"Sólo una décima parte de lo que consumimos es recuperable"
andreu escrivà | ambientólogo
EL ECOLOGISTA (IN)TRANQUILO. Arrastra fama de ser un ecologista no derrotista. De hecho, ha escrito títulos como Aún no es tarde y Y ahora yo qué hago. Con Contra la sostenibilidad (Arpa Ediciones), digamos que Andreu Escrivà (Valencia, 1983) nos llama a espabilar. Para el divulgador y ambientólogo, el concepto de sostenibilidad (que tanto manejamos y tan bien queda) “se ha pervertido”. La sostenibilidad se ha convertido en una etiqueta “con la que se pretende que sigamos haciendo lo de siempre, con ciertas correcciones: la rueda económica necesita hacernos creer que es posible, y lo que han hecho es vaciar de significado y mercantilizar algunos procesos que, en principio, eran valiosos”.
–’Contra la sostenibilidad’ es una declaración de principios desde el título. Pero después sigue haciendo amigos al afirmar, por ejemplo, que la energía nuclear es más segura que la gasística y petrolera.
–Teniendo en cuenta los miles de muertos que cada una provoca cada año, desde luego. Muchos pro nucleares viven de los clichés de los ecologistas de los 70 y 80, que no están adaptados a la realidad. Así que salto el tema de la seguridad, y apunto que la energía nuclear tiene también otros puntos conflictivos: Francia este invierno mostró síntomas preocupantes a la hora de adaptar sus centrales.No todo es tan bonito como parece, no hay que irse a Chernobyl. Con los quince mil millones de euros que necesitaría una red de nucleares que sostuvieran la demanda se podrían mejorar los Cercanías, o plantear una racionalización de las ciudades, que tendría un impacto mucho mayor. Hay que agotar su vida útil pero plantear una red de nucleares es algo caro y, sobre todo, lento.
–Otra de esas afirmaciones para aligerar agenda:la economía circular es pseudociencia.
–De todo el montante que consumimos, hay una tonelada de retorno y nueve que no, porque la energía no se recicla y, de los materiales, sólo una pequeña parte. Habría que cambiar el concepto de circular y hablar de eficiencias de ahorro y reducción. Suenan menos innovadoras en los suplementos dominicales, pero no se prestan a la confusión y la gente lo puede entender. La economía circular tiene un valor muy claro: sirve muy bien para comprender la inviabilidad de la economía lineal, esto es, producir, usar y tirar.
–Hay un núcleo tan cierto como incómodo: los grandes culpables de la situación actual son las grandes energéticas, pero es imposible hacer nada sin ellas.
–Es una de las principales encrucijadas. Las grandes empresas son imprescindibles en este camino, desde luego, pero podemos regular su papel: entre ellos, los beneficios que obtienen. Se pueden explorar caminos, como la participación o propiedad pública de empresas energéticas a nivel local, comarcal o nacional; fomentar el autoconsumo; que la administración empiece a implicarse activamente en la producción de energía. Si hay un empoderamiento de la ciudadanía ha de ser a través del autoconsumo, con comunidades energéticas que hagan que existan alternativas viables.
–Hay detalles impantactes, como que el primer cálculo de huella de carbono lo lanzó BP.
–Ya existía ese concepto, pero es la firma la que lo populariza. La base sería: vamos a partir la culpa en trocitos y allá te las arregles como puedas. La huella de carbono resulta muy útil para saber que el agua del grifo es 1000 veces más ecológica que la embotellada, o que impacta menos coger un tren que coger un avión. Y no sólo lo referido al cálculo en frío, sino también la llamada “sombra climática”:a quién votamos, si tenemos mascotas o hijos, qué trabajo tenemos...
–Se habla mucho de ”las generaciones futuras” pero si yo viviera en una región de basurero global, por ejemplo, me indignaría bastante.
–No podemos fijarnos sólo en que nuestros hijos son los que se merecen vivir mejor, porque la inmensa mayoría no vive como nosotros. A muchos les han robado el pasado, el presente y lo que les queda. Más de tres cuartas partes de la gente que murió a consecuencia de las olas de calor en Valencia el pasado verano, por ejemplo, eran mayores. Desde el presente, hemos de pensar en vivir lo mejor adaptados que podamos a estas circunstancias para existir en un mundo que no vaya encaminado a un escenario Mad Max, que es lo que ocurrirá si pensamos que lo hacemos por las generaciones que vienen. El entrar en alerta sólo porque te importan tus hijos puede ser la puerta de entrada a una especie de autarquía ambiental.
–Dan ganas de rendirse cuando vemos, por ejemplo, que en el confinamiento duro, las emisiones cayeron sólo un 17,7%.
–El problema de las emisiones es estructural. No es un lago contaminado que limpiamos y ya está, sino un problema global e irreversible, en el que por mucho que bajemos las emisiones unos meses, no se soluciona nada. Porque una cosa son las emisiones actuales y otra, la concentración, y otra, la subida de temperaturas. Las temperaturas que tenemos se corresponden a la concentración de las emisiones de hace 10-20 años. El escenario va a ser lamentable durante mucho tiempo. Ese es uno de los grandes problemas a nivel público.
–Aún peor lo lleva el concepto de decrecimiento porque, perdone que le diga, menos sólo era más para Donna Karan.
–Sí, es el gran problema. Mentar decrecimiento asusta:la mente viaja a estanterías vacías, a las cartillas... Pero el decrecimiento es una propuesta que habla de una reducción ordenada, justa y democrática de materiales y energía a nivel global. E, igual que ocurre con el minimalismo, es muy caro. Es más barato tener un montón de cosas malas que algo de calidad:supone ordenar tu vida para luego volver a comprar cosas. El crecimiento económico no siempre es igual a bienestar humano:el buen estado de los ecosistemas supone repensar todo esto. Tener más tiempo es decrecimiento:si trabajas menos, gastas menos.Tener más tiempo te da la posibilidad de viajar en tren y no en avión.
–Pues, hasta el momento, en la historia, el decrecimiento siempre se ha dado por el mismo lado: el de los que menos tienen.
–Es un momento difícil, porque estamos empezando a ver que los recursos son escasos y que hay que planificar y priorizar. Para quedarnos por debajo de un aumento del 1,5ºC, debemos dejar sin extraer más del 60% de las reservas de petróleo y gas, y el 90% de las de carbón. Vamos a disponer de menos energía. También de menos minerales críticos para la transición. ¿Cómo lo repartimos? Esa es la clave.
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