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“Las científicas no son mujeres horribles con pelos en el bigote”

Adela Muñoz Páez Investigadora

Adela Muñoz nació en La Carolina (Jaén) hace 50 años, tiene dos hijos y está casada con otro químico, apoyo fundamental en su carrera , qu e discurre entre aceleradores de partículas. Ha investigado en Inglaterra , Francia y Japón. Es titular de Química Inorgánica de la Universidad de Sevilla y vicedirectora del Instituto de Ciencia de Materiales , “un centro muy femenino”. Su existencia y la de sus compañeras no tienen el vértigo de la vida de la feminista Irene Curie, pero todas colaboran en la lucha por la igualdad de género. La próxima semana participa en las jornadas Mujeres de Ciencia (www.d-andalucia.csic.es) , organizadas por la Casa de la Ciencia en Sevilla, Córdoba, Cádiz, Huelva y Málaga.

“Las científicas no son mujeres horribles con pelos en el bigote”
Agencias

16 de marzo 2009 - 09:09

–¿Cómo es el trabajo de una científica?

–Apasionante. La carrera es larga, pues desde que te licencias deben pasar diez años para tener posibilidades de un puesto fijo. Pero la ciencia no es para superdotados, es para gente con curiosidad, sea hombre o mujer.

–Pero, en general, hay menos mujeres en la ciencia.

–Hay desigualdad. Por cada diez catedráticas hay 44 catedráticos en la Universidad y por cada diez licenciadas, nueve licenciados. Hay un efecto tijera claro, aunque en el entorno científico hay menos discriminación de base.

–O sea, muchas mujeres estudian pero luego abandonan la carrera científica.

–Llevo 25 años dando clases en Química y los expedientes mejores son de chicas. Cuando se termina la tesis hay que pasar dos años en el extranjero para completar la formación. Hay quien no lo hace o lo pospone porque coincide con la maternidad...

–¿Tan difícil es conciliar?

–La carrera es sacrificada pero si de entrada piensas que no lo puedes conseguir, no lo harás. Las chicas dicen que si eres ingeniera los chicos llegan y se asustan, o sea, que tienes menos posibilidades de ligar o encontrar pareja. Perviven ideas como que la ciencia no es cosa de niñas. Luego, también depende de con quién trabajes, del director de tesis, por ejemplo. La científica Margarita Salas cuenta que cuando tenía que ir a discutir algo con el suyo, éste miraba siempre a su marido, que era su compañero, y no a ella.

–¿Y se siguen viendo esas actitudes machistas hoy?

–Hay suficientes mujeres en los laboratorios y algunos, si piensan como machistas, no lo dicen. Aunque en 2006 el rector de Harvard, la cabeza de una de las mejores universidades del mundo, dijo que las mujeres, por su cerebro, tenían menos capacidad para las Matemáticas. Lo echaron, claro, pero eso era lo que él pensaba honestamente.

–¿Eso tiene fundamento de algún tipo?

–No. En Matemáticas se conocen mujeres excepcionales, como Hipatia. La película Ágora de Amenábar va sobre ella, filósofa y maestra neoplatónica de la Escuela de Alejandría. Fue una mujer de preclara inteligencia y espíritu libre. Hay otras.

–Recuerde a algunas.

–La mujer de Lavoisier, el del famoso tratado elemental de Química, obra que fue escrita diez años después de que él muriese en la guillotina. Lo hizo ella, lo que demuestra que fue algo más que una secretaria, pero lo firmó todo con el nombre de su marido.

–Hizo de negra.

–Era habitual y ellas no pasaban a la historia. Otras, cuando lo hacían, era por sus relaciones amorosas, como el caso de la marquesa de Châtelet, conocida amante de Voltaire. Ella tradujo y analizó la obra de Newton y propagó sus ideas desde Inglaterra a la Europa continental.

–La mayoría no aparece en los libros de texto.

–No hay interés y desaparecen. Por ello hay que divulgar y esa cultura no existe aún en España. Ahora está despertando y se están organizando jornadas y exposiciones y editando carteles para dar a conocer a científicas como María la Judía, la inventora del baño maría. O Mary Somerville que investigaba en su casa y su marido hacía llegar los resultados de los experimentos a la Royal Society porque allí no admitían a mujeres.

–Injusto porque sus aportaciones eran importantes.

–Los alumnos no se pueden creer que Rosalind Franklin sea una desconocida. Sus experimentos empleando difracción de los rayos X fueron decisivos para describir la estructura de doble hélice del ADN, cosa que permitió a Watson y Crick obtener el Nobel de Medicina en 1962.

–¿No hubo mención a ella en la entrega del galardón?

–No. La austriaca Lise Maitner fue la madre de la idea de la fusión del átomo, pero también el Nobel fue para su colega Otto Hahn en 1944.

–Rehabilitar esta memoria ¿despierta vocaciones?

–En una sociedad donde los referentes son presentadoras de televisión todo silicona urge sacar a la luz las vidas de científicas que son apasionantes. Hay que explicar que no son mujeres horribles con pelos en el bigote, algunas tenían vidas de película, como la de la bella actriz, pianista e ingeniera Hedy Lamarr, cuya portentosa cabeza aguijoneada por el odio a su ex marido y a los nazis fue capaz de inventar la base de las comunicaciones wifi, sin cables, en los años 40. Fue una pionera, también hizo el primer desnudo integral en cine.

–Pero ése no es el modelo común de científicos.

–Una compañera trae al laboratorio a alumnos de instituto para que comprueben que los científicos no son gente despistada y con pelos tiesos. El modelo tampoco es el de Marie Curie, la única científica que conocen los jóvenes, una heroína que pasó hambre para estudiar. Fue excepcional, pero la cosa hoy no va de héroes.

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