“En educación, sin etiqueta no hay recursos”
Tania Pasarín-Lavín | Doctora en Educación y Psicología
Tania Pasarín-Lavín (Villablino, León, 1991) trabaja en la Universidad de Oviedo como docente e investigadora y forma parte del grupo de investigación ADIR (Aprendizaje escolar, dificultades y rendimiento académico). En su cuenta de Instagram, @ser_maestra, ofrece contenido divulgativo sobre necesidades educativas especiales e inclusión. Recientemente ha publicado Mi hijo es extraordinario (MR), donde da las claves para entender algunas necesidades educativas especiales.
–“Cualquier persona es mucho más que una etiqueta”. ¿Nos cuesta ver a los niños como tales?
–Últimamente lo queremos etiquetar todo. Etiquetamos muchísimo. Con los niños hay una casuística muy clara, y es que si no hay etiqueta no hay recursos, sobre todo a nivel educativo. Entonces, la etiqueta es necesaria. Soy partidaria de defender que un niño es más que una etiqueta, pero en educación, lamentándolo mucho, sin etiqueta no tenemos recursos de profesores especialistas, de cambios de objetivos, de metodología...
–¿Cómo se puede detectar si un niño tiene necesidades educativas especiales?
–Es algo muy heterogéneo y diverso, y depende de la necesidad educativa con la que estamos trabajando. Normalmente lo identifican los padres, madres o docentes tutores, y son los que activan el protocolo que pone en movimiento al orientador educativo, que va a ser el que pase las pruebas. Partiendo de ahí, éste va a decir qué etiqueta nos da esa necesidad educativa y, a partir de ahí, empezaríamos a trabajar.
–¿Cuál sería el procedimiento a seguir cuando una familia nota que 'pasa algo'?
–La familia tiene que poner en alerta al tutor. Si éste no lo ve claro, a lo mejor hay que ir a estamentos superiores, como dirección o jefatura de estudios. Los maestros tutores suelen implicarse y, por tanto, se activa el protocolo.
–¿Está el sistema educativo preparado para un menor que no entre dentro de lo que se considera 'normal'?
–No. Lamentablemente no tenemos recursos, ni materiales ni personales. Contamos con un docente por cada 25 alumnos en los colegios públicos, contamos con muy pocos pedagogos terapéuticos y especialistas en lenguaje para apoyar a los niños con necesidades, los orientadores están superados... Por eso muchas veces no hay que culpar tanto a los centros y a los profesores como tal, porque hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Aunque, como en todo, también los hay malos: hay profesores que no quieren, no les apetece o no están formados y hacen daño a nuestros niños.
–¿Son los centros educativos reticentes a evaluar?
–Como es algo tan social, depende del centro y de la persona con la que trabajes. Tanto a nivel de necesidad educativa como de cualquier otro tipo de dificultad o problema que surja en la educación, va a depender del docente que te toque y del equipo directivo del centro educativo. Lamentándolo mucho, es como una lotería
–¿Qué necesidad es más difícil de detectar?
–Depende de la formación del orientador y del maestro. Actualmente las más identificadas suelen ser el trastorno del espectro del autismo y la hiperactividad, pero cada vez más se escucha hablar de dislexia y de altas capacidades, que eran antes las grandes olvidadas.
Las altas capacidades están mal comprendidas, sólo las conocemos en el extremo”
–¿Sigue habiendo estigma en torno a las necesidades educativas especiales?
–Sí, muchísima. La sociedad todavía no está preparada al 100%. Hemos ganado muchísimo en inclusión, cada vez normalizamos más y estamos más sensibilizados, pero queda muchísimo. Todavía se cree que una persona con síndrome de Down es como un niño pequeño y no puede trabajar. Cada vez vemos más como empresas contratan a personas con discapacidad y eso hace que las veamos con menos estigma, pero nos queda.
–¿Son unas incomprendidas las altas capacidades?
–Incomprendidas no sé, pero sí mal comprendidas. Sólo conocemos las altas capacidades en el extremo: la superdotación, el que cumple esos indicadores que vemos en las películas, el genio o prodigio. Pero las altas capacidades tienen un amplio abanico de posibilidades: hay talento, talento simple, talento complejo, que destacan en una o varias habilidades... Es muy difícil de entenderlas. Por eso digo que están mal comprendidas. Y luego hay gente que cree que es sobreestímulo familiar o que las altas capacidades no existen.
–¿Se pierden talentos por la falta de diagnóstico?
–Sí. De hecho se está viendo cómo en España se está diagnosticando un 0,5% de personas con altas capacidades cuando, según los expertos, podría estar entre un 2 o un 10%, depende a quien leas. Se nos está escapando el talento por todos los sitios. Y cuando llegamos al ámbito universitario, vemos cómo los más capaces se tienen que ir a otro país porque aquí el talento no se valora, o no al 100%.
–¿Hay que etiquetar, con el riesgo que ello conlleva?
–A nivel educativo, en infantil, primaria o secundaria, sí, porque sin etiqueta no hay recurso. O si eres adulto y crees que llevas toda la vida siendo un incomprendido porque en tu época no había tanta información, también es necesario buscar esa etiqueta para comprender qué te pasa. Pero fuera del ámbito educativo deberíamos dejarnos de etiquetas porque sólo crea más estigma y señalamiento. Todos somos diversos.
–Una vez recibido el diagnóstico, las familias suelen estar confusas. ¿Qué les aconseja?
–Si el centro educativo está receptivo y notas que está formado, pediría ayuda al tutor y al orientador. Son los que mejor te pueden explicar ese diagnóstico. En caso contrario, buscaría asociaciones; incluso en los ayuntamientos hay profesionales en materia de inclusión. O a un psicologo o pedagogo de un gabinete privado Es buscar redes de apoyo.
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