"El amor tiene que ser libre"
Sandra Barneda | Presentadora y escritora
Sandra Barneda (Barcelona, 1975), presentadora y escritora, publica Las olas del tiempo perdido (Planeta), su quinta novela, que ya va por su segunda edición. La autora mira hacia la niñez, a los veranos de un pueblo de Cantabria, que se ven truncados por un accidente de tráfico. La autora catalana confiesa que tiene "necesidad de escribir" para comprender "el mundo en el que vivo". "A mí crear historias me ayuda a manejarme", asegura la finalista del Premio Planeta el año 2020 por Un océano para llegar a ti. En las pantallas, triunfa actualmente en Telecinco con La isla de las tentaciones.
–Le confieso que su libro me ha traído a la memoria la serie Verano azul.
–¡Claro! Tiene mucho que ver, porque es esa pandilla de amigos de verano.
–¿Prefiere el verano?
–Pues fíjese que, como soy una huidiza de las rutinas, me encantan todas las estaciones del año. Cada una tiene su cosa. Particularmente, el cambio climático me está fastidiando ese cambio de estaciones que me encanta.
–Escribe su quinta novela tras ser finalista del Planeta. ¿Ha sentido presión?
–No he sentido presión, quizás porque soy un poco inconsciente. La necesidad de escribir me nace desde dentro y siempre me fijo más en la historia que me surge que miro para fuera. Si miro para fuera, me paralizaría.
–¿Cómo lleva la fama?
–Convivo con ella. La fama depende mucho de cómo estés tú. La llevo de una forma muy ordinaria, porque mi vida es así y estoy muy agradecida a la gente.
–¿Le para mucho la gente?
–Sí, siempre, pero desde un gran cariño y respeto.
–Así es mucho más fácil.
–Sí, pero el respeto te lo tienes que ganar. No es gratuito. La gente te respeta porque tú le has respetado antes. Cuando el respeto es mutuo, la gente te quiere y lo siento así. Me quiere y me cuida.
–La televisión influye.
–La fama hay que digerirla. Si la fama te pilla de repente, es complicado digerirla. Hay que saber gestionar ser un personaje público.
–Y no todo el mundo...
–Pero tienes que saber cómo llevarlo, cómo convivir con ella. Hay que aprender. No hay un manual y se necesita un trabajo interior, puede que de terapia, para encajar la fama en tu vida y llevarla de la forma más armónica posible.
–En su novela vuelve su mirada hacia la infancia. ¿Qué echa más de menos?
–No le diría la inocencia, porque no es, pero sí echo de menos que cada día sea una aventura. Me levantaba y cada día era un descubrimiento para mí. Me colgaba mi mochila y podía pasar de todo, descubría y aprendía mil cosas cada día. Pero creo que mi vida tampoco ha cambiado tanto. Me sigo tomando cada día como una aventura.
–La televisión ayudará en ese aspecto.
–Sí, la televisión, escribir, enfrentarte a historias y, en general, cuando salgo por la calle...
–¿Le quedan amigos de aquella época?
–No muchos, pero sí me quedan.
–¿Está en una etapa de melancolía?
–Para nada. Las olas de tiempo perdido no es una novela melancólica. Te lleva al recuerdo de los primeros veranos para conectar con lo mejor de la infancia, que es ese carpe diem, vive la vida y exprímela al máximo.
–¿Recuerda su primer amor?
–Sí. Los primeros amores nunca se olvidan.
–¿Cómo ha evolucionado el concepto?
–No tenía ni idea de lo que era el amor. Tenía más que ver con ese primer beso o que alguien te guste por primera vez.
–¿Libertad y amor son líneas divergentes?
–No, son líneas que tienen que ir de la mano. El amor tiene que ser libre. Una historia de amor no debe quitarte libertad. El amor tiene que potenciar tu libertad y tu capacidad de ser humano. El amor es un potenciador, jamás resta, suma. Y si no te suma, es que no es amor.
–¿Le preocupa cómo se toman las relaciones los jóvenes?
–Hay frases que he entendido con el tiempo. Para amar de verdad, hay que estar preparado. Es una enseñanza que a muchos nos puede llevar toda la vida. Reflejamos muchas cosas en el otro, nuestros propios miedos, pero eso no es amar. Te quiero porque te necesito no es amar. Cuando eres joven lo vives con una intensidad tremenda y ni siquiera sabemos muchas cosas de la vida. Estamos experimentando con lo que significa amar.
–En su libro hay una muerte. ¿Cómo fue la primera vez que se enfrentó a la pérdida de un ser querido?
–Fue mi abuelo. Tenía unos 14 años. En nuestra cultura no se habla de la muerte ni de lo que significa. Y deberíamos hablar mucho más.
–¿La escondemos?
–La silenciamos. Parece que la muerte no hable. Pero la muerte nos habla, nos habla cada día. Nuestros muertos nos hablan, nos acompañan y en este caso una muerte inesperada por accidente de tráfico, donde todos iban, hace de catalizador de la historia y también hace que se disemine la una amistad de juventud.
–¿Nos lastra la culpa?
–En este caso no. Desde el accidente todos arrastran una culpa y la silencian. Todos van con el "y si...": "Y si no hubieras llamado, y si no hubiera pasado esto, quizás estaría vivo". Ese pasarse la patata caliente creyéndose que de otra manera podían haber cambiado el terrible suceso.
–La vida es difícil.
–La vida decide. La vida es complicada, no es una línea recta. La vida es como un electrocardiograma, con subidas y bajadas. Cuando está que no se mueve es porque no hay vida. Cuando vas arriba y abajo, arriba y abajo... ésa es la vida.
–Y en esa vida... ¿Vamos demasiado rápidos?
–[Silencio lago] No. Tendemos a correr. Vivir las cosas intensamente no significa tener prisas por vivirlas. Vivir las cosas intensamente, para mí, sería alargarlas. Lo que pasa es que ahora tenemos mucha información, muchos inputs, que necesitamos y cuando estamos viviendo una cosa ya queremos vivir la otra. Tenemos la necesidad de hacer y hacer y llenar el tiempo.
–¿Nos falta tiempo?
–El tiempo siempre es el mismo. No estamos con nosotros mismos, siempre estamos haciendo algo. ¿Cuánto tiempo hace que no vemos a una persona sólo mirando el mar o tomando un café y disfrutando de sus propios pensamientos?
–Hacer nada es envidiable.
–Sí, pero no lo hacemos. Corremos, estamos siempre con el móvil y nos llenamos de cosas. Estamos creando una sociedad que tiende a evitar que estemos con nosotros.
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