Cristina López Barrio: "En 'La tierra bajo tus pies' quería retratar el fogonazo de lo que pudimos ser y no fuimos”

La escritora ha ganado el Premio Azorín 2024 con su última novela

La escritora Cristina López Barrio en Sevilla.
La escritora Cristina López Barrio en Sevilla. / JOSÉ ÁNGEL GARCÍA

Cristina López Barrio (Madrid, 1970) estaba en Lisboa escribiendo un thriller cuando decidió cambiar de rumbo. Un vídeo sobre las vivencias del sevillano Luis Cernuda en las Misiones Pedagógicas fue suficiente para iniciar una investigación que ha culminado con La tierra bajo tus pies (Planeta). Una obra de ficción que aborda –a través de Cati, su protagonista– un proyecto puntero que trató de llevar la cultura al mundo rural. Venganzas, pasión y traiciones confluyen en una novela con la que ha ganado el prestigioso Premio Azorín 2024

–¿Cómo dio con las Misiones Pedagógicas y las ha recuperado en La tierra bajo tus pies?

–Fue de casualidad, porque estaba escribiendo un thriller ambientado en Lisboa e hice un descanso y busqué vídeos en internet de Luis Cernuda. Me gusta mucho el poeta sevillano y encontré uno en el que contaba su paso por las Misiones Pedagógicas. Leí algo hace años, pero no me acordaba de mucho. Aparecieron unas fotografías que muestran a la gente del campo la primera vez que vieron una sesión de cine en 1935. Caras de asombro, de risas...como si fueran niños. Entonces pensé que quería contar esta historia. Qué sintieron estas personas la primera vez que vieron una película. Pero también las vivencias de la gente de la ciudad al dar con la España rural. Supuso el descubrimiento de una parte de la historia de nuestro país muy esperanzadora. Una regeneración de España a través de la educación, llevarla al campo y ofrecer el acceso a la cultura a la gente más humilde.

–Fue un proyecto muy ambicioso.

–Efectivamente. Y muy moderno. Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío creían que el país tenía muchos tesoros recónditos y las raíces estaban en la España rural. Esta era la base, pero también contemplaban una apertura hacia Europa. A través de la Institución Libre de Enseñanza intentaron sacar este proyecto adelante.

–¿Cree que consiguieron ese objetivo de llevar el progreso a las zonas rurales o fue demasiado ambicioso? 

–Fue un proyecto muy poco entendido por el sector conservador y tampoco por el progresista. No creían que fuera útil. El campo necesitaba modernizarse y requería una reforma desde el punto de vista económico y social, porque había muchísima hambre y analfabetismo. Ellos consideraban que, por supuesto, hacía falta llevar medicinas y modernizarlo, pero eso no quitaba que se llevara también la educación y la cultura. No solo de pan vive el hombre, ¿no? Ellos creían que los mejores maestros debían ir al medio rural, porque era donde más se necesitaban. El proyecto encierra unos valores que son admirables y que están muy próximos a mis creencias en cuanto a la importancia de la educación, pero también profundiza en las vivencias que deja en los seres humanos la cultura. El escritor Rafael Dieste tiene una frase preciosa que dice que después de haber ido a las Misiones no se podía ser ni un marrullero en política ni un pedante en el arte. Demuestra el talante que había allí, porque había gente de todo tipo. Al final, los llamaron marineros del entusiasmo.

–En la novela sobrevuela la sombra de una Guerra Civil inminente y esa inquietud por el futuro de las Misiones Pedagógicas. Pero también, ese miedo ante el futuro incierto de España y de la propia cultura.

–Totalmente. De hecho, el libro comienza con una cita de Dickens que dice: era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Quería retratar este fogonazo de lo que pudimos ser y no fuimos. La modernidad se estaba cuajando poco a poco en España. También desde el punto de vista de la mujer. Nosotras no hace ni 100 años que votamos y parece que lo hemos hecho siempre. Esto se consiguió precisamente en los años 30. La incorporación de la mujer a la vida pública, desde el punto de vista social, económico y político –que Cati representa– está basada en la figura de la pintora Victorina Durán. Formó parte forman parte del Lyceum Club, un grupo literario solamente de mujeres en el que estuvieron Victoria Kent, Clara Campoamor o Elena Fortún. Ellas abrieron camino a la incorporación de la mujer a la vida pública. Todo se truncó. ¿Qué habría pasado si no se hubiera visto frustrado por la Guerra Civil? 

–Retrata la España rural a través de una serie de personajes que cumplen determinados roles. Habitantes que viven situaciones caciquistas, venganzas, iras, rencillas...

–Es un poco la España de Caín. Leí mucho para documentarme sobre cómo se vivía en el campo durante la España de principios de siglo. Encontré la figura del terrateniente o la del cura que era una autoridad, porque la religión estaba muy arraigada. Representan las fuerzas vivas de todo pueblo. También tenemos esas rencillas y odios entre familias por lindes o, en este caso, una enemistad que casi ni se recuerda. 

–Más visceral que real.

–Efectivamente. Un odio que se transmite como la tierra. Algo casi atávico. De todos modos, es una obra de ficción y necesitaba estos elementos potentes para crear intriga y tensión.

–Tras varios años sin escribir, ¿qué ha supuesto ganar el Premio Azorín?

–Un broche de oro a este proyecto que llegó a mi vida como un amor por el que dejé todo. Ha sido el descubrimiento de una parte de la historia de mi país a la que creo que todos deberíamos mirar para aprender de lo bueno y de lo malo.

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