"Los años ochenta están sobrevalorados"
Tomás del Rey | Profesor y escritor
El autor, licenciado en Filología Hispánica y profesor, acaba de publicar el libro de relatos "La arrogancia de los ventiladores", un conjunto de historias, ambientadas en los años ochenta, con las que recordamos al niño que fuimos
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Tomás del Rey (Madrid, 1968) es un narrador hábil a la hora de construir historias breves que contienen multitudes, por explicarlo con el popular verso de un poeta que figura en La arrogancia de los ventiladores (editorial Maclein y Parker). Este libro –último en la producción de su autor- se nutre del género del relato para contarnos una España ochentera, con sus series infantiles en la pantalla del televisor, con sus veranos, pegajosos y pausados, jugando en un suelo que conserva un tacto frío. Del Rey equilibra los elementos que constituyen sus relatos: el tono sosegado y el episodio emotivo, el suceso circunstancial y el desenlace –o la lectura- que nos asombra, la riqueza de la escritura y la sobriedad –elegantísima- de la sintaxis. Nada está aquí descuidado. Hablamos con el autor acerca de esos años ochenta, de las singularidades de una generación, de los riesgos de la autoficción, de las dificultades del relato.
-La arrogancia de los ventiladores es un libro heterogéneo en sus temas, pero todo coincide en resaltar lo extraordinario de la vida cotidiana.
-Lo que buscaba quizá era eso, sí. El libro partió de la idea del niño; es decir, quise buscar la mirada de un niño. Una mirada sorprendida, curiosa. Tirando de ahí también quise retratar la otra mirada, la del adulto, que a su vez se sorprende de esa manera de ver del niño.
-En el primer relato, Cuando ruge la marabunta, un hombre visita la que fue su casa de la infancia, la cual está en la venta. El protagonista acude con un vendedor que le enseña el piso, aunque no quiere comprar nada, tan sólo recordar lo que significó aquella casa. Un hogar que nada más que existe en la memoria. ¿Con esto nos quiere decir que la realidad siempre será lo que cada cual vea o interprete?
-Lo que quise contar en ese relato es que el lugar es siempre la infancia. En mi caso, he vivido una situación de cierto desarraigo: mi familia de Madrid se vino a Sevilla. Por tanto, siempre eché de menos el no poder entrar a los lugares de mi infancia. Es similar a ese comienzo de Rebeca en el que se sueña que uno vuelve a un sitio, aunque no sea ya el mismo sitio, más allá de lo que uno recuerda. No obstante, y a pesar de que todo esto tiene que ver con la nostalgia, yo no he querido hacer un libro nostálgico. Porque la nostalgia es pringosa. En el sentido de que convierte todo lo antiguo en bueno. Mi relato se propone recuperar el pasado y ver lo que tenemos que traer o releer de este pasado.
-Hablando de tiempos que se fueron, en este libro suele asociar el pasado al verano. ¿Por qué?
-Porque quizá sea la estación de la infancia.
-¿El verano ha sido significativo para usted? ¿Fue un tiempo de lecturas, de descubrir la vocación literaria?
-Así es. De hecho, no se me olvida el verano en que terminé mi COU con la lectura de La familia de Pascual Duarte, y sobre todo con Cien años de soledad. Me recuerdo en el suelo leyendo obsesionado. Asaltando la biblioteca de mis padres. Azorín, Unamuno, Galdós. Lo que hubiese. Incansablemente.
-Hay un relato, Orzowei, que nos lleva a pensar en cómo nos moldea la ficción que leemos, vemos, consumimos.
-La ficción –da igual la que sea- te condiciona y te moldea la realidad con la que tú ves el mundo. Además, en aquella época –años ochenta, setenta- los referentes eran compartidos por toda una generación. Orzowei, que era una serie que hoy pasaría sin pena ni gloria, la veía todo el mundo, aunque no fuese una gran serie. Era un referente generacional, incluso aunque no la hubieses visto.
-En su generación hay una distancia considerable respecto de las siguientes. Me refiero a la manera de disfrutar del ocio, o a los caminos para llegar a los referentes culturales. Usted que es profesor lo verá a diario.
-Pienso que nosotros éramos todavía de cultura libresca, por marcar una diferencia. También veníamos de colegios muy separados en cuanto al sexo, por mencionar otra cuestión que nos determina. Todas estas circunstancias han ido cambiando y esos cambios los hemos ido incorporando. Creo que esa capacidad de adaptación nos ha hecho muy peculiares, como generación.
-Hablando de historias personales, de generación: ¿La arrogancia de los ventiladores es un libro de autoficción? Un registro muy denostado hoy día.
-Sé que el material que utilizo para la ficción está muy pegado a mí. Pero no sé si es autoficción. En el relato sí necesito pegarme mucho a una experiencia. No obstante, quiero inventar a partir de ahí. Lo vivencial es mío, pero me permito añadir elementos y transformar esa memoria personal.
-Lo escolar está presente en el libro.
-Hay un relato que habla del bullying. Ahí vemos lo que hemos cambiado: aquello era la forma natural –y que por supuesto no justifico- de relacionarse. Ese relato habla de las complicidades de los que no participábamos del acoso, y que creíamos que no era cosa nuestra. Pero pasados los años nos damos cuenta de que fuimos cómplices porque estuvimos callados, porque no impedimos nada. El relato consiste en que hay que revisar ese mundo educativo.
-¿Su libro es un tributo a una época o una reflexión sobre esta?
-Creo que mitad de cada cosa. Me preocupaba mucho, insisto, convertir el libro en un blanqueamiento o nostalgia del pasado. Me interesa más catalogarlo como un tributo a la infancia e igualmente como un testimonio de un tiempo destinado a aquellas personas que no vivieron los ochenta. Aunque los años ochenta están sobrevalorados. La Movida y tal eran buenos pero también muy casposos en muchos aspectos. He querido ver con los ojos de hoy aquellas cosas tan curiosas que tuvo ese mundo ochentero.
-¿Por qué contarlo desde el relato?
-Me he movido siempre muy cómodo en el género.
-¿Es quizá el género más complejo?
-No lo sé. El relato lo que tiene es la complejidad de la brevedad a la hora de crear un mundo. De sugerir. De establecer un juego. Además, por añadir otra dificultad, en cada relato tienes que conquistar al lector.
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