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Alejandro Palomas: "Al final, entiendes que tu forma de estar en el mundo es desencajando"

escritor

Alejandro Palomas. / D.C
Pilar Vera

14 de noviembre 2024 - 04:59

ESCRITURA A PULMÓN. Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) ha compaginado el periodismo y la traducción de autores como Oscar Wilde o Jeanette Winterson con la poesía, con obras como Una flor e Y un después. Entre otros títulos, ha publicado la trilogía Una madre, Un perro, Un amor (Premio Nadal, 2018) y el testimonio Esto no se dice (el relato de supervivencia a los abusos que sufrió de niño) y Un hijo, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Juvenil. En su última novela, El día que mi hermana quiso volar (Nube de tinta) trata la salud mental de los adolescentes, el bullying y la distancia entre padres e hijos. 

–’El día que mi hermana quiso volar’ no sólo es de difícil etiquetaje, sino que, tratando un tema de inadaptación adolescente, tiene estructura de thriller. 

–Digo a menudo que yo no escribo novela con apellidos, porque lo que hago es muy difícil de encajonar:a veces aparezco en juvenil, otras en superación personal... Siempre había fantaseado con hacer una estructura de thriller pero con un terapeuta en vez de un investigador, tratando de desentrañar la psique de alguien. El punto de thriller le da a la historia velocidad de lectura. También me he dado cuenta de que, gracias a esto, voy a participar en casi todos los festivales de novela de género este año. Digamos que la historia tiene dos niveles de lectura: de adulto te puede dar en la línea de flotación, y de más joven te lleva a plantearte temas muy duros –cómo afrontar un duelo, cómo adaptarse a él...– que yo quiero que se planteen, pero a lo que quiero que lleguen de forma accidental. 

–Trata el tema del acoso escolar. Algo que podrían preguntarse los padres de la novela, y muchos padres en la vida real, es: cómo no lo hemos visto. 

–Porque somos adultos. No podemos darnos cuenta de todo. Porque los padres están en una dinámica en la que tienen poco tiempo para mirar a los hijos, y viceversa. Y luego hay otra cuestión, que es más íntima y filosófica, que es que hay muchas cosas que no se pueden ver del otro, porque tenemos que dejarlo vivir y, a veces, llegamos tarde. A veces, también, el otro tarda también en darse cuenta de lo que pasa. 

El ser humano tiene una parte de crueldad sobre el vulnerable y el débil, y eso es lo que hay que educar"

–Tanto la psiquiatría cómo las explicaciones a los comportamientos están muy presentes en esta novela, ¿cómo ha llegado ahí?

–Pues no lo sé, porque aunque parezca que no es así, soy cero investigador. No busco nunca, soy muy vago y escribo con lo que tengo en la cabeza. Ocurre que llevo veinte mil leguas de viaje submarino por la terapia:me tumbo desde hace 35 años en un diván y sé cómo funciona. Pero la terapia de verdad, la del hundimiento, y siempre con la misma psicóloga, de la que soy ya el último paciente y no sé qué voy a hacer cuando cierre la consulta. Imagino que hay mucho de mí inconscientemente: por ejemplo, está el detalle de la ventana, de espaldas al psicólogo y de frente a ti, porque siempre tienes que tener un punto de fuga, y que me llamó mucho la atención de adolescente.

–Me ha sorprendido que los dos adolescentes protagonistas tengan poco acceso a las pantallas: lo que hubiera multiplicado exponencialmente el tema del acoso. 

–Habría sido muy fácil echarle la culpa a eso, no quería tener ese referente fácil. Las pantallas aumentan y magnifican estas situaciones, pero son una consecuencia de un momento, aunque luego pueden llegar a ser causas por sí mismas. Y quería también presentar a niños muy puros, supuestamente “sanos”, porque entonces lo que ocurre es mucho más impactante. 

–Llevamos muchos años hablando de acoso escolar, pero parece un tema enquistado. ¿Qué es lo que ocurre, fallan los protocolos, lo hacemos mal, estará ahí siempre...?

–Yo creo que es un conjunto de todo:no lo enfocamos bien, seguro. Y también existe desde el principio de los tiempos, porque el ser humano tiene una parte de crueldad sobre el vulnerable y el débil, y eso es lo que hay que educar. Le damos más importancia a las matemáticas y a la lengua que al buen trato al prójimo:tenemos la lente equivocada. Luego, por supuesto, a un padre le cuesta mucho reconocer que su hijo sea un maltratador, lo niega. Y a un hijo le cuesta mucho confesar que es víctima de maltrato, que es débil, no quiere ser objeto de preocupación de unos padres a veces superados. Nadie quiere la responsabilidad entera y vemos que los niveles de acoso en la infancia y adolescencia van subiendo porque, pantallas mediante, no hay lugar seguro. 

–La adolescencia actual, ¿es más o menos fácil que la nuestra?

–Tengo una hermana que es profe de adolescentes y me cuenta que el momento es complicado porque cambian los tiempos de reacción, de aprendizaje:la inmediatez anula el tiempo de reflexión para pensar sobre las respuestas que se hacen, no hay un desarrollo de la curiosidad, hay poco tiempo para plantearse preguntas. No sé si lo tienen más fácil o más difícil.  

–La cuestión del encaje. Cuando uno es adulto desarrolla esa actitud de River Phoenix en Indiana Jones, de “todos se han perdido, menos yo”. Pero se tarda en producir esos anticuerpos.  

–La cuestión de ser diferente, o de sentirte diferente. Lo único que debería de cambiar es cómo los adultos miran a los niños distintos porque todos los somos, y educar a partir de ahí. Educar es una palabra complicada, que se utiliza para todo, pero también hay que educar a los padres y a los adultos. Luego ya entiendes que tu forma de encajar en el mundo es desencajando. A mí me parece maravilloso estar desencajado, pero ese proceso de sufrimiento hasta que llegas ahí, no debería existir: es un camino muy largo del que no todos salen vivos. 

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