“La unión del índice y el pulgar es lo que nos diferencia de los simios”
Adolfo Domínguez | Costurero y empresario
En 1992 publicó una primera versión de Juan Griego (Mondadori). Un cuarto de siglo después, quinientas páginas más, Adolfo Domínguez (Puebla de Trives, Orense, 1950) vuelve con Defausta a la historia de este marino de la Armada argentina en la dictadura y guerra de las Malvinas. Borges es personaje del libro del costurero que leyó más de cien veces Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y el Quijote. En su hija Tiziana y la editora Susana Prieto tuvo dos lectoras privilegiadas. Su arruga es bella con versos de Rilke. El nombre de la novela lo vio en un pueblo de Isla Margarita.
–¿Qué quería ser de mayor?
–Fabrizio del Dongo.
–Su novela empieza con el síndrome de Stendhal a través de la cita de Rilke: “Lo bello no es sino el comienzo de lo terrible”...
–Son las dos caras de la misma moneda. Los animales salen todas las noches a cazar o ser cazados.
–¿Costurero o novelista?
–Mi oficio es costurero, me da de comer. Soy el eco de otras voces: San Juan de la Cruz, Pedro Páramo, La Cartuja de Parma, Shakespeare sobre todo.
–Pedro Sánchez confundió a San Juan de la Cruz con Fray Luis de León.
–¿Quién es Pedro Sánchez?
–Tiene un libro junto al suyo, Manual de Resistencia.
–Tampoco hay que pedirle tanto a los políticos. No tienen tiempo para otra cosa, más en una sociedad tan demandante. No les vamos a pedir que sean ahora como Churchill o Pericles.
–¿Por qué se fue a Argentina en su novela?
–De niño aprendí a leer en una escuela de Puebla de Trives, una panadería con olor a pan, y me costó año y medio entender que Madrid era la capital de España. España era para mí Barcelona, donde se conocen y se casan mis padres, era Buenos Aires y México, de donde recibíamos carta todas las semanas.
–El poder cuanto más lejos, mejor. ¿Lo entenderían en Cataluña?
–Que no te juzgue un juez que te conozca; una ciudad en la que vives. Mejor una sociedad de grandes espacios que se rige por leyes.
–Cuando sale su primera versión gobernaba Felipe González. En la actual, gobierna Pedro Sánchez.
–Soy un tipo de provincias que no sigo la política de la Villa y Corte. La gran política, sí, sobre todo cuando se ponen nerviosos. Estamos continuamente haciendo transiciones y los líderes no dan con la fórmula. Cuando se encuentre la fórmula, la gente piensa en otras cosas.
–Un personaje dice de Bolívar que logró “una independencia de enanos”...
–De un país hizo veinticuatro. Menudo avance. Se le escapó de las manos y lo que vino fue peor de lo que había antes.
–¿Sus referentes?
–Stendhal, Shakespeare, Cervantes y Guerra y Paz, de Tolstoi. Dostoievski es tan torrencial, pero, como decía Borges: no tiene estilo, pero Dios mío. Es como Galdós, no corrige, pero dice cada cosa.
–En su novela hay dos referencias a Luces de bohemia, de Valle-Inclán...
–Llega a lo más alto del teatro español desde Calderón, que es muy grande, pero sin llegar a Shakespeare, que leyó y entendió a Maquiavelo y a Montaigne. Calderón no los leyó y si lo hizo no los entendió. En el fondo, era un clérigo.
–En su obra Shakespeare está como en el Ulises...
–Meto el diálogo de Enrique V en la guerra de las Malvinas.
–Donde aparece un soldado Diego Armando...
–Es un guiño a Maradona. Con Messi, los más grandes. No soy futbolero, pero cuando juega Messi lo veo oyendo a Mozart. Cristiano es otra cosa, un marcador. Messi es un torero del fútbol. Tampoco voy a poner a un torero o un futbolista a la altura de Mozart o de Shakespeare. Soy muy de cánones y jerarquías.
–El libro acaba en la tienda de Adolfo Domínguez...
–Es la única referencia personal. Antes me metía a escribir en el Círculo de Bellas Artes, pero encontré la tranquilidad en la quinta planta de la tienda, en Serrano, 5. Escribo en trenes y en aeropuertos, puedo estar doce horas seguidas, con una para el yoga, escribiendo bajo el árbol de mi casa. Escribo con ruido, con gente, con mis nietos.
–Cien años de soledad es como un personaje más...
–Es un libro imprescindible para entender la guerra de Colombia. Igual que sin Homero no nos hubiéramos enterado de la guerra de Troya.
–¿La revolución es juntarse el índice y el pulgar?
–Sin esos dos dedos, no se entiende el cerebro. Es lo que nos distingue de los simios.
–¿Defiende la teoría de la guerra?
–Carlomagno y Napoleón era militares. Y yo cuando hice la mili al volver de París, donde estudié cine. Por poco me abren un consejo de guerra porque alguien dejó en mi taquilla un ejemplar de El Estado y la Revolución de Lenin.
–“Das una patada y saltan cinco artistas, rara vez un empresario...”.
–Es lo que nos diferencia de los países anglosajones. Sin empresarios no hay artistas, acumulan el capital. El Estado lo detrae. Es otra diferencia entre Shakespeare y Cervantes, que no reunió a una élite como sí hizo el dramaturgo inglés, al que estudian en Oxford y Cambridge los que cursan Física y Matemáticas.
–¿Una primavera con tanta campaña electoral?
–Hay cosas que no sigo. Voto, porque si no te ocupas de la política otros se ocuparán por ti. He escrito una novela de ideas que haga pensar y emocione. No me interesa la pura aventura del best-seller. Lo respeto.
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