Javier López Menacho. Escritor y profesor de Creación Literaria
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david uclés | escritor
RIFLES INVISIBLES Y BALAS DE MUÉRDAGO. David Uclés (Úbeda, 1990) es escritor, músico, dibujante y traductor. Antes de La península de las casas vacías (Siruela) había publicado El llanto del león (Premio Complutense de Literatura) y Emilio y Octubre. En este nuevo título, que acaba de llevar a Madrid, pone en pie una novela total sobre la Guerra Civil en clave de realismo mágico. Los próximos días 9 y 18 de abril presentará el libro en Córdoba y Jaén.
—¿Cómo se llega de las charlas con el abuelo a una novela de 700 páginas?
–Setecientas páginas y porque he quitado cosas como lo de hacer jabón, plantar patatas... que si no, llegaba a las mil. Mi abuelo es que nació justo al acabar la guerra, era muy pequeño, pero escuchaba todas las historias. La cuestión es que, con veinte años, yo ya tenía unas 500 páginas escritas, aunque en realidad no quería escribir sobre la guerra, sino sobre el pueblo, Quesada, que es un lugar en la sierra muy alejado de todo y que, incluso hoy día, esencialmente no ha cambiado: sigue con sus rutinas, sus casas encaladas, su Virgen...
—Pues con eso ya había para tirar.
–Desde luego. Pero ocurre que la rechazaron varias veces y hubo cinco momentos en los que retomé la escritura:y eso estaba bien, porque pasaba bastante tiempo entre una cosa y otra, y entraba energía nueva. Al final, he terminado añadiendo capa de cebolla tras capa de cebolla: ahora le meto realismo mágico; ahora, costumbres; luego, la guerra civil, que se me ocurrió contarla desparramando los personajes por toda la península... Han pasado quince años, pero no me he agobiado porque ha sido muy progresivo. También te digo que si ahora me proponen contar la II GM con realismo mágico, salgo corriendo.
—El realismo mágico es la esencia de 'La península de las casas vacías': flores que hielan, gente que se deshace en agua o en tierra, lágrimas de colores... Nuestra guerra ha solido tratarse desde el realismo, ¿cómo fue introducir algo así?
—Realmente, es el estilo en el que estoy cómodo. Al tema le viene muy bien porque alivia un poco la crudeza de la guerra. No es lo mismo tener en las manos un relato hiperrealista, que las pinturas negras de Goya o la visión de Picasso. Creo que introducir el realismo mágico hace que asumamos de manera mucho más visual, más poética y panorámica lo que pasó.
—Dentro de esas coordenadas, el país se rompe, se quiebra literalmente. ¿Cree que esas grietas tienen solución?
—Yo sí tengo esperanza de que las nuevas generaciones, sobre todo con la distancia, dejen atrás esa herida abierta entre las dos Españas, sumando a ello el tema de la globalización, el ver la vida a través de una pantalla... creo que se irá suavizando. Lo mismo dejamos eso atrás pero vienen otros extremismos: ahora tenemos un ambiente de III GM que hace años parecía imposible. Yo creo que, a nivel nacional, iremos enterrando el hacha de guerra.El problema es que no creo que haya estabilidad mundial y los fantasmas terminan saliendo.
—Seguimos en poltergeist.
–Sí, por eso para mí es importante el tema de la memoria histórica –los símbolos fascistas, la guerra civil que apenas se trata en el cole...–, que debería estar gestionada por un cuerpo fuera de la política. No podemos decir que no ha pasado nada: eso nos hemos pasado 40 años diciéndolo.
—Otra característica curiosa es cómo el narrador rompe continuamente la cuarta pared.
–Incluso separo la figura del narrador del autor: ojalá supiera yo lo que va a pasar dentro de 200 páginas, digo cuando escribo.
—¿Por qué decidió incluir también otras voces históricas más allá de los personajes?
—Esa fue la última capa. Quería que los personajes reales tuvieran voz en el libro para darle un corte más realista y atractivo. Orwell habla como un amigo mío inglés. Es una forma de acercar un poco más la realidad sin inventarme la historia. Cuando Franco se dirige a mí como autor, realmente hablamos de tonterías.
—Está esa tendencia a decir que Franco era un débil mental. Pues no sé yo.
—Intelectualmente, cero, claro. Pero esto pasa mucho hoy día: nos hartamos de ver políticos que no tienen análisis, coherencia ni pensamiento crítico y están dirigiendo autonomías. Yo creo que Franco jugó bien su estrategia y tuvo suerte en la partida de ajedrez. No creo en conspiranoias, pero seguro que se alegró de una serie de muertes, como la de Mola, que le facilitaron el camino hacia un tipo de dictadura que nadie había previsto.
—Quince años con esta historia. Casi la mitad de su vida. ¿Qué ha aprendido?
–Pues que parezco un viejo hablando de la guerra, lo que es curioso porque, en mi día a día, no soy nada político. Me ha venido bien para aprender cómo estábamos antes de la guerra, cómo hemos cambiado, cómo no hemos cambiado, y para conocer la península, que para hablar con propiedad llegué a mudarme a Galicia y País Vasco.
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