"No cuidamos nuestra alma"
Mikel Lizarralde | Médium
Mikel Lizarralde (Urretxu, Guipúzcoa, 1978) es el médium más reconocido internacionalmente de España. Dirige el Instituto Izarpe de San Sebastián. Animado por Mado Martínez, antropóloga y autora de La prueba, ha publicado Un nuevo mensaje (Editorial Vergara), en el que introduce al lector en el mundo de la mediumnidad, del más allá. "En los últimos años hay mucha gente joven que se está acercando a la espiritualidad. Yo tengo empresarios, ingenieros, psicólogos, campesinos, políticos, cantantes... Gente muy variada", explica.
–¿Usted tiene un don?
–Parece ser que sí, aunque nunca lo he querido. He luchado para no ir por ahí, por negarlo y ocultarlo de todas las maneras posibles. Pero con 24 ó 25 años, quizás antes, me rendí.
–¿Se dio cuenta de que era especial?
–Nunca he tenido esa sensación, sí de que era raro desde muy pequeñito, desde que tengo uso de razón. Veía amiguillos invisibles y resultaba que a veces eran familiares míos que yo ni siquiera conocía.
–¿Cómo fue su infancia? ¿Fue feliz?
–Tuve una infancia muy feliz. Teníamos una televisión en blanco y negro, eso sí. Vivía en un barrio a las afueras del pueblo. Los amigos que tenía para jugar eran siempre los mismos y luego estaban los del colegio. Me acuerdo que los domingos íbamos al cine por 60 pesetas... Era el raro, pero era Mikel.
–Así de primeras... Un médium es complicado de creer.
–Ya... ¿Sabe lo que me pasaba? Que vaticinaba cosas que luego ocurrían, muchas veces malas. Y pensaba que habían ocurrido porque yo había dicho que iban a pasar. Entonces lo pasaba mal, me culpaba.
–Sí, se debe pasar mal.
–Muchísimo. A veces también se reían de mí porque hablaba, por ejemplo, con un hombre que tenía cabeza de elefante. Entonces, aprendí a no decir nada.
–En pocas palabras, ¿qué diferencia hay entre un médium y un vidente?
–Todos los médiums son videntes, pero no todos los videntes son médiums. El vidente puede sentir cosas, emociones, ver lugares en la distancia, predecir el futuro, eventos del pasado, pero no ve espíritus. Ésa es la diferencia. El médium, además de lo que hace el vidente, tiene la capacidad de ver espíritus, los siente, los percibe...
–¿La gente cuando habla con usted se acojona un poco?
–No lo pienso, pero a veces me lo dicen después. Tengo la suerte de que mis amigos no me ven como el médium, sino como Mikel. Otras personas que han venido a mi vida más nuevas y que no me conocen igual sí que se acojonan [risas].
–¿No estará todo el día viendo espíritus?
–Hombre, aprendes con la formación y con el tiempo a abrir y cerrar esa puerta y a no hacerles caso. Tú debes tener el control.
–¿Cuántas veces le han preguntado si hay vida después de la muerte?
–Ni sé. Incontables veces. Hay vida después de la muerte y yo diría que antes de nacer. Somos un suspiro, estamos aquí de paso, nada más.
–Es el médium más reconocido de toda España. ¿Por qué ha escrito el libro Un nuevo mensaje?
–Mi objetivo era hacer ver a la gente cómo funciona un médium y realmente qué es el más allá, pero sin estigmas ni sesgos de una mirada terrenal, del mundo en que vivimos. Al final, es un desnudo integral, no es un libro, es casi un Interviú. Muchas veces veo a gente que tiene el don pero no tiene la formación, porque no se compromete o que se acerca por razones equivocadas: ego, fama...
–Es un mundo proclive a la mentira y la estafa.
–Quiero pensar que hay gente bienintencionada que no sabe lo que está haciendo. Las estafas y las mentiras las vemos en las noticias y están a la orden del día en todos los campos: en la política, en el fútbol, en la venta de inmuebles... Va con el ser humano. Es verdad que nuestro sector, al no estar reglado, da más pie a la picaresca. A veces escucho y veo cosas que me horrorizan.
–¿Qué tipo de personas acude a pedir su ayuda?
–De todo tipo. Y en estos últimos años gente joven. Cuando empecé, hace 20 años, era más la típica señora de mediana edad que quería saber sobre la salud, el dinero, el amor, sus hijos, el yerno... También es verdad que hay más mujeres que hombres, ganan por goleada.
–En tiempos de evidente culto al cuerpo, ¿olvidamos el alma?
–No cuidamos nada nuestra alma, aunque ahora hay un auge de gente muy espiritual, que se está acercando a la meditación, que hace yoga...
–Parece positivo.
–Sí, todo eso existe, pero también está subiendo el ego espiritual y eso me aterra un poco: gente que se acerca al yoga para hacer una postura acrobática mejor que el otro. O gente vegetariana que mira por encima del hombro al que no lo es. Eso no es espiritualidad.
–¿Por qué pasa esto?
–Vivimos mucho hacia fuera, nos importa mucho lo que piensen de nosotros y cómo nos vean. Y tener muchos títulos. Hoy hay mucha titulitis. En mis alumnos, comparados con los de hace 15 años, veo que tienen mucha prisa. Hay menos capacidad de dedicación a uno mismo. No tenemos un referente espiritual, del tipo que sea, que nos guíe, que nos ayude.
–¿Hay que saber dejar marchar?
–Sí. Y no sabemos. Vivimos en un mundo de muchos apegos. Es duro cuando alguien se muere porque no sabemos qué hacer. En esta sociedad parece que todo lo que no es bello no se puede hablar.
–¿Huimos?
–En general, no sabemos lidiar con lo que es feo, pero sobre todo con la muerte, con la pérdida, con el duelo. Sería interesante que en los institutos o en el colegio, de alguna manera, se incluyera el conocimiento sobre la muerte, el buen morir y dejar marchar.
–¿La espiritualidad ayuda a hacer esa transición?
–Muchísimo. Hoy hay mucha prisa por volver a la normalidad tras los entierros. En Oriente celebran la vida y eso es lo que tenemos que aprender. En Occidente no sabemos. Hay que celebrar los cumpleaños y los momentos vividos con ellos, no el día en que alguien querido murió. Abogo por celebrar la vida. Yo lo hago en el caso de mi padre, que murió dos días antes de nuestro cumpleaños, el 2 de julio. Es una fiesta, no es un día triste.
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