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"En pandemia tuve la mente más libre que nunca"
Ignacio Jiménez Soler | Periodista y director de comunicación de Endesa
Sevilla/Ignacio Jiménez Soler (Madrid, 1973), doctor en Ciencias de la Información y licenciado en Periodismo, es experto en difusión de innovaciones, comunicación estratégica y conocimiento digital aplicado al posicionamiento de empresas e instituciones. En los últimos 15 años ha sido director de estrategia de comunicación y marketing en multinacionales como Liberty Mutual Group, BBVA, Telefónica o Endesa. Docente universitario y autor de los libros Comunicación e innovación y El efecto holograma. En su tercer libro, La nueva desinformación (Editorial UOC, 2020) disecciona en veinte ensayos el notable incremento de la desinformación y sus perniciosos efectos.
–En su libro La nueva desinformación usted insiste mucho en la idea de separar criterio de opinión.
–Sí, efectivamente insisto mucho en esa idea. Siempre digo que la opinión son los suburbios del criterio. La opinión la tenemos todos y es libre y es una gran base de nuestras democracias y que tenemos que preservar. Pero hay mucha diferencia entre tener opinión y criterio de las cosas. Y la opinión sí que puede ser muchas veces aliada de movimientos positivos, pero también puede ser muy aliada de los procesos de desinformación. Y frente a eso, normalmente suele estar el criterio, que es el que hace de freno y el que suele terminar emergiendo frente a las corrientes de opinión dominantes, aunque no sean veraces. Por lo tanto, creo que defender el criterio es importante.
–¿Subyace en eso que opinamos demasiado sin tener en cuenta el criterio?
–Sí. Y eso es bueno y es sano y hay que mantenerlo y preservarlo, pero no podemos elevarlas por muchas que sean al rango de verdad. Suele estar más cerca la verdad del criterio que de las opiniones. Por lo tanto, de ahí la reivindicación de contar siempre con las fuentes más informadas y que mejor conocen cualquier temática. Para así poder forjar una idea lo más rigurosa posible sobre determinados temas que nos afectan a nuestro día a día, sea en la política o en el mundo de la empresa, del consumo, de la educación o de cualquier ámbito que afecte a la sociedad.
–Afirma, desde el inicio del libro, que la desinformación es ahora el elemento más importante de desestabilización geopolítica y empresarial. ¿Por qué?
–La desinformación, con permiso de otros virus y pandemia que nos infectan, probablemente sea el problema más serio y menos tangible que tenemos en las democracias en el siglo XXI. ¿Y por qué? Porque básicamente no suele tener cara y ojos. Es difícil poder sustanciarlo en alguien o en un enemigo concreto. Es muy fácil de compartir. Es muy fácil de creer debido, sobre todo, a la proliferación de identidades digitales que hacen que el crecimiento exponencial de las falsedades, de las mentiras o de las invenciones sea muy superior al que hemos vivido en épocas precedentes. Antes las falsedades o los procesos de desinformación tardaban en consolidarse muchísimos años y ahora mismo tardan en diseminarse, muchas veces, segundos o minutos, y logran que una consigna falsa o inventada o errónea se convierta en una tendencia y sea aceptada por millones de personas en un tiempo muy, muy corto. Y esto es debido especialmente a la proliferación de identidades digitales que crecen a dos dígitos, por encima del crecimiento real de la población. Hay mucha automatización de perfiles, y esa industrialización se convierte en procesos inducidos de desestabilización.
–¿Entonces podríamos concluir que es la tecnología la que ha multiplicado este fenómeno que siempre ha existido de la mentira y la manipulación?
–La tecnología nos ha traído muchas cosas buenas y de las que nos estamos aprovechando, pero también ha traído la aceleración y la proliferación de consignas falsas, erróneas y que favorecen los procesos de desinformación y, por lo tanto, de desestabilización en ámbitos geopolíticos, en ámbitos industriales y también ahora, cada vez más, desgraciadamente, en ámbitos personales, porque esto le puede afectar no solamente a gobiernos o procesos electorales, sino también a empresas, a productos, a servicios y también a personas particulares y a individuos.
–Sostiene también que el problema no sólo son las noticias falsas, que pueden conocer muchos lectores, sino que hay más problemas respecto al uso de la mentira y la manipulación para con intereses políticos o económicos, ¿no?
–Los procesos de información se producen en toda la cadena de valor de la comunicación. La desinformación hoy se produce en los tres puntos de la cadena de valor de la comunicación. Puede desinformar el emisor por acción o por omisión, porque decide inventar o decide mentir de manera deliberada o simplemente puede estar obviando u omitiendo información relevante para configurar una tesis más o menos certera sobre cualquier acontecimiento. También se puede desinformar o incidir en el proceso en los canales, ya sea porque eres propietario o la tendencia de un canal o de una plataforma que permite que haya sesgos o que se pueda censurar información. Y por supuesto, y aquí es lo más relevante, creo yo, en este siglo XXI, la desinformación también es una corresponsabilidad de los receptores. Todos somos partícipes en difundir consignas erróneas o falsas porque refuerzan nuestros intereses o creencias y aún a sabiendas o intuyendo que puede ser erróneo, lo hacemos, lo compartimos de manera muy rápida. La desinformación, nos guste o no, es una corresponsabilidad de todos y además es un problema crónico que no va a tener solución. Pero sí que tenemos, creo yo, herramientas para poder paliarlo o para poder reducir sus efectos en la sociedad.
–En esta era digital cualquiera es emisor, gracias a las redes, y no sólo los medios de comunicación.
–Exactamente. Los medios deben seguir teniendo un papel muy relevante en la vertebración y en la jerarquización de la información.
–¿Medios responsables y periodistas que trabajen con rigor y veracidad es, quizá, la mejor protección contra la desinformación?
–Sin duda, los medios de comunicación deben seguir siendo nuestro principal antídoto. Han de mantener, como modelo industrial, el timón fuertemente agarrado para tratar de salir de esta situación en la que todo este ruido y esta fragmentación de canales y de audiencias, no despisten de su labor fundamental: informar con la mayor veracidad posible. Y eso, sin duda, es una garantía democrática que tenemos que preservar entre todos.
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