Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Dan Kaplan | Músico
Llegó a Sevilla en 1986 y ya no se movió de aquí. Neoyorquino a una guitarra (clásica) pegado, Dan Kaplan (1960) ha tomado el testigo de un polaco como director del Aula de Música del colegio San Francisco de Paula, para impregnar a los alumnos de "una filosofía de educación más estadounidense, más creativa", tarea que compagina con conciertos con su grupo y también ha trabajado como compositor de bandas sonoras de clásicos del cine mudo. Comparte apellido con el agente secreto ficticio que protagoniza Cary Grant en Con la muerte en los talones.
-Siempre se dice de los niños que no escuchan. ¿Qué tal andan de oído?
-Hay de todo. Es la lucha de los profesores de Música. Lo primero que hay que enseñar es cómo escuchar. Es clave en el desarrollo de un músico. Yo toco en grupos todo tipo de música, de cámara clásica, en una banda de blues (Dan Kaplan Group), pero siempre les digo a mis alumnos que conozco músicos con mucha técnica que no escuchan bien. En general, tenemos muy subdesarrollado el oído, dependemos mucho de lo visual.
-¿Cómo se le ocurrió estudiar guitarra clásica en la tierra del flamenco?
-Mi idea era estudiar guitarra clásica en la tierra de la guitarra clásica, que es España. Si las razones fueran puramente musicales, quizás Sevilla no hubiera sido la primera elección. Me atrajo el sur cuando llegué en el 86.
-¿Tienen los flamencos más glamour que los rocanroleros?
-En esta parte del mundo, sí. Aquí vienen aficionados o alumnos por el flamenco porque hay un nivelazo. El que quiera rock se irá a Londres o Nueva York.
-Toca en salas con su grupo. ¿Se acercan a verlo sus alumnos para subir nota?
-Claro, y los apruebo...
-¿Ante qué guitarristas hay que arrodillarse?
-Depende del género. De guitarra clásica es un fuera de serie David Russell, que vive en España. Tenemos uno de los grandes guitarristas del mundo, pero no es famoso: el catedrático Antonio Duro. Están Segovia, John Williams... En el rock y el blues hay muchos: Hendrix es una referencia.
-Usted disfrutaba de una casa en Woodstock. ¿Queda algún hippie en la zona?
-Quedan bastantes. Después del festival en los 60 aquello quedó como símbolo de la libertad, el amor libre, la utopía, y desde entonces llega gente buscando ese mundo, sobre todo en los 70, cuando iban chavales de 15 o 16 años que habían dejado su casa en busca de la generación del amor. De hecho, hay casas de acogida para esta gente. Mantiene ese estilo, aunque ahora es más aburguesado.
-¿Hay hoy más Cadillacs que tartanas?
-Ambos, económicamente está en una zona subdesarrollada, de cierta pobreza.
-Es apasionado de Dylan. ¿Tiene algo que ver que compartan raíces judías?
-Hay una tradición fuerte en la cultura judía de músicos, como Leonard Cohen o Woody Allen, que es actor y músico. Supongo que en los shtetls (villas o pueblos judíos) del Este de Europa se daba algo parecido a las familias gitanas de aquí, donde el tío toca la guitarra, otro canta; era un poco ese ambiente. Es similar a la cultura afroamericana, hay una musicalidad brutal que viene de ser una comunidad que está de algún modo aislada y se refugia en la música para expresar lo que no pueden hacer hablando.
-Dylan despotricaba de la globalización en la canción Union Sundown (Infidels, 1983). ¿Es trumpista?
-Me decepcionaría profundamente, pero con Dylan nunca se sabe. Ha pasado toda su carrera haciendo lo que no se espera de él. Tiene una vena conservadora, cuando se hizo cristiano se hizo un poco de la derecha rancia. Con Dylan no entro en su política, en parte porque su creación y su nivel artístico es tan de fuera de serie que está al nivel de Mozart o Bach. Él lo reúne todo en la música. Cualquier músico importante lo reconoce.
-Neoyorquino y amante de la cultura: da el perfil del votante medio de Trump...
-(Risas) Es una anomalía al conjugarse una serie de condiciones que han permitido una tormenta perfecta para que una persona con un nivel ínfimo en todos los aspectos sea presidente de EEUU, es bochornoso, deprimente. Afortunadamente, vivo aquí. También refleja un fracaso de las fuerzas liberales del país. Él acaparó lo que estaba en medio y eso muestra una falta de ideas, de dirección, de actitud y de respeto de los demócratas, tanto Obama como Hillary Clinton, a mucha gente de las zonas rurales. Aunque el fenómeno Trump no tendría que haber pasado y la culpa es nuestra, hay que trabajar mejor la política liberal y progresista.
-Usted estudió Filología. ¿La clave del auge de Trump está en su piquito?
-Es un estilo que funciona. Es impresionante que alguien que miente cada dos frases que dice haya llegado ahí, pero demuestra que la demagogia está por encima de la razón a veces. Da mucho miedo. De momento, no es comparable a Hitler, pero tampoco está tan lejano. También en la República de Weimar la gente pensaría que Hitler tenía un estilo burdo, pero decía lo que pensaba.
-Tras tantos años en Andalucía, ¿nota la evolución de una tierra provinciana a un cierto cosmopolitismo?
-Sí. La integración en Europa ha influido. También hay una generación de niños que viajan mucho más, que tienen los idiomas más desarrollados que antes. Es verdad que conserva elementos provincianos y es parte del encanto, pero sí ha progresado internacionalmente.
-Trabajó en Estepa. ¿Es mejor el árbol del Rockefeller Center o el polvorón de almendra?
-El polvorón supera al árbol del Rockefeller...
-¿Sus hijos le han salido del Betis o de los Knicks?
-Tengo una niña y un niño. Son bastantes folclóricos: Semana Santa, Feria, Betis.
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