"Si Dios no está a la altura, la humanidad debería estarlo"

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Sabine Horvilleur, una de las tres mujeres que han conseguido ser ordenadas rabinas en Francia.
Sabine Horvilleur, una de las tres mujeres que han conseguido ser ordenadas rabinas en Francia. / Jf Paga
Pilar Vera

08 de abril 2022 - 05:00

LOS MIMBRES DEL CESTO. Delphine Horvilleur (Nancy, 1974) es rabina, escritora y filósofa. Ha sido la tercera mujer en ser ordenada rabina en Francia: un papel en el que le ha tocado romper resistencias pero que tiene sus recompensas. “Hoy, una mujer me comentaba que en su casa, sus hijas han comenzado a rezar la oración del sabbat. A veces, una sola referencia basta para que las tradiciones evolucionen –comenta–. Cosa que, por otro lado, hacen siempre”. Acaba de publicar en Libros del AsteroideVivir con nuestros muertos’, donde aborda nuestra relación con quienes nos han dejado.

–Dice que creció en una casa no especialmente religiosa, aunque uno de sus abuelos era rabino. ¿Cómo llegó a serlo usted?

–Creo que ninguno de nosotros sabemos por qué nos convertimos en lo que somos. Es cierto que en mi familia no se hablaba de espiritualidad, pero sí había un compromiso muy fuerte con la identidad judía, con la historia y permanencia de ritos. El propio judaísmo se centra mucho más en el hacer: la mayoría de los judíos que conozco nunca utilizarían palabras como fe o creencia.

–¿Ha supuesto ser mujer algún perjuicio (y prejuicio) al respecto?

–Desde luego: ser rabina no entra dentro de lo normativo y genera grandes resistencias. En todas las tradiciones religiosas, lo femenino es lo más subversivo, y lo más perseguido, ya que los sistemas religiosos tiene problemas con la alteridad, con lo que consideran distinto, así que lo sitúan en la periferia, lejos del poder. Cambiar esto es muy difícil y polémico: la llegada de las mujeres al liderazgo religioso se considera un peligro para el sistema.

–También dice que el oficio que más se acerca al suyo es el de narradora.

–El rabino no es como el sacerdote, no hace votos de nada, no es un intermediario entre Dios y los hombres. Se le reconoce cierta erudición y capacidad de enseñar, de contar las historias de la tradición, unos relatos muy antiguos, para una nueva generación. Tiene que ser capaz de releer las cosas... Ha de hacer esos mensajes vigentes, y cargarlos de significados en tiempos inéditos. Tiene que reconocer la posibilidad que tienen las historias de hacernos crecer, de repararnos, de ayudarnos a reconstruirnos.

"Si uno cree en Dios, su no intervención en ciertos momentos es un escándalo"

–En ‘Vivir con nuestros muertos’ señala el peso que tienen no sólo las historias, sino las palabras.

–En francés, cuando se quiere decir que algo no se entiende se dice:“Hablas en hebreo”. La complejidad de la lengua radica en su polisemia:cada raíz quiere decir una cosa, otra y, a veces, su contraria. Midbar, por ejemplo, es el desierto, la peste, la palabra... todo lo que se propaga. Para mí, el hebreo se ha convertido en una especie de puerta.

–Hablamos de la importancia de las historias en las despedidas. Pero hay relatos, por motivos personales o históricos, con grandes huecos. ¿Cómo cerrarlos?

–El silencio de los supervivientes. Hay historias que no se pueden cerrar, que siempre van a cargar con sus fantasmas, familiares o colectivos, y que de tanto en tanto vuelven a aparecer. Ucrania, por ejemplo, está despertando los fantasmas del pasado europeo. En la tradición judía, los fantasmas no tienen por qué ser malvados, sino que pueden llegar para enseñarnos, porque hay historias que llegan muy deshilvanadas... También, cuanto más hablamos de ellos, el regreso se vuelve menos violento. Por eso es tan importante el diálogo con la historia.

–Los fallos del mundo, que tanto nos cuesta asumir. “¿Tú qué sabes sobre Auschwitz –le impreca un judío a Dios en un chiste– si no estabas ?”.

–En la tradición judía es muy importante el chutzpah, la desfachatez, y no se libra nadie. Está en las antípodas de la tradición cristiana. En gran medida, la religión judía se construye sobre la ausencia de lo divino: cuando el Templo de Jerusalén cayó, Dios se eclipsó. Desapareció. No estamos seguros de que responda a nuestras oraciones. Si uno cree en Dios, su no intervención en ciertos momentos es un escándalo.

–Conceptos como oncología pediátrica.

–O el millón y medio de niños asesinados en cámaras de gas. Esto hace que la justificación religiosa sea compleja, una imposibilidad teológica. La omisión divina, en cambio, permite echarle la bronca, estar enfadados, que es nuestro derecho y deber, y que se reactiva después de cada duelo. Los ritos del duelo a menudo están ahí para dar una cierta humanidad a esa rabia y desesperanza, no para negarla, sino para envolverla en palabras. Y es que si Dios no está a la altura, la humanidad debería estarlo.

–El judaísmo no da certezas respecto al más allá.

–Incluso los rabinos desconfían de los dogmas sobre lo que hay tras la muerte.Tampoco tenemos memoriales ni flores... Por eso mismo, se piensa que la mejor manera de recordar es invertir en los vivos, creando escuelas, donativos contra el cáncer. Quizá no sabemos cómo aprender a morir, pero desde luego lo que sí podemos es aprender a vivir, que es la mejor preparación ante la muerte.

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