Eduardo Pereiro: "La sonrisa es un escudo que crea la persona fotografiada, porque no está cómoda"

Eduardo Pereiro | Fotógrafo

El fotógrafo Eduardo Pereiro es un artista que destaca en una generación que aborda el folclore desde nuevos enfoques

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El fotógrafo gaditano Eduardo Pereiro / DS

Descubrir en el paisaje su verdad oculta; o desvelar, en la sutileza del retrato, la profundidad de una mirada, de una psicología. Son algunos de los propósitos del fotógrafo Eduardo Pereiro (Cádiz, 1992). En su obra, a través de las fiestas populares o costumbres de diversos municipios, nos aproximamos a una antropología, y también nos deleitamos con la belleza de Taiwan o del sudeste asiático. Las fotografías de Pereiro, sugerentes, magnéticas, simbolistas, nos acercan a Isla Canela, a ferias andaluzas, al campo y a las playas del sur. Pero el objetivo del fotógrafo no se limita a la consabida estampa costumbrista, pues Pereiro siempre deposita el discurso o la reflexión entre los silencios de sus retratos. Para más precisión, se puede consultar el Instagram de este artista andaluz: @Edu_Pereiro.

-Para empezar, una pregunta siempre compleja para los creadores: ¿cómo define su obra?

-Mi obra tiene un carácter etnográfico y antropológico. Es una obra que habla del folclore. Mi fotografía retrata esa Andalucía que estamos perdiendo a causa de la globalización, del turismo de masas –aunque no tenga yo fobia al turismo-. Por otra parte, mi trabajo también habla de mí. En él busco el autodescubrimiento. Te cuento: vengo de un padre gallego y de una madre andaluza. En mi casa siempre hemos estado de aquí a allá debido al trabajo de mi padre, que es militar. Mis padres, por tanto, nunca me han inculcado ese sentido de enraizamiento, de identidad.  Mi trabajo es una forma de acercarme a esas raíces que no me han inculcado mis padres, e identificarme a través de ellas.

-En sus fotografías se observa un interés por el retrato, no necesariamente de una persona, pues abundan los paisajes, las escenas. En cualquier caso, usted busca retratar, es decir, descubrirnos un matiz de hondura, una psicología.

-Exactamente. No entiendo la fotografía como se la suele conocer, la de “¡patata!”, la de la sonrisa. De hecho, la sonrisa es un escudo que crea la persona fotografiada, porque está tensa; porque no está cómoda frente a la cámara. Me interesa la foto que surge de la espontaneidad. Cuando fotografío intento que la persona saque su rostro más auténtico. Esa emoción auténtica que tenga en ese momento. Cuando fotografío busco la verdad. Eso me parece muy importante. La verdad no tiene por qué ser una sonrisa. Puede ser una melancolía, una tristeza, un enfado. Esa verdad tan honda se consigue con tiempo. Un retrato no es ir a hacerle una foto a alguien, y ya está. Un retrato se logra con una conversación previa, una charla de un rato. Para que la persona se relaje y suelte esa expresión auténtica.

"Me interesa la foto que surge de la espontaneidad. Cuando fotografío intento que la persona saque su rostro más auténtico"

-En su trayectoria ha fotografiado lugares de Asia, Italia. Pero es evidente que entre todos destacamos Andalucía. ¿Por qué Andalucía?

-Cuando yo empecé el proyecto de Asia, hará unos siete años, quería salir de aquí, de Andalucía. Lo que yo quería era moverme por el mundo. Buscaba la belleza en lo externo. En lo que había más allá de mi alrededor. Pero mi obra ha ido pasando de lo más exótico a lo más propio, a lo más cercano. Pasé de viajar a Asia a interesarme por Andalucía. Aunque siempre manteniendo ese enfoque hacia la cotidianidad, o hacia cómo afecta la globalización a las minorías, a las culturas de estos lugares. Eso se mantiene en mí. En Andalucía sí me he dado cuenta de que puedo profundizar más en ese trabajo que comento. Pues conozco el terreno, el idioma. No tengo esas barreras culturales, que sí he tenido en otros lugares, como en Asia. Trabajar sobre lo que uno conoce te da más profundidad en el trabajo. Quizá por eso me quedé con Andalucía.

-Hay una nueva generación, a la que usted pertenece, que está resignificando la cultura andaluza. Cuenta lo que todos conocemos, pero desde una óptica renovada. Podemos citar ejemplos en diferentes disciplinas. ¿Por qué cree que se está dando este fenómeno?

-Creo que una parte es por nostalgia, quizá. Hablamos de una generación que ha vivido un cambio drástico: el que ha experimentado la humanidad en cuestión de veinte años. Son años en los que todo se ha vuelto digital, en los que hemos pasado de jugar en las calles a estar pendientes de las pantallas. Para entendernos: hemos pasado del puchero a la hamburguesa. Por lo que esa nostalgia de volver a las raíces está ahí. Hay una generación que quiere volver a lo que ha vivido y ya no existe. Pienso en Rodrigo Cuevas, que me encanta. Aunque hay muchos ejemplos, como dices. Artistas que han visto cómo se ha perdido, en un tiempo récord, la identidad de su tierra natal. Nosotros –como generación- nos preguntamos, si en este tiempo breve se ha destruido tanto, qué será de nosotros, de nuestra cultura, en veinte o treinta años.

"Isla Canela hoy la están convirtiendo en un Benidorm, en una Marbella. Eso me duele"

-Hablando de identidad, raíces, protección de nuestra cultura: su proyecto en Isla Canela. Cuéntenos qué busca ahí.

-Pues todo empezó porque conocí al protagonista de este proyecto, Juan, hará unos diez años. Juan es cabrero, con sus trescientas cabras, sus ovejas, ahí en medio de la Isla -de Isla Canela-. El caso es que me encontré con esta historia y decidí que había que hacer fotos de aquello. Cuando empezó el covid me replantee qué quería mostrar, qué quería hacer, al no poder viajar ni ir a ningún sitio lejano. Entonces empecé a retratar lo de aquí [lo próximo a Ayamonte, donde reside el fotógrafo]. Una de las cosas que pensé fue Isla Canela. Este es un lugar que ha cambiado muchísimo en los últimos años, debido a la construcción de edificios, de los campos de golf. Isla Canela hoy la están convirtiendo en un Benidorm, en una Marbella. Eso me duele. Cuando yo veía a Juan en medio de todas esas urbanizaciones, veía casi a un superviviente. En medio de esa vorágine de turismo y de cambio, él estaba ahí. Esa imagen me atrajo muchísimo. Por su parte, Juan me acogió estupendamente. Él para mí es de mi familia. Ha sido una experiencia que me ha ayudado a nivel técnico, pero también a nivel terapéutico. Ese contacto con el entorno, con la naturaleza.

-En su fotografía es inevitable pensar en Cristina García Rodero.

-Sí, claro. Cristina García Rodero es la madre –o la abuela- de todos los fotógrafos que nos dedicamos a la fotografía antropológica. Es la referente. 

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