con 33 años pensé que o lo dejaba en ese momento o no lo hacía nunca. Libraba una semana, en la que ya hacía monólogos, y otra trabajaba.
-¿De pequeño soñaba con ser actor?
-De niño quería ser futbolista. Llegué a Tercera División, pero me rompí la rodilla. Estudié Fisioterapia. En el colegio era capaz de revolucionar la clase. La ponía patas arriba a base de ocurrencias, de calentar a los compañeros. Y en los equipos de fútbol, igual. Una vez jugué en Valdebebas con el Alcobendas contra el filial del Real Madrid. Íbamos fatal y teníamos que ganar como fuera. Me llevé un radiocassette y 16 latas de Red Bull. Y estuvimos todo el partido defendiendo y en dos contraataque nos pusimos 0-2 y ganamos. Era mediocentro defensivo y repartía estopa (risas).
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